Lala cerró el grifo y dejó que el agua tibia resbalara por su piel mientras se envolvía con la toalla. Un suspiro escapó de sus labios; la emoción de la cena con Martín le hacía cosquillas en el estómago. Se apoyó contra el mármol del lavabo, cerrando los ojos por un instante y recordando los mensajes del día, las sonrisas cómplices y el calor que había sentido al leer sus palabras.
—Vale… vamos a ver si consigo no parecer un desastre —murmuró para sí misma, medio riéndose.
Secándose con cuidado, se dirigió al dormitorio. Allí, su armario se abrió ante ella como un campo de posibilidades infinitas. Cada prenda parecía tener vida propia, cada combinación prometía algo distinto: elegante, cómoda, atrevida… o demasiado casual. Lala suspiró, dejando que los dedos recorrieran los colgadores.
—Uf… ¿qué me pongo? —dijo, jugando con un vestido azul marino, luego con una blusa blanca y una falda negra—. Quiero impresionarle, pero sin parecer que me esfuerzo demasiado… aunque… —se mordió el labio—… ¿y si me paso de sencilla y luego me arrepiento?
Se sentó en la cama, rodeada de ropa, y dejó que la indecisión creciera mientras su mente recordaba cada gesto de Martín: la manera en que la miraba, el tono de su voz, la tranquilidad que parecía transmitir incluso cuando era travieso en los mensajes. Su corazón latía con fuerza, y la idea de la cena la hacía sentir ligera y al mismo tiempo nerviosa.
Finalmente, suspiró y decidió probarse el vestido azul marino. Al ponérselo frente al espejo, se sorprendió de cómo le sentaba; lo suficiente elegante para una cena, lo suficiente cómodo para no sentirse disfrazada. Se dio una vuelta, observando cómo caía la tela y cómo realzaba su figura.
—No está mal… —murmuró, sonriendo ante su reflejo—. Sí, creo que esto funcionará.
Luego, se detuvo frente al espejo, jugando con su cabello y probando diferentes peinados: suelto y ondulado, recogido con un par de mechones sueltos, o semirecogido con un broche sencillo. Cada opción tenía un efecto distinto, y cada una le recordaba que la noche prometía ser especial.
—Bueno… ahora los zapatos —dijo, mientras miraba su colección—. Tacones, sí, pero no demasiado altos. Quiero sentirme segura, no coja. Aunque… —se rió sola—. Igual él no se fija en eso tanto como yo creo.
Al final, eligió unos tacones cómodos pero elegantes, que le daban un toque de confianza sin sacrificar su comodidad. Se calzó y dio un pequeño giro frente al espejo, admirando cómo todo se había ensamblado perfectamente.
Antes de salir del dormitorio, se permitió un momento para respirar hondo, dejando que la emoción y los nervios se mezclaran. Su móvil vibró sobre la mesita de noche. Lo tomó con un ligero temblor de manos: un mensaje de Martín.
> Martín: “Espero que estés lista… porque esta noche vamos a pasarlo bien 😏”
Lala dejó escapar una risita nerviosa, escondiendo el móvil bajo su brazo mientras se dirigía al salón.
—Listo… —murmuró, más para ella misma que para alguien—. Que empiece la aventura.
El timbre del piso de Lala sonó apenas cinco minutos después de la hora pactada. Lala, contuvo la respiración, mientras se colocaba un mechón de cabello detrás de la oreja y echaba un último vistazo al espejo.
—Vale… ¡allá vamos! —susurró, con un cosquilleo en el estómago.
Se dirigió a la puerta, tomando su bolso, revisando mentalmente que todo estuviera preparado: llaves, móvil, cartera… y su sonrisa. Esa sonrisa que ya no podía ocultar, ni siquiera delante de sí misma. La cena con Martín prometía ser el comienzo de algo que no sabía hasta dónde llegaría, pero estaba más que dispuesta a descubrirlo.
Abrió la puerta y allí estaba Martín, apoyado en la puerta del ascensor con una sonrisa que parecía haber sido diseñada para hacerla sonreír a ella. Llevaba una chaqueta casual, camisa clara, y esos ojos que, incluso en la distancia de unos pasos, lograban que todo lo demás desapareciera.
—Wow… —murmuró, casi sin querer, mientras la miraba de arriba abajo—. Mariana … estás… uff. —Se aclaró la garganta, recuperando la compostura—. Es decir… impresionante.
Lala sintió cómo sus mejillas se calentaban. —Gracias… —dijo, con una sonrisa nerviosa pero encantada—. Tú tampoco estás nada mal.
Él le ofreció el brazo con un gesto caballeroso, y ella lo tomó, sintiendo el roce de sus manos que le provocó un pequeño escalofrío. Caminaron juntos hacia el coche, y Lala no podía evitar mirar de reojo su perfil: cómo se movía, cómo sonreía y cómo parecía natural, incluso cuando la miraba con esa intensidad que le hacía perder el hilo de cualquier pensamiento racional.
—¿Lista para nuestra cena? —preguntó él, rompiendo un poco el silencio mientras subían al coche.
—Sí… aunque debo confesar que estoy un poco nerviosa —admitió Lala, jugueteando con el bolso sobre su regazo—. No esperaba que esto fuera tan… intenso.
Martín sonrió, dejando que la mano de Lala rozara la suya por un instante más de lo necesario. —No te preocupes, yo también estoy un poco nervioso. Aunque no lo parezca, verte de esta manera… uff… me deja sin palabras.
El coche arrancó suavemente, y durante los primeros minutos compartieron un silencio cómodo, roto solo por la música suave que sonaba de fondo.
—Bueno… —dijo Lala, buscando algo que aliviara la tensión—. Si me quedo callada demasiado tiempo, que sepas que no es porque me aburra… es porque todavía estoy procesando que el “Mini Sr. R” me haya invitado a cenar.
Martín soltó una carcajada que llenó el coche.
—Ay, Dios… no me lo recuerdes. Si supieras lo que me costó mantenerme serio cuando te oí decirlo el otro día…
Lala se llevó una mano a la cara, entre risas.
—¡Sabías que era yo! —exclamó, fingiendo indignación.
—Lo sospechaba, sí —dijo él con media sonrisa—. Tu voz me resultaba demasiado… peligrosa como para no reconocerla.
—¿Peligrosa? —preguntó ella, divertida.
Martín giró un momento la cabeza hacia ella, y sus ojos brillaron en la penumbra del coche.
—Sí. Peligrosa porque me deja completamente desarmado.