En la mesa de Mara se encontraba una armónica y un libro cuyo título es “Pólvora en el amanecer” de doscientas páginas. El autor es J. Eslater, no hay foto de referencia, ni en la contracubierta, ni en ninguna parte. Seria agradable estar inmerso en esa lectura, cuya buenas críticas se podrían leer en una pequeña etiqueta de la portada, donde dice más de un millón de copias vendidas. Sobre el texto, había una parte subrayada, que evidenciaba que la relación de los protagonistas empezaba de forma lenta, pero daba pequeños indicios de mejora. Era uno de tantos detalles que la dueña del texto ha notado, y que cuando sea escritora le gustara conseguir.
Pero, aquel no era el momento para leer, Mara se ocupaba de lavar sus platos. Su principal actividad de ese esos momentos sería la de ir al turno vespertino de su trabajo en la granja, donde, a pesar de su desconocimiento, le esperaba una jornada interesante.
Para empezar el transporte público se enfrentó a un atasco, en medio centro del pueblo, no se trataban de una gran urbe, pero si de un sitio muy turístico, y justo ese día parecía haber una afluencia de coches un poco por encima de lo normal. Casi no se maquilla demasiado, por lo que aprovecho la espera en el bus para usar la cámara de su teléfono y asegurarse de estar decente, su cabello negro le llegaba hasta los hombros, y como de costumbre su expresión no mostraba algún rastro notorio de felicidad por ir a su trabajo, tampoco estaba molesta, después de todo no era tan malo, y siempre había algo que hacer.
En el último tramo notó en el chat grupal de su club de lectura que alguien compartió la publicación de un concurso de novela corta, quizás sería su momento de postular con una de las cosas que había escrito por hobby en los últimos años, como el premio tenía tres puestos y era dinero, lo consideró mientras salió del bus, y caminaba por la calle con algunos charcos, el suelo adoquinado la llevaría a la sala de empleados de la granja. Su jefe no parecía muy contento con ella.
—Llegas tarde —dijo el sujeto de unos cincuenta años, con una gorra gastada—, han empezado el tour sin ti.
—Lo siento —dijo ella, sin sentirlo—, ha habido tráfico, pero solo fueron unos minutos, me pondré el uniforme enseguida.
—Entre Leire que parece que se va temprano cada tercer día y tú que… —La vio sacar la ropa de estar en el interior—. Un momento, no usaras eso.
—¿Pero, por qué? —Se suponía que tenía turno en la tienda de recuerdos.
—Llegaste tarde —contesta el jefe—, te tocara trabajar fuera, y necesito que guies al nuevo.
—¿Hay un nuevo? —dijo casi suspirando—, pero Carlos se suele encargar de ellos.
—Carlos está dando el tour de los caballos —Respondió—, y si el nuevo solo estará unos meses, dijo que era un proyecto o algo así, trabajara cuatro horas, así que ya sabes que ponerlo a hacer.
—Claro, los trabajos más pesados —dijo Mara, con una ligera sonrisa malvada. Entonces volteo a un lado del pasillo. Allí vio a un hombre que nunca había visto, con la indumentaria de trabajo de campo.
—Que amable de su parte —dijo con medio en broma el nuevo. Era como dos cabezas más alto que ella, de cabello ondulado, un poco largo y aunque se veía ejercitado, lucia más como un intelectual—. No sabía que ese era el trato para los nuevos compañeros.
—¡Descuida Joel! —dijo el jefe, algo entretenido—, Mara te acompañara a trabajar, así que no harás nada solo.
La vio exhalar por la nariz, sus expectativas para el día consistían en estar tras el mostrador, pero todo acaba de cambiar.
—Mara —El jefe dijo, y capto su atención. Ella le dio una mirada lo más cordial que pudo, y él en ese momento solo quería molestar—, no olvides que en “Granja Deliexperienicas” la actitud es lo primero ¿Cierto?
—Cierto señor —dijo ella, y luego miro a su nuevo compañero.
Aquella granja era enorme, tenían acceso a muchos corrales que se mantiene cuidados por la menor cantidad de personas posibles, es parte del lema del dueño, aunque no lo diga, pues no cree que sea bueno escribir eso en la misión y visión. Pero a pesar de todo en el aspecto visual no suele escatimar en gastos, hay camino empedrados, establos espaciosos, sitios para guardar los vehículos, y otras áreas para preparar alimentos, cosa que es parte de la especialidad del lugar. De un lado se encuentra la zona de hospedaje, donde las familias suelen quedarse unos días para asegurarse de aprovechar sus vacaciones en hacer todas las actividades que puedan, con o sin sus hijos.
Otra zona muy importante que Mara le enseñaba a Joel cuando ya se había cambiado a la ropa necesaria para sudar, era el área de los corrales. Cabras de un lado, las vacas y toros en otro corral, y su favorito era;
—Este es el de los caballos, aquí empezaremos —Abrió el corral y entro dejando pasar al novato, que parecería maravillado, como si nunca hubiera visto a tales criaturas, eran alrededor de doce que por lo general no se les acercaban mucho mientras se dirigían al establo—, tomaremos una pala cada uno y recogeremos sus desechos para meterlos en el saco, uno para cada uno, pues son sacos pequeños.
—Me parece bien —Ambos llevaban sombrero y él se ajustó el suyo, luego recibió de ella un saco mediano—, ¿Tienen nombre?
—Sí, todos —Típica preguntas de novatos, aunque tampoco es como que ella lleve tantos años ahí, como unos cinco—. Por cierto ¿Qué edad tienes?
—Treinta —dijo, recogiendo la pala, y moviéndola para hacerse una idea del peso.
—Tres menos que tú —Iba a decir “usted” para devolver el favor, pero ya lo dejo de esa forma—, bueno, colocare un saco abierto aquí, yo iré por la izquierda, tú la derecha, y cuando acabamos iremos a ver a las gallinas.
—Bien —Se estiro antes de comenzar, y al notar la actitud dócil de los caballos le surgió otra duda—, supongo que no son agresivos estos caballos, ¿verdad?
—Ah, claro que no… —dijo colocándose los audífonos inalámbricos, y eligiendo lista de reproducción bastante movida de rock en español—, salvo que estés detrás de ellos por mucho tiempo.