Tras unos minutos Joel, con su camisa limpia continua con el trabajo, se desplazaba con algo más de lentitud que antes, y le pareció extraño que Mara no le hablara, pero tampoco le interesaba demasiado, sobre todo luego de haberse portado de una forma tan poco profesional como hace poco. No tenía caso buscar una respuesta si ella no quería dársela, por lo que lo que ocupo su mente era saber sobre lo que aprendería ahí, no solía hacer trabajo físico, por lo que dentro de todo agradecía la experiencia, ya que gran parte de los procesos que aprendería, y de los esfuerzos que invertiría en aquel sitio, se convertiría en vivencias que luego podría relatar con algo más de detalle en sus futuras historias.
Cuando fueron a ver a las gallinas Mara todavía pensaba en lo que descubrió, si sus deducciones eran correctas, se encontraba en una posición única, tenía frente a su escritor favorito y podría pedirle ayuda para pulir sus obras y participar en el concurso de novela corta, además claro, de un merecido autógrafo.
—Los huevos se recogen temprano —Le dijo ella, sin emociones, al ver que no parecía de tan buen humor—, lo que haremos nosotros será dejar comida y cambiar el agua.
—Claro, enseguida —Agarro el agua de la cubeta y entró por la puerta abierta del espacio de las gallinas. Su humor no era malo, pero tampoco quería hablar demasiado con ella no habían más preguntas que efectuar, y se esperaba que así sea el resto del día.
Para Mara era una tremenda decepción enterarse de que él resulto ser alguien que descansa a tan poco rato, todavía se preguntaba cómo es que se le cayó su teléfono, y lo que más ocupaba su cabeza era esperar a que puedan estar ambos en un mejor estado de ánimo para preguntarle de su trabajo, ya que, entiende que no soltara tan fácil lo de su oficio de escritor, probablemente ahí si se esfuerza mucho y no hace descansos a tan poco tiempo de iniciada la actividad. Era necesario hacerse su amigo, pero antes tiene que contarle su hallazgo a alguien.
Cuando su jefe vino y dijo que ahora Carlos podría enseñarle a Joel sobre la parte de las vacas. Mara aprovecho para ir a la tienda de recuerdos. Un establecimiento pequeño cerca de la entrada principal, donde se exhibían no solo tazas con el logo de la empresa, marcos para fotos, tarjetas, gorras y otros artículos variados, sino que también se ofrecían productos hecho en la misma granja, como el queso, que era la especialidad, o las tartas.
—¡Vuelvan pronto! —Le una mujer delgada y de rasgos faciales más suaves, a una familia a quien le hacía entrega de una tarta para llevar—, y gracias por su compra.
Es mucho más sonriente que Mara, y a ella le cuesta imaginarla sin una expresión alegre en su rostro.
—Leire ¿Esa fue la última tarta? —Mara había llegado justo cuando los clientes se iban.
—De momento, si —Miro la vitrina. Había pocos postres—, si, es la última, aún nos quedan unos quesos y luego traen la mermelada.
—Genial, ahora mismo creo que tengo un rato libre, luego iré a ver si toca limpiar algo.
—Yo espero el cargamento de vacunas si quieres me puedes ayudar a aplicarlas ¿Estabas con el nuevo? —dijo ella con las manos cerca de la caja registradora—, lo vi hace un rato, creo que estará bien.
—Sí y descubrí… ¿Cómo que estará bien?
—Del golpe —Se da dos toques en el pecho—, suerte que no fue Rocky, no me hubiera gustado tener que pedir el número de la morgue.
—No entiendo de que hablas.
—Hace rato vino a preguntarme donde podría conseguir una camisa limpia, note que estaba adolorido, y me dijo que un caballo lo pateo —Leire ve en la expresión de Mara, que se quedó sin palabras, y con una palidez difícil de conseguir—, ¿Pasa algo? Parece que viste el aleph.
—Lo pateo un caballo —Apoya las manos en la vitrina y miraba en dirección al suelo. Todo está arruinado—, yo pensé que era vago… y ni siquiera me di cuenta ¿Cómo es que no me di cuenta?
—Bueno, ya se le pasara —Ella se le acerco—, fue el pequeño Bill quien lo tumbo, así que no se rompió nada, yo mismo lo examine.
—¿Lo tocaste?
—Lo “examine” —aclara—, pensé que estabas enterada y por eso querías que siga trabajando.
—No tenía idea —Se aprieta un poco las sienes—, jamás me dará su autógrafo.
—Claro, eso sería… —confusa—, bastante raro.
—¡No entiendes! —Casi golpea la vitrina que se interponía entre ambas, pero retomo el volumen normal, e incluso bajo la voz por si algunos de los pocos clientes del fondo la escuchaban—, él es J. Eslater, vi en su teléfono que recibió un pago por uno de sus libros.
—¿Qué? —Poco probable—, ¿Y qué haría aquí?
—En una entrevista había dicho que siempre le gusta experimentar un poco de la realidad de sus personajes antes de escribir, para “Mareas profundas” estuvo en un barco pesquero, para “El fuego eterno” entrevisto oficiales e hizo las pruebas de bomberos, y para “El presidente mercenario” se fue de vacaciones a la playa.
—Entonces dices que busca inspiración para un libro ¿Cierto?
—¡Exacto! —Se lamenta—, y ahora me odia, quizás me haga una referencia en un libro, seré una villana sexy de un protagonista que huye de su oscuro pasado que lo atormenta.
—O solo una villana.
—Lo que sea —Trato de calmarse—. Tengo que hacer que no me odie ¿Pero cómo?
—Disculpándote quizás —teorizó Leire—, y aclarando el malentendido.
—Quizás, pero debe haber otra manera —dijo ella pensativa.
Tenía que pensar, mientras eso, dejo espacio a que una pareja que se acercaba, ya que iban a comprar algunas cosas.
En el corral de las vacas Carlos, un sujeto musculoso como superheroe de cabello rizado y muy corto le daba una pequeña charla a Joel sobre el cuidado de aquellos animales, mientras llevaban cada uno una cubeta con leche a un comedor.
—Pero cualquier otra duda sobre su salud —dejo la cubeta en la mesa—, tienes que preguntarle a Leire, ella es veterinaria.
—¿Es la que estaba en la tienda?