Xander Mylonas trazó su destino el día que decidió llevarle la contraria a su padre y seguir su sueño de ser artista.
Dejó atrás su país, a su familia, y se mudó a Francia convencido de que el mundo lo aplaudiría por su talento. Después de todo, hablaba francés bastante bien y alguien le había prometido ayudarlo a cumplir su sueño de convertirse en un artista clásico reconocido.
El problema fue que la promesa resultó más falsa que un billete de tres euros. Su carrera artística fracasó estrepitosamente, y Xander, terco como era, se negó a regresar a su país a escuchar el “te lo dije” de su padre. Así que se quedó en Francia, sobreviviendo como podía.
Descubrió que, si bien la música no se le vendía ni a su madre, en marketing era un genio. Podía vender cualquier cosa… menos sus propias canciones. Ese talento inesperado lo llevó a conseguir un puesto en una prestigiosa compañía como director de publicidad. Todo iba viento en popa, y Xander todavía soñaba con demostrarle a su padre que no era un fracasado.
Hasta que un día su jefe enfermó y, sin previo aviso, decidió dejar la empresa en manos de su hija.
—Buenos días —saludó ella, con una mirada que podría haber derretido a cualquiera, pero de rabia.
Nadie se dignó a devolverle el saludo con una sonrisa.
—¿Así trabajan aquí? ¿Chismeando en horario laboral?
Los empleados corrieron a sus puestos.
Xander, sin saber quién era, se cruzó de brazos.
—¿Y usted quién se cree para venir con esa actitud?
La mujer lo midió de arriba abajo, con esa misma mirada que usaba para triturar hombres después de que su prometido la traicionara con su mejor amiga.
—No me intimida, señor. Si es un cliente grosero, la puerta está allá.
—Soy Xander Mylonas, director de publicidad. ¿Con quién necesita hablar?
—Perfecto. Soy Jade Cosgrove Lesher, hija única y heredera de Philippe Cosgrove. Desde este instante, usted es mi asistente… hasta que contrate a alguien nuevo. Claro, si no quiere renunciar.
Xander se quedó mudo. La vio alejarse con paso firme hacia la oficina de su padre y apretó los dientes.
—¿Lo sabían? —preguntó a sus compañeros.
—Creíamos que el jefe te había informado. Está muy enfermo. Y un consejo: no te metas con ella.
Pero Jade volvió y lo señaló como si fuera un mesero.
—Tú, tráeme un café oscuro. Rápido.
—¿Qué? —exclamó indignado.
—¿Además de torpe, eres sordo?
—No, pero no soy empleado de servicio, yo soy…
—Eres un empleado de esta empresa. Y si yo quiero café, me lo traes. Si no, la salida es amplia.
—Está bien… un café oscuro —la remedó indignado.
Ella sonrió con triunfo y se fue. Xander, mientras llenaba la taza, decidió que aquello era una guerra.
Y vaya guerra. Con el tiempo perdió todas las batallas cuando su corazón lo traicionó y se enamoró de esa insoportable mujer que ahora llamaba “jefa”.
Aguantó sus insultos y desplantes, convencido de que, aunque lo negara, ella sentía lo mismo. Pero Jade prefería seguir siendo la indomable, siempre lista para despreciarlo.
Intentando olvidarla, Xander empezó a frecuentar un bar. Allí conoció a una mujer demasiado directa, demasiado insistente… y demasiado peligrosa. Una noche de copas terminó en la intimidad. Y esa intimidad, en consecuencias.
Desde que supo que sería padre, Xander dejó de mostrar interés por su jefa. Era un amor imposible. Pero Jade, al notar su indiferencia, se volvió más insoportable que nunca, especialmente con él. Y aunque necesitaba el trabajo, más necesitaba ser un buen padre, así que Xande se tragó su orgullo y se quedó.
—Es un imbécil —mascullaba Jade cada vez que lo veía con su aire indiferente y sus trajes ridículos.
Mientras que él, apenas podía oler su perfume sin suspirar, tenia que detestar a esa horrible mujer, pero su corazón elegía amarla.
—Basta, Xander… olvídala. Esa testaruda solo te dará órdenes.
Fue así como Xander se convirtió en un hombre indiferente con su jefa, dedicado a su hijo… aunque su corazón siguiera rendido ante ella, estaba dispuesto a ignorarla, como solía hacerlo ella.