conclusiones ,secretos

Un final predecible

Los días pasaron. El 31 de diciembre llegó. El reloj marcó las 24:00. Levantamos las copas que se coloreaban con el sonido, iluminando la ciudad entera entre destellos de mil colores, resonando con tal belleza que mi mente se envolvió en una atmósfera de tristeza muy grande, que nunca entendí. Otra vez mi mente se escapó, como era lo normal… y un sonido en la puerta me hizo volver de mi viaje. Era José Luis, ya que esa noche saldría con él y un amigo para mi hermana. Todo estaba perfecto, hasta que las horas hicieron su trabajo en aquel boliche, en aquella noche donde todo mi mundo se volvió una gran decepción… una relación sin futuro a punto de extinguir esa única y última chispa que quedaba en mi corazón por él.

Parado en la puerta, con su porte de príncipe: camisa y jeans, perfumado con una de las más hermosas esencias, capaz de conquistar hasta lo imposible, sus brazos fuertes tatuados con el mayor de los significados de la vida… con un clavel en la mano esperando por mí. Combinaba perfectamente con mi vestimenta de color rojo pasión. Me besó, y un leve olor agrio resoplaba desde sus labios, contaminando los míos, perfectamente delineados con el más hermoso de los colores: carmín puro y eterno, colocado en un suspiro sobre aquellos labios finos, entreabiertos de pasión, húmedos de lo que sería un final irrefutable y agrio para los dos.

La noche comenzó en ese boliche, que sellaría una decisión ocasionada por el agrio sabor del alcohol puro e infinito, dispuesto a destruir todo él poco amor que me quedaba por él. Bailamos como nunca antes, y sorbo a sorbo su personalidad se iba transformando. Con cada brindis, con cada paso, con cada beso… las copas se llenaban una y otra vez. Los tragos comenzaban a circular de manera interminable.

Decidí salir de aquella atmósfera que, entre el calor del verano y el baile al compás de la música, se volvía totalmente sofocante. Sus manos no paraban de tocar mi cuerpo. No lo soportaba. No podía dar un solo paso sin que sus brazos me tomaran con la fuerza de un huracán, envolviendo mis brazos y cintura en un color rosa casi negruzco. Logré escapar un momento.

—me siento mareada. Voy a tomar un poco de aire. —¿Adónde es que vas? —decía José Luis en un tono casi inentendible.

Me bastó un simple movimiento para escapar de sus manos, ya que su estado de ebriedad no le permitía reaccionar normalmente.

—Flaqui, te acompaño —dijo mi hermana. —Dale —le respondí.

Salimos de aquella pista y no parábamos de hablar.

—Qué borrachera tienen… —Sí. José Luis está totalmente insoportable. No lo aguanto ni un segundo más. —Me di cuenta. Vamos a buscar algún lugar donde podamos descansar un poco.

Y comenzamos con la odisea de ocultarnos, corriendo por todo el boliche, agachadas, escondiéndonos detrás de quien fuese. Su altura hacía imposible que no nos identificaran, y mucho más difícil que no nos vieran. Logramos salir de la pista por un costado, justo por el lado de ellos, tomadas de la mano. Nos agachamos y corrimos hacia el parque del boliche, que se vestía en hermosos caminos de ligustrinas, césped totalmente verde, con pinos que bailaban con todo su esplendor bajo aquellas luces tenues y brillantes. Estas marcaban los caminos, iluminaban la pileta de un color celeste cielo, con luces de colores resplandecientes que hacían juego con los láseres que jugueteaban al ritmo de la música… como si la noche recién comenzara.

Nos sentamos detrás de unas ligustrinas muy bellas que hacían perfecta combinación con aquel hermoso parque, dispuestas a ocultarme de quien, en ese momento, parecía mi enemigo.

—Me di cuenta de que ya no lo aguantas más… ¿Pero qué pasó? —preguntó mi hermana. —Qué sé yo… lo único que hace es manotearme y no le entiendo nada. —Qué boludo. En vez de disfrutar, está re borracho. ¡Qué embole! Menos mal que Esteban está mejor que José Luis… si no, ¿sabes qué? Doble tortura. Pero, ¿qué le habrá pasado? No es de tomar así. —No sé… o nosotras creíamos que no era de tomar así. Quizás esto es lo que es. Y ahora lo está demostrando. Y encima no podemos arriesgarnos a irnos a la mierda. —Más vale. No hay remis ni nada para esta fecha. Vaya a ser cosa que nos pase algo por escaparnos de este boludo. —Sí, tienes razón. Ya vamos a ver cómo le hacemos.

De pronto, una mano tomó a mi hermana.

—¿Pensaron que se podían escapar? —replicaba José Luis, mientras se balanceaba de un lado a otro. Mi hermana me miró, preguntándome qué hacer. Solo incliné la cabeza, diciéndole que no se hiciera drama. Ya estaba… luego vería cómo apaciguar su borrachera.

Se sentó en la silla en la que había estado mi hermana, y de un solo tirón terminé sentada en su falda. Podía sentir el sonido de mi piel cortándose con sus manos, que me rodeaban las caderas. Traté de quitarlas, pero me fue imposible.

—¿Me podrías soltar un poquito? Me estás apretando. —¿Qué? ¿No te gusta? —respondió José Luis. —Me estás apretando mucho. Por favor, suéltame un poquito. —Vamos —decía mientras guiñaba un ojo y movía la cabeza—. Yo sé que te gustan mis manos y mi cuerpo... Dame un besito. —Pará. Estás súper borracho. Córtala. —Dame un beso, dámelo ya —canturreaba, a duras penas.

—¡Ya está! ¡Basta! —volví a intentar liberarme, pero era en vano. Su mano tomó mi rostro, casi cubriéndolo por completo. Sentí sus dedos como pinzas en mis mejillas. Traté de evitarlo, pero sus labios presionaron los míos, y su otra mano bajó bruscamente por mi cuerpo. En ese instante, me sentí tan violentada que, con un solo golpe, su cuerpo cayó al suelo como plomo. Lo miré, y me dirigí a buscar a mi hermana.

—Flaca, me voy a la mierda. —¿Y José Luis? —Ahí está.

Mi hermana abrió los ojos, advirtiéndome que él venía detrás, furioso. Al ver ese gesto, me corrí; volvió a caer desplomado. Parecía imposible que se levantara… pero lo hizo. Salimos lo más rápido que pudimos. Era en vano: él y Esteban daban dos pasos y ya estaban cerca.




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