Conexión inesperada

EXTRA

Habían pasado dos años desde que Martín la llamó “Mariana” por primera vez en un chat y ella decidió, por motivos que ni Freud podría explicar, que le gustaba.
Ahora, cada vez que él decía “Mariana”, significaba una de dos cosas:

1. Amor absoluto.

2. O algo raro estaba a punto de pasar.

Y aquella tarde… definitivamente era la segunda opción.

Lala estaba sentada en el suelo del salón, rodeada de cajas con ejemplares de su novela histórica, Los susurros de Granada. El libro había explotado en ventas. La editorial había pedido segunda edición, su mamá tenía un altar improvisado con fotos de la presentación, y Sofía seguía llorando cada vez que Lala firmaba un ejemplar.

Todo era maravilloso, sí. Excepto un detalle.

La prueba de embarazo había dado positivo.
Martín estaba en Chicago por trabajo y volvería en cinco días.
Cinco.
UNA ETERNIDAD.

—Muy bien —se dijo a sí misma—. No pasa nada. Lo gestionamos. Esto es normal. Mujer adulta. Profesional. Autora publicada. —Hizo una pausa, con un nudo en la garganta—. Ay dios mío.

Y se echó a llorar.
Y luego a reír.
Y luego a llorar otra vez.

—Perfecto, estoy fatal —dijo en voz alta, secándose las lágrimas mientras se reía sola—. Genial, Lala. Fantástico.

—Respira —se dijo, con una mano en la tripa todavía plana—. Martín no es de perder los nervios. Martín es sensato. Martín es ordenado. Martín… —miró el test sobre la mesa—. Martín va a quedarse en shock.

La pantalla del móvil vibró: Videollamada de “Martín”.

—Ay, no… —susurró Lala—. Yo así no puedo dar una noticia tan grande. Necesito un prólogo, un esquema, una presentación de PowerPoint.

Atendió.

Martín apareció en la pantalla desde una habitación de hotel elegante, con la camisa impecable, cara de cansancio… y esa sonrisa suave que siempre le calentaba el pecho.

—Hola, Mariana —dijo con voz grave—. Te echo de menos.

—Yo también —respondió ella, tragando saliva.

Martín la miró con detenimiento.

—Tienes cara de… haber hecho algo.

—¿Algo bueno o algo terrible? —preguntó Lala.

—Con tu historial, puede ser cualquiera de las dos.

Lala apartó disimuladamente el test como si él pudiera verlo a través de la pantalla.

—A ver… tengo que contarte algo muy importante, pero prométeme que no te asustas.

Martín frunció el ceño.

—Mariana, si has quemado algo, por favor dime que no ha sido la cocina. Solo eso te pido. No tengo energía hoy para gestionar un incendio.

—¡Que no he quemado nada! Bueno… no hoy, al menos.

—Perfecto. Ya me estás preocupando. Mariana… ¿estás llorando?

—No —respondió ella, llorando.

Él ladeó la cabeza.

—¿Y estás… riéndote?

—Tampoco —respondió ella, riéndose.

Martín parpadeó.

—¿Estás bien?

—Sí —dijo ella, con voz temblorosa—. No. Sí. Creo. No lo sé.

Martín apretó los labios, conteniendo una sonrisa nerviosa.

—Vale, algo pasa. Dímelo. ¿Qué ha ocurrido? ¿Se ha roto algo? ¿Te has caído? ¿Ha muerto una planta? ¿Has firmado un contrato sin leerlo?

—Nooooo —soltó Lala, entre llanto y risa—. ¡Nada de eso!

—Mariana, te conozco —respondió él, suave—. Tienes la cara de cuando ha pasado algo pero no sabes cómo decirlo.

Lala respiró hondo.

Él apoyó los codos en la mesa, preocupado y tierno a la vez.

—Vale, cariño. Respira. ¿Qué ha pasado exactamente?

—Vale, lo suelto del tirón, como cuando te arrancan una tirita. ¡Zas! —hizo el gesto en el aire—. Pero no grites.

Martín apoyó las manos sobre la mesa del hotel, nuevamente.

—Mariana. Dímelo.

Lala se secó la nariz, cogió el test con manos temblorosas y lo levantó frente a la cámara.

Martín entrecerró los ojos.

—¿Es eso lo que creo que es?

Ella asintió, llorando-risueña.

—Voy a ser mamá.

Un silencio monumental.

Martín pestañeó. Dos veces.

—Pero… ¿segura? —preguntó finalmente— ¿Has hecho más de una prueba?

—He hecho tres. —Hizo una pausa, sollozando—. Y están igual de positivas.

Martín abrió la boca.
Se la tapó.
La volvió a abrir.

Y de repente sonrió.
Una sonrisa lenta y luminosa.

—Vamos a tener un bebé —susurró—. Mariana, cariño… vamos a ser padres.

Lala se echó a llorar otra vez.

—¡Lo sé! Ay dios mío, es que… ¡no puedo parar!




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