A la mañana siguiente, el último día de rodaje amaneció cargado de esa mezcla extraña entre nervios y nostalgia que se respira cuando un proyecto está por terminar. Lala y Martín habían madrugado más de lo habitual. El café había sido rápido, casi improvisado, pero con risas entre cucharadas de tostadas mal untadas y alguna que otra mirada cómplice que ninguno de los dos estaba dispuesto a confesar en voz alta.
El trayecto hasta el set fue, para sorpresa de ambos, bastante tranquilo. Ni claxons interrumpiendo besos ni confesiones a media curva: solo la certeza muda de que algo había cambiado.
Cuando estacionaron, Lala se giró hacia Martín con expresión seria, aunque sus ojos brillaban con esa mezcla de nervios y complicidad.
—Recuerda: perfil bajo —le advirtió, levantando un dedo como si fuera una profesora estricta—. Ni miradas sospechosas, ni sonrisas raras, ni nada que nos delate.
Martín arqueó una ceja, divertido.
—¿Perfil bajo tú? Eso sí que sería un estreno mundial.
—Muy gracioso —replicó ella, rodando los ojos—. Estoy hablando en serio.
Él se inclinó un poco hacia ella, bajando la voz con fingida solemnidad:
—Entonces que sospechen… pero que no tengan pruebas.
Lala lo fulminó con la mirada, aunque un rubor traicionero se le escapó por las mejillas.
Y así, como si fueran dos agentes secretos en misión imposible, bajaron del coche y entraron al set.
El murmullo habitual del equipo no tardó en volverse un poco distinto apenas cruzaron la puerta del set. No fue algo explícito: nadie dijo nada de golpe, nadie lanzó una pregunta directa. Pero se notaba. Un par de miradas rápidas, un par de sonrisas contenidas, incluso un par de asistentes que se empujaron entre sí como si acabaran de descubrir un chisme jugoso.
Lala lo sintió enseguida. Enderezó la espalda y caminó con paso firme, como si nada pasara.
—Lo sabía —susurró entre dientes, sin mirarlo—. Ya nos están mirando raro.
Martín, a su lado, avanzaba con toda la calma del mundo, saludando aquí y allá como si fuera el protagonista de una alfombra roja.
—Exageras… —murmuró, aunque la sonrisa ladeada lo delataba—. Sólo nos ven llegar juntos.
—Ajá. Claro. Juntos, a la misma hora, con la misma cara de no haber dormido mucho… —susurró ella, sonriendo de compromiso a un asistente que les abrió paso—. Te juro que parecemos un cartel luminoso.
Él rió por lo bajo y se inclinó apenas hacia ella.
—La próxima vez alquilamos un cartel, así no tienen que especular.
Lala le lanzó una mirada de advertencia, aunque la comisura de sus labios se arqueaba, luchando por no sonreír.
—Martín, te juro que si nos descubren antes de tiempo, te hago responsable en mi testimonio oficial.
Él alzó las cejas, divertido.
—Me encantaría escucharlo. “Su señoría, fue él el que me besó primero en un semáforo…”
Ella le dio un codazo disimulado, justo cuando Carlota apareció en escena.
—Buenos días.
Carlota, impecable como siempre, traje sastre entallado, carpeta en mano y expresión calculada. No solía perder detalle de nada, y menos de Martín.
Sus ojos recorrieron primero a él y después a Lala, deteniéndose apenas una fracción de segundo de más en la forma en que caminaban juntos. No dijo nada todavía, pero la sonrisa cortés que lanzó tenía filo.
—Me alegra que estén puntuales —dijo, mirando a ambos con un dejo de formalidad que sonaba más a escrutinio que a saludo—. Hoy tenemos mucho que ajustar antes de la última toma.
Lala sintió un cosquilleo incómodo en la nuca. Perfil bajo, se había prometido. Perfil bajo.
—Claro, Carlota —respondió con una sonrisa profesional, intentando sonar neutral—. Estamos listos para lo que necesites.
Martín, en cambio, sostuvo la mirada de Carlota sin desviar ni un segundo. Esa calma suya, esa seguridad, solo aumentaba la sospecha en el ambiente.
Y mientras Carlota se giraba hacia un asistente para dar instrucciones, Lala tuvo la certeza de que el “perfil bajo” iba a ser mucho más difícil de sostener con ella rondando cada movimiento.
El set bullía de actividad, pero entre cables, luces y voces cruzadas, Lala apenas podía concentrarse. Tenía la sensación de que Carlota la observaba cada tanto, con esa mirada que medía más que evaluaba, como si cada gesto suyo fuera una pista de algo que todavía no había decidido si le convenía o no.
Durante un descanso entre tomas, Lala se acercó a la mesa de utilería para revisar unos detalles del guion. Estaba concentrada en sus papeles cuando una voz perfectamente modulada sonó detrás de ella:
—Siempre tan aplicada.
Lala se giró, y ahí estaba Carlota. Sonrisa impecable, perfume caro, tono amable… pero con ese brillo en los ojos que no dejaba lugar a dudas: aquello no era una charla casual.
—Oh, hola, Carlota —respondió Lala, intentando mantener la sonrisa profesional—. Solo repaso algunas marcas antes de la última escena.
—Claro, claro —asintió la otra, inclinándose apenas hacia la mesa, como si le interesaran los papeles—. Es admirable tu dedicación. No todos logran trabajar tan bien cuando hay… distracciones cerca.
Lala parpadeó, sin saber si reír o fingir que no entendía.
—¿Distracciones?
Carlota ladeó la cabeza, teatralmente inocente.
—Ya sabes… el ambiente, la tensión, las largas jornadas compartidas. Es fácil confundir el trabajo con… otras cosas.
Lala respiró hondo, obligándose a mantener la calma.
—Supongo que por eso es importante tener claro el foco, ¿no? —respondió con una sonrisa que escondía su incomodidad—. Profesionalismo ante todo.
Carlota la miró unos segundos más, como si analizara cada palabra en busca de grietas.
—Por supuesto. —Hizo una pausa, ajustando su carpeta—. Aunque, te seré sincera, me sorprende lo bien que tú y Martín se entienden. Pocos logran esa química tan… natural.
—Supongo que es cuestión de confianza —replicó Lala, conteniendo el impulso de sonrojarse.