El aire fresco de la calle los recibió con un golpe suave. Martín y Mariana caminaron en silencio unos pasos, todavía con la risa nerviosa del ascensor pegada en la piel. Había algo extraño y emocionante en ese recorrido: como si cada paso hacia el café fuese también un paso hacia una vida que ninguno de los dos había planeado.
Cuando llegaron a la mesa junto al ventanal, ya con las tazas humeantes frente a ellos, ambos se miraron como si necesitaran asegurarse de que aquello era real.
Martín fue el primero en hablar, con esa sonrisa contenida que parecía esconder mil pensamientos.
—No puedo creer que estemos aquí… después de tantas noches de mensajes y videollamadas. Y ahora… café. Contigo, de verdad.
Lala bajó la mirada, girando la cucharilla dentro de la taza como si aquel café necesitara veinte vueltas.
—Yo tampoco… —confesó con una risa suave—. Es como… como si hubiera estado soñando todo este tiempo.
Él apoyó un codo sobre la mesa, inclinándose un poco hacia ella.
—Pues si es un sueño, espero que no me despiertes.
Lala sintió un cosquilleo recorrerle los brazos. Se rió para disimular. Todavía riéndose buscó en su bolso y sacó el móvil envuelto en la bolsita transparente de la tienda de reparaciones. Lo puso sobre la mesa con cierto orgullo, como si fuera un trofeo.
—Mira, ya está vivo de nuevo. Resucitado oficialmente. —Levantó la bolsita como si estuviera mostrando un premio.
Martín se inclinó para verlo, y esta vez su sonrisa fue distinta: más sincera, más luminosa.
—Menos mal… —murmuró—. Porque si no, ¿cómo íbamos a seguir hablando hasta las tantas como anoche?
Ella parpadeó, un poco sorprendida por la naturalidad con que lo dijo, y notó un cosquilleo extraño en el estómago.
—¿Así que te alegras? —preguntó, intentando sonar casual.
—Claro que sí —contestó él, sin titubear—. No pienso perderme nuestras charlas nocturnas por culpa de una piscina y unos primos revoltosos.
—Eso sí… —dijo, con un deje de orgullo fingido—. Ahora ya no tendrás que preocuparte si no te respondo.
Martín arqueó una ceja, divertido. —¿Ah, no?
—Exacto. Si no te contesto, será porque estoy muy ocupada… o porque me he quedado dormida. —Hizo una pausa dramática, inclinándose sobre la mesa—. O porque estoy ignorándote a propósito.
Él dejó escapar una risa breve, grave, que hizo que ella se estremeciera por dentro. —Con lo último no creo que pueda.
—¿Cómo estás tan seguro? —replicó ella, jugando con el asa de la taza, intentando mantener el tipo.
—Porque… —Martín se tomó un segundo, observándola de manera tan directa que Lala tuvo que bajar la mirada—. Ya me di cuenta de que no puedes disimular nada conmigo.
—Esto es culpa de Tomás y Sofi. Que lo sepas.
—Entonces habrá que darles las gracias —respondió Martín, sin apartar los ojos de ella.
—¿Gracias? —repitió Lala, abriendo mucho los ojos.
—Claro. —Él se inclinó apenas hacia adelante, bajando la voz—. Porque, si no fuera por ellos, ahora no estaría aquí… contigo.
Lala se mordió el labio, dispuesta a soltar una broma para quitar hierro, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta.
Al final, carraspeó, se acomodó en la silla y dijo lo primero que se le ocurrió:
—Bueno… espero que este “experimento” no tenga cláusula de devolución.
Martín rio, apoyando un codo en la mesa y sosteniendo la barbilla con la mano, mientras la miraba con calma. —Yo, desde luego, no pienso devolver nada.
Mariana bajó la mirada, sonriendo de medio lado, mientras jugueteaba con el borde de la taza. Le costaba admitirlo, pero escuchar en su voz lo importante que eran para él aquellas conversaciones le removía algo muy hondo.
Martín le dio un sorbo a su café y, con el vaso aún entre las manos, alzó las cejas con gesto divertido.
—Por cierto… hay algo que me tiene intrigado.
—¿Qué? —preguntó Mariana, aunque ya intuía por dónde iba.
—Ese “experimento” que están haciendo Tomás y Sofi contigo… y conmigo.
Mariana se echó a reír antes de responder, tapándose un poco la cara con la mano, como si todavía le diera vergüenza.
— Lo más cómico es que seguro nunca se imaginaron que el “mini Sr. R” del que yo hablaba… eras tú.
Martín rio, inclinándose un poco hacia ella, y negó con la cabeza.
—Pues te confieso algo: yo tampoco lo vi venir. Ni en mis peores cálculos habría adivinado que esa chica que se desahogaba con dramatismos por mensaje… estaba a unos escritorios de distancia.
—¡Oye! —protestó Mariana, riendo y dándole un empujoncito en el brazo—. Mis dramatismos eran muy legítimos, ¿vale?
—Lo sé, lo sé… —dijo él, con los ojos brillantes de diversión—. Y tengo que admitir que me encantaban.
Mariana se mordió el labio para contener una sonrisa.
—Creo que Tomás y Sofi jamás imaginaron que su “gran experimento” acabaría así.
—Ni yo… —replicó Martín, bajando un poco la voz—. Pero debo decir que, si este es el resultado… no me quejo.
Martín removió su café, aunque no necesitaba más azúcar.
—Me estoy imaginando la cara de Tomás cuando se entere.
—Y la de Sofi —añadió Mariana, casi llorando de la risa—. Seguro que me dice: “¡¿Cómo que el mini Sr. R era tu jefe y no me lo contaste?!”