Conexión inesperada

Capítulo 17

Los técnicos, todavía con sonrisas cómplices, terminaron de recoger sus herramientas y se despidieron con un gesto exagerado de respeto:

—Bueno, Sr. Rivas, misión cumplida. —Uno de ellos le guiñó un ojo.
—Gracias, chicos —respondió Martín, todavía con la risa contenida mientras los veía alejarse.

Los técnicos se alejaban, todavía sonriendo, y el pasillo quedó en silencio. Lala y Martín se miraron… y de repente todo pareció detenerse.

—No puedo… creer que seas tú —dijo Lala, apoyando la espalda contra la pared, intentando recomponerse—. Después de todo lo que dije, todas mis quejas dramáticas… ¡y tú estabas aquí escuchándome todo el tiempo!

Martín rio suavemente. —No tenía idea de que eras tú… pero ahora entiendo todo… todo me sonaba tan familiar.

Lala levantó la vista y se dio cuenta de algo que la dejó helada y a la vez sonrojada: él era enorme. Tan alto que ella tenía que levantar la cabeza varios centímetros solo para mirarlo a los ojos. Cada movimiento suyo la hacía sentir diminuta, pero también curiosamente protegida.

—No sé si debo matarte o abrazarte —murmuró, intentando contener la risa y la vergüenza—. Esto es… demasiado.

—Yo… creo que merecemos un abrazo —dijo Martín, inclinándose un poco hacia ella, con cuidado de no aplastarla con su altura—. Por todas las videollamadas, los silencios incómodos y los momentos cómicos que compartimos sin saber quién era el otro.

Lala, decidida, se puso de puntillas un poco, como para acortar la diferencia, y alargó las manos para alcanzar las de él. Por un instante, sus dedos se rozaron, y el corazón le dio un salto que la dejó sin aire.

—Entonces… —susurró ella, medio riendo, medio nerviosa—. ¿Esto significa que vamos a tener que hablar cara a cara de ahora en adelante?

Martín bajó un poco más la cabeza para acercarse, y Lala notó cómo cada movimiento suyo parecía envolverla sin que él lo hiciera a propósito. —Sí… aunque me temo que esto va a ser mucho más peligroso que cualquier reunión de trabajo que hayamos tenido —admitió, con un brillo travieso en los ojos.

Ella rio, consciente de que apenas le llegaba al pecho y que él tenía que inclinarse para estar más cerca, y por un momento la diferencia de altura se convirtió en un juego: él bajando un poco, ella levantándose en puntillas, acercándose más. La tensión, la vergüenza y los nervios comenzaron a transformarse en algo cálido, divertido y cercano.

Martín dio un paso más, inclinándose hasta que sus frentes casi se tocaron. —Después de todo esto… creo que va a ser imposible no verte todos los días.

Lala soltó una risa suave, entre sorprendida y divertida, y negó con la cabeza. —Creo que eso no me va a molestar… en absoluto.

En medio del pasillo vacío, entre paredes grises y un silencio que ahora se sentía cómodo, descubrieron que todo lo compartido a distancia no era más que el prólogo de lo que estaba por venir. Con él tan alto a su lado, cada gesto, cada movimiento, cada sonrisa parecía envolverla y acercarla a él de una manera que era imposible ignorar.

Martín no podía creerlo. Tenía a Mariana entre sus brazos. La misma voz que lo había acompañado durante semanas, la misma risa que le llegaba a través de mensajes y videollamadas… ahora estaba ahí, real, viva, temblando un poco en su abrazo.

Se sorprendió a sí mismo pensando que nada, absolutamente nada, lo había preparado para esto. Ni los mensajes, ni la videollamada, ni siquiera las horas que había pasado imaginando cómo sería verla en persona. Porque la verdad era que ninguna fantasía se acercaba a lo que estaba sintiendo.

Era hermosa. No solo por sus rasgos delicados o por esa melena larguísima que rozaba su chaqueta, sino por la manera en que parecía llenar el espacio con una energía única, ligera, vibrante. Y aquel perfume… un aroma fresco, con un toque dulce, que lo envolvía sin esfuerzo. Martín aspiró, casi sin darse cuenta, grabándolo en su memoria.

“¿Cómo puede alguien hacerme sentir así en tan poco tiempo?”, pensó, maravillado.

Lala, por su parte, permanecía rígida unos segundos, como si todavía no procesara lo que estaba ocurriendo. Pero poco a poco se fue relajando, y él lo notó: el modo en que su respiración se acompasó, cómo su frente casi rozaba su pecho, cómo sus manos parecían titubear antes de decidirse a corresponderle el abrazo.

Martín sonrió contra su cabello, un gesto invisible para ella. Y en silencio, sin necesidad de palabras, se dijo a sí mismo que no pensaba soltarla demasiado rápido.

Lala, en cambio, apenas lograba respirar con normalidad. El corazón le latía como si quisiera salirse del pecho, y una vocecita en su cabeza gritaba que aquello era demasiado surrealista. ¿De verdad estaba en brazos del hombre con el que había pasado noches enteras riendo frente a una pantalla? ¿Ese con el que compartía bromas, confesiones y silencios cargados de significado?

Notaba el calor de su cuerpo atravesando la tela de la camisa, y la diferencia de altura le resultaba abrumadora. Él era un muro frente a ella, pero un muro que no intimidaba, sino que protegía. Lala tuvo que ponerse ligeramente de puntillas para no sentir que se perdía del todo en ese abrazo, y esa torpeza la hizo sonreír sin que él lo viera.

“Es enorme”, pensó, divertida y nerviosa a la vez. “Enorme… y huele increíble.”
El perfume masculino, con notas amaderadas y un fondo limpio, la rodeaba y se mezclaba con el sonido de su propia respiración acelerada.

Por un instante se preguntó si él también estaría escuchando lo rápido que le latía el corazón. La sola idea la sonrojó aún más.

Martín, sin soltarla, bajó un poco la cabeza como para acomodarse al contacto. Lala sintió el roce leve de su mentón contra su cabello y cerró los ojos, atrapada entre el vértigo y la calma. Era como si todo lo que habían vivido detrás de una pantalla se hubiera materializado de golpe, con más intensidad de la que jamás hubiera imaginado.




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