conclusiones ,secretos

La gran noticia

Al día siguiente fuimos al barrio, como todos los días. Al llegar, nos recibió Ángel.

—Brisa, mujeres, tenemos el camping para nosotros. Desde hoy vamos con los vagos a terminar los últimos detalles para el fin de semana. —¡Qué copado! —murmurábamos las tres, ya que lo más seguro era que Antonella no pudiera ir por su corta edad. —Bueno, mujeres, las dejo. Los chicos me están esperando. Nos vemos. —Ok, bye.

Durante esa semana casi no estuvimos con ellos, ya que se iban a la siesta y volvían de noche, cansados por todo el trabajo que implicaban los arreglos del camping.

Esa noche estábamos con Andrea, sentadas en un cantero. Le contaba lo que me había pasado con José Luis.

—O sea que estás soltera ahora. —Sí, ya se terminó todo. No te das una idea lo mal que la pasé el 31. Me sacó la cabeza. Sé re mamó. Estaba insoportable. —Uy, qué bajón. ¿Pero qué te hizo? —Mira —y me levanté la remera muy lentamente para mostrarle los machucones en la piel. —¡Qué hijo de…! —Sí. Jamás me había hecho nada, pero no supo manejarse. Ya viste que es grandote. Igual, no lo justifico. Más allá de que solo me apretó con fuerza, me quedó su mano perfectamente marcada. —Ya vi. ¡Pero qué guacho! Sabes que, en tu lugar, le meto una trompada que lo escondo. —Ja ja, imagínate si le pegaba. Capaz me quedaba sin dientes. Aunque en el boliche lo empujé y dio contra el suelo… pobre, se partió. Pero no sabía qué hacer con él.

—¿Ese que viene allá es Ángel? —Sí, es él. Imposible no reconocerlo con su andar leve… y viene para acá.

—Ladies, ¿cómo están? —saludó Ángel. —Bien, por lo menos —respondió Antonella. —¿Cómo les fue? —Bien. Ya pusimos a llenar la pileta. —¡Qué bueno! Lástima que no voy a poder ir. —¿Por qué? —No me dejan.

A todo esto, yo no dije una palabra.

—Hola… —dijo Ángel mirándome.

Sonreí. —¿Cómo estás? —Cansado, pero bien. ¿Te sucede algo? —Se puso así porque llegaste vos —intervino Antonella. —¿Qué? —No, mentira —sonrió—. Solo que no tuvo un buen comienzo de año.

La miré, como diciéndole que se callara. ¿Qué le importaba eso a Ángel?

—¿Qué te pasó? —me preguntó. —Nada importante. —¿Cómo que no? ¡Está soltera! —soltó Antonella.

Una veta de alegría cruzó el rostro de Ángel.

—No te pongas tan contento. No la pasé muy bien. —No es que me ponga contento. Me alegra, pero ese no era para vos. —Sí, me di cuenta el 31. —¿Qué pasó, si se puede saber? —Nada que importe. —Dile la verdad —insistió Antonella. —¿Qué verdad? —replicó Ángel. —Nada, no le des bola. Está exagerando —dije.

Él me miró con curiosidad. Una suavísima beta de amor cruzó su mirada.

—Bueno, me voy —dijo Antonella con picardía, y se retiró en un suspiro.

—Ya que estamos solos, esto es para vos. Feliz año nuevo —dijo Ángel, sacando de entre sus manos una hermosa rosa roja. La colocó en mis manos con la suavidad más pura e infinita.

Lo miré perpleja. No sabía de dónde había sacado una rosa tan hermosa, y de pronto sentí que mi día se iluminaba por completo.

—¿Qué te sucedió con el tuyo? Porque esos ojitos están algo tristes y preocupados… más allá de que mi flor los haya despertado.

Sonreí con ternura. Él, con sus manos llenas de cuidado, tomó mi cintura. Se me escapó un leve quejido, y mi cuerpo esquivó el contacto en segundos.

—¿Estás bien? —Sí, no te hagas drama.

Me observó con dudas en su mirada.

—¿Puedo? —preguntó mientras levantaba mi remera para ver mi cintura. —No… ¿Qué haces? —¿Qué te pasó? —Nada —respondí, mientras sentía sus dedos rozar muy despacio los magullones. Levanté la mirada, y la vergüenza me invadió. No sabía qué decir ni qué hacer. Mi piel seguía marcada por la mano fuerte de José Luis.

—Te juro que lo mato… ¿Él te hizo esto? —No, no. Me golpeé. —¿Me golpeé? Está perfectamente marcada su mano. ¡Lo mato! —No te hagas drama. Ya fue. —¿Ya fue? ¿Eso es lo único que se te ocurre decir? —Ángel… ya está. Me peleé con él justamente por este motivo. Más allá de que fue solo esa vez. —¿En serio me decís? —Sí, tal cual. Ya fue. Pero igual, gracias por cuidarme.

Me rodeó con sus brazos y apoyó mi cabeza en su pecho agitado, que empezaba a calmarse. Sentía el latido perfecto de su corazón, su respiración profunda, serena… y cómo iba apaciguando todo mi ser.




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