Conexión inesperada

Capítulo 47

La mañana siguiente, Lala llegó al set con la determinación de mantener todo bajo control. Tenía la lista de utilería en la mano, el cabello recogido en un rodete firme y una convicción clara: nada, absolutamente nada la distraería de su trabajo.

O al menos, ese era el plan.

Porque apenas levantó la vista, allí estaba él.
Martín. Con esa maldita chaqueta negra, el cabello revuelto como si acabara de salir de un comercial de shampoo y la sonrisa ladeada que usaba únicamente cuando quería sacarla de quicio.

—Buenos días, Mariana —dijo con exagerada formalidad, inclinándose como si fuera un caballero de época.

—No empieces —replicó ella, intentando no reír mientras se escondía detrás de la carpeta—. Tenemos mucho trabajo hoy.

Él se acercó un paso más, bajando la voz.
—Yo también tengo trabajo… —hizo una pausa, mirándola directamente a los ojos—. Mantenerte distraída.

Ella soltó un bufido, pero el rubor le subió a las mejillas. Antes de que pudiera contestar, tropezó con un cable enredado en el suelo.
—¡Ay! —exclamó, tambaleándose.

Martín la atrapó justo a tiempo, sus brazos rodeando su cintura.
—Tranquila, que para eso estoy —susurró, con esa sonrisa descarada.

—¡Suelta! —respondió ella, roja como un tomate—. Estamos en pleno set, ¿quieres que todos nos vean?

En ese momento apareció Carlota, impecable como siempre, con un café en la mano y la mirada evaluadora.
—Oh, qué bonito —comentó con ironía—. ¿Ya estamos ensayando la escena romántica o es improvisación?

Lala se separó de golpe, fingiendo toser.
—Solo… casi me caigo —balbuceó.

Martín, sin perder la calma, se acomodó la chaqueta y dijo:
—Era improvisación, pero creo que la química salió natural, ¿no?

Carlota frunció los labios, dándoles una mirada rápida antes de girar sobre sus tacones y alejarse con un “hmm” que no presagiaba nada bueno.

Lala lo fulminó con la mirada.
—¿Contento? Ahora pensará que tenemos algo.

Martín sonrió, triunfante.
—¿Y acaso no lo tenemos?

Ella abrió la boca para protestar, pero lo único que salió fue un tartamudeo ininteligible. Él rio bajo, disfrutando la escena como si fuera parte del guión.

la voz de Carlota irrumpió como un rayo de sol… y un poco de tormenta.

—¡Hola a todos! —saludó con energía, recorriendo el set con pasos seguros y esa sonrisa que parecía iluminar cada rincón—. ¡Qué alegría verlos de nuevo!

Los asistentes respondieron con sonrisas y saludos, pero todos notaron cómo sus ojos, invariablemente, buscaban a Martín. Él la miró de reojo, intentando mantener la compostura, aunque un leve fruncir de ceño traicionó el mini terremoto que Carlota acababa de provocar.

—¡Martín! —dijo ella al llegar a su lado, con esa mezcla de entusiasmo y confianza que hacía que todo lo demás desapareciera—. Anoche fue genial.

Antes de que él pudiera decir algo, Carlota se inclinó y le plantó un beso rápido en la mejilla, tan cercano que su perfume y su calor se imprimieron en su memoria. Martín tragó saliva y sintió cómo la mandíbula se le tensaba. Su primer instinto fue dar un paso atrás… pero su cuerpo, rebelde y testarudo, decidió quedarse.

Lala, que hasta ese momento había estado sumida en documentos, sintió que la sangre le subía al rostro como lava caliente. Su estómago dio un brinco, y la visión de Carlota sonriendo junto a Martín le provocó una mezcla de sorpresa, celos y un toque de indignación que trató de disimular. Se inclinó sobre la carpeta, fingiendo concentración, pero cada palabra de Carlota resonaba en su cabeza como un martilleo insistente.

—Sí… la verdad es que lo pasamos muy bien —respondió Martín, intentando sonar neutral—.

Lala casi soltó la carpeta por instinto, conteniendo un bufido que mezclaba frustración y celos.

Martín, dándose cuenta del efecto que había tenido, arqueó una ceja y esbozó una sonrisa ligera, de esas que solo Lala podía descifrar: juguetona, desafiante… y un poquito culpable de encender su corazón.

Carlota, por su parte, parecía totalmente ajena a la química eléctrica que llenaba el aire entre los dos. Hablaba con entusiasmo sobre los cambios del guion y los ensayos, mientras Lala se debatía entre mirar a Martín, guardar las apariencias y mantener el corazón a salvo de las travesuras de su jefe.

—Vaya… —murmuró Lala para sí misma, con los dedos aferrados a la carpeta—. Esto va a ser un día larguísimo.

Y Martín, cruzando los brazos y apoyándose casualmente cerca de ella, dejó escapar una sonrisa cargada de complicidad: la clase de sonrisa que decía “sé que me miras y me buscas… y me encanta”.

Martín, al percibir su mirada, esbozó una media sonrisa, esa que decía “te he pillado” sin necesidad de palabras. Su estómago se tensó; sabía exactamente lo que ella estaba pensando. Pero con las cámaras rodando, los asistentes corriendo de un lado a otro y Carlota a su lado, no podía detenerse a explicarle nada. Cada segundo de espera hacía que la tensión entre ellos creciera de manera casi divertida.

Lala respiró hondo, intentando recomponerse, aunque cada palabra de Carlota, cada risa y gesto cerca de Martín, le clavaba un dardo invisible. Él, consciente de su malestar, le lanzó una mirada rápida, cargada de complicidad y promesa silenciosa: “ya hablaremos, paciencia”.

El set seguía su ritmo frenético, pero para ellos, todo giraba alrededor de esa pequeña interacción, cargada de silencios que gritaban más que cualquier conversación.

Cuando llegó la hora del almuerzo, Lala aprovechó un momento en que todos se dispersaban para escapar del bullicio. Necesitaba aire, recomponerse y calmar el torbellino que Carlota había desatado en ella. Se escondió entre un rincón con cajas de utilería, tratando de respirar sin delatarse.

Martín, que había seguido con atención toda la mañana, no tardó en encontrarla. Se acercó con pasos medidos, lo suficiente para que ella supiera que estaba allí, sin invadir su espacio… todavía.




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