Conflictos: El Origen.

Las Ocho Cartas

El sol aún no salía del todo cuando Boris abrió los ojos. La sensación de calor junto a él le recordó que no estaba solo. Darwin seguía dormido a su lado, su respiración tranquila, su brazo descansando sobre su cintura. Por un momento, Boris quiso quedarse así, en la calma de esa mañana, pero su teléfono vibró sobre la mesa de noche.

Con cuidado de no despertar a Darwin, tomó el celular y vio la notificación de una llamada entrante. Austin Guzmán.

—¿Aló? —respondió en un susurro.

—Boris, necesito verte ahora. Es urgente. Ven a mi casa.

El tono de Austin lo alarmó. Se sentó en la cama, mirando de reojo a Darwin, que apenas se removió entre las sábanas.

—¿Todo bien? —murmuró Darwin, medio dormido.

Boris dudó un instante antes de responder.

—Sí, no te preocupes.

Darwin lo jaló hacia él y besó sus labios. Empezó a besar su cuello y le acariciaba su cuerpo.

-Tengo que irme.

-Espera. Aún tenemos algo que nos quedó pendiente.

-¿Tienes ganas de hacerlo?

Darwin lo miró y respondió casi en susurro:

-Sí. Quiero hacerte mío.

-Darwin...

-No me dejes con ganas. Hazlo por tu novio.

-Ah, entonces sí recordaste que ya somos novios.

-Es lo que ambos queríamos. Y ahora que es seguro, te mereces muchas cosas bonitas y yo te las daré. Y también quiero que disfrutes mucho de nuestros momentos de placer e intimidad.

-De acuerdo. Ahora tengo un poco de prisa, así que...

-No nos demoraremos mucho.

Boris se dejó llevar por cada beso y cada caricia que Darwin le daba. Ambos disfrutaron del deseo consumido.

Luego de eso, Boris y Darwin se visten por igual.

-Gracias por haberte quedado conmigo. Fue muy lindo de tu parte.

-Es lo menos que puedo hacer por mi hermoso novio.

Darwin besó la mano derecha de Boris.

-Me encanta tu ternura, Darwin.

-¿Voy a seguir siendo Darwin?

-Lo siento. Eres mi primer novio y por eso soy nuevo.

-Descuida. Puedes decirme "amor", "mi amor", "mi rey", "papi", "gordo o gordito". Incluso puedes decirme "mi vida" si lo sientes. Yo te diré "mi chiquito", "mi príncipe", "amor o mi amor". ¿Estás de acuerdo?

-Sí, mi amor.

-De acuerdo. Me tengo que ir a casa, amor.

-Yo tengo que ir a casa de Austin. Y ahora que lo menciono: deberías hacer las paces con él.

-Lo haré antes de volver al colegio. Te lo prometo, mi chiquito hermoso.

Boris besó sus labios y sonrió.

Ambos salieron de la casa.

-Cuídate mucho, amor. Te escribo más tarde.

-Igualmente cuídate mucho, amor.

Darwin y Boris caminaron en distintas direcciones.

******

Boris no tardó en llegar.

Lo recibió Austin, pero no estaba solo.

En la sala, había ocho personas esperándolo.

Ariel Campoverde, Liliana Arroyo, Mauricio Murillo, Andrea Murillo, Sheyla Tucker, Miranda Campoverde, Karelis Arroyo y Charles Tucker.

Boris se tensó.

Austin suspiró antes de hablar.

—Te llamamos porque necesitamos tu ayuda.

Los ocho intercambiaron miradas.

—Cada uno de nosotros escribió algo importante. Secretos que no pueden caer en las manos equivocadas-fueron las palabras de Karelis.

—Queremos que guardes estos secretos —continuó Austin—. Son cosas que nuestros enemigos jamás deben saber.

-¿Por qué yo?

Miranda habló con certeza:

-Porque confiamos en ti, Boris. Austin nos ha recomendado a ti para esta tarea.

-Todos somos víctimas de enemigos peligrosos, incluyendo a Cristina Mendoza- manifestó Andrea.

Boris sintió un escalofrío.

Uno a uno, los chicos le entregaron un sobre. Austin le anunció;

-Tendrás que guardarlos muy bien, lejos del alcance de manos equivocadas.

-¿Puedo saber lo que contienen?

—Puedes leerlos —respondió Liliana—. Pero no puedes contarle a nadie. Ni siquiera a Denis o a Darwin.

Boris los observó con cautela. Sentía mucha tensión en su mirada y el peso de una gran responsabilidad.

-Prometo cuidarlos muy bien.

Boris tomó las cartas y las metió en un bolso de lana que Austin le había dado.

Antes de retirarse, Austin le dió una carta adicional y le explicó que habían otros secretos, incluyendo el suyo.

-No te preocupes, Austin. Yo te doy mi palabra de que ayudaré a los demás que tienen secretos.

-Perfecto. En unos días te llegará un sobre grande con las cartas adicionales. Hasta eso, mantén las ocho a buen recaudo.

-Lo haré.

Boris se marchó llevando el bolso de lana en su mano y caminó hacia su casa.

Aquella tarde, al regresar a casa, Boris se encerró en su habitación. Con manos temblorosas, colocó los sobres sobre la cama y, una vez solo, comenzó a leerlos. Cada carta desvelaba historias de embarazos inesperados, relaciones fallidas y traiciones que, de ser conocidas, podrían destruir a sus autores.




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