[ANNIE]
—¿Estás de broma? ¡¿No me pueden obligar de ninguna manera a hacer eso?!
Tomé mi mochila y bajé del auto como si el hierro me quemara. Seguía lloviendo, pero las gotas eran intangibles a la par del enojo que estaba sintiendo.
—¿No deberías alegrarte? —exclamó Mac, sacando medio cuerpo del asiento de conductor de su auto —. Hasta donde sé era tu sueño.
—¡Tú no sabes nada de mis sueños!
—¡Pues la última vez que hablamos largo y tendido dijiste que te ibas a Estados Unidos persiguiendo el tuyo!
La lluvia era fría, y sin embargo yo sentía que todo mi cuerpo hervía. Incluso el agua que bajaba por mi rostro parecía calentarse en ese momento.
Miré a Mac unos segundos antes de negar con la cabeza y decirle al borde de las lágrimas:
—Me estás condenando.
Y de verdad lo estaba haciendo. Con solo imaginar una vida al lado de ese ser, mi estómago se revolvía y un escalofrío recorría mi cuerpo, convirtiéndose poco a poco en arcadas y repulsión. Mac no lo sabía, pero me estaba arruinando, no, jodiendo la existencia con esa decisión.
Supongo que mi rostro lo dijo todo, a pesar de la niebla y la lluvia, pues pude observar como mi hermano bajaba el rostro hacia un lugar indivisible, como tratando de ocultar su culpa o la serie de emociones que también él estaba experimentando.
Aunque tal parece que le duró poco. En cuestión de nada se recompuso y endureció su semblante.
—Tal vez no lo entiendes ahora, Ann, pero en su momento lo harás y cuando eso pase, porque pasará, entenderás cuáles son mis motivaciones.
—Nunca las voy a entender.
—Lo harás —suspira —. Supongo que no me quieres cerca, así que no insistiré en llevarte a tu casa.
Me envuelvo con mis brazos, apartando la mirada hacia el piso.
Siento que estoy llorando. Ahora ya no puedo distinguir ni siquiera eso. Mac sólo se dispone a asentir y a volver al auto. No dice nada más, pero con aquel silencio que me dedicó antes de marcharse, sé que no hay nada que pueda hacer para escapar de esta situación.
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Quince minutos, quizá treinta o bien pudo ser una hora. No sé cuánto tardé en llegar a casa, solo sé que parecía caminar sin rumbo, hasta que divisé la entrada del edificio. Pese a que la lluvia había parado, el frío por la ropa húmeda me helaba los huesos y esto solo podría significar una futura gripe del carajo.
Al entrar saludé al portero, creo, ni siquiera me fijé en realidad si estaba en su puesto. Había un montón de cajas en el vestíbulo y otras tantas cubriendo la entrada del elevador. No tenía nada de ganas de subir las escaleras y que más gente me viera en este estado, pero tampoco quería mover las cajas y comenzar una discusión con el nuevo vecino, que supongo le pertenecían a él, o ella.
De forma letárgica subí las escaleras y, de verdad, no quería ver a nadie, pero cuando la puerta del apartamento de Jay se abrió y lo ví salir con sus audífonos puestos y su ropa de gimnasio, me sentí chiquita y tuve ganas de correr a abrazarlo.
No entendí bien porqué. Solo sé que él me hacía sentir segura.
No obstante, antes de que el impulso me ganara y cometiera un error, la puerta se abrió una vez más y del apartamento de Jay salió una chica castaña muy bonita, vestida con una camisa manga larga de color crema y un falda larga de tono azul suave, cartera de mano y sandalias caras. Sus ojos eran de color verde oscuro y su tez era pálida y muy delicada. Lo tomó del brazo y él le sonrió con bastante entusiasmo. Parecían muy cercanos y claro, felices con la compañía del otro.
Algo raro se instaló en mi pecho y, aunque no le debía nada a nadie, atiné a esconderme rápidamente tras la pared del elevador.
Estaba avergonzada, molesta y un poco triste y no podía responder a mí misma por qué. Jay era mi amigo nada más, por lo que no tenía que importarme con quién saliera de su apartamento. Mi vida ya de por sí era un caos como para pensar en la vida de los demás. Tenía una mezcla de sentimientos alojado en mi pecho que no lograba comprender del todo, y aún así lograban agotarme todavía más.
Decidida a llegar a casa y tirarme de una vez por todas en la cama, salí de mi escondite y me apresuré a subir hasta mi apartamento, pero cuando la suerte no está de mi lado de verdad mi día puede ser una pesadilla, y ese día no sería la excepción, pues apenas crucé el pasillo y subí la última escalera, los rostros de las personas menos pensadas aparecieron casi frente a mí, por lo que me tuve que esconder de nuevo.
¿Quién pudiera imaginar que Cristina Peterson y Elder Williams iban a estar ahí, justo en el apartamento de al lado, metiendo cajas mientras se reían y se daban uno que otro beso, como si fueran una pareja de recién casados?
Pero no lo eran y no lo serían.
Porque según Mac, dentro de un mes… ese imbécil sería mi esposo.