—¿Qué ha dicho? —preguntó Jade, ladeando la cabeza con fingida inocencia, como si no hubiese oído nada.
—Nada —Xander masculló con fastidio—. Esto es una completa locura. Mejor voy por mi hijo.
Giró apenas los hombros, como si con ese gesto quisiera dar por terminada la conversación.
—¿A dónde cree que va? —se adelantó un paso y lo tomó del brazo, obligándolo a detenerse—. Soy su jefa y le ordeno que se quede. No hemos terminado.
Él arqueó una ceja, divertido por la osadía que ya no le sorprendía. Jade, sin embargo, siguió hablando, como si aquello se tratara de un simple asunto laboral.
—Le estoy diciendo que he mentido. Que tiene que fingir que somos esposos, que su hijo es mi hijo. ¿Le quedó claro?
Xander entrecerró los ojos. No estaba seguro de si reír o molestarse por su descaro. Murmuró algo en su idioma natal, palabras rápidas y cortantes, lo bastante bajas para que Jade no entendiera ni una sílaba.
—¿Qué significa eso? —preguntó ella, desconcertada.
Él no dudó en responder:
—Que ese hombre, sentado ahí con mi hijo en brazos, es mi padre. ¿Se da cuenta de lo que implica? ¿Entiende lo que una mentira así podría significar para su empresa?
Jade alzó la barbilla, fingiendo seguridad.
—Asumiré el riesgo. Por ahora usted es mi empleado y eso significa que…
Xander estalló en una carcajada.
—¿Empleado? Si se da cuenta de que si quiero, puedo negarme a ser el anfitrión de su compañía. Que puedo convencer a mi padre de no aceptar el proyecto, de no vincularse jamás con su empresa. ¿Y sabe qué? Tal vez lo haga. ¿Por qué pondría el legado de mi familia en manos de alguien tan arrogante y déspota?
Se giró para marcharse, pero Jade reaccionó rápido. Lo jaló hacia un rincón, lejos de las miradas curiosas. Desde allí, ambos podían ver a su padre riendo con el pequeño, completamente ajeno a la tensión entre ellos.
—¿Por qué no piensa un poco más? Sea más inteligente, no el torpe de siempre. ¿Quiere que su padre siga viéndolo como un fracasado? ¿Va a contarle también que hasta la madre de su hijo lo abandonó?
La mandíbula de Xander se tensó.
—Lo que mi padre piense de mí me tiene sin cuidado.
Intentó marcharse otra vez.
—¡Maldición! —escapó de los labios de Jade, que volvió a sujetarlo del brazo—. Está bien, por favor… ¿quiere que le suplique su ayuda?
Xander la observó en silencio. Era la primera vez que lo miraba con ojos suplicantes.
—Decir la verdad me arruinaría —continuó ella, tragándose su orgullo—. Su empresa es la única que puede salvarnos en este momento.
Él ladeó la cabeza, disfrutando de la situación.
—¿Y qué me ofrece a cambio? Ya no puede subirme el sueldo, ni devolverme la dirección de publicidad. Soy millonario, Jade. Dígame, ¿qué pone sobre la mesa?
Ella tragó saliva.
—No lo sé… pero habrá algo que pueda darle.
Xander estuvo a punto de negarse, pero una idea le surgió.
—Está bien. Fingiré ser su esposo. Fingiré que mi hijo es suyo. Pero debe saber que toda la responsabilidad de lo que ocurra recaerá sobre usted.
—Perfecto, ya vamos —ella lo empujó ansiosa por cerrar el trato.
Pero Xander no se movió. Plantó los pies como si estuvieran enraizados en el suelo.
—¿Y ahora qué? —exhaló Jade, ya sin paciencia.
—¿De verdad cree que va a darme órdenes? Después de cómo me trató desde que llegó, declarando una guerra que yo jamás pedí… No, jefa. O debería decir “esposa”. Aunque claro, para ser esposo tendría que pedírmelo, ¿no?
Ella lo miró como si acabara de escuchar el mayor disparate del mundo.
—¿Qué significa eso? Lo he tratado como lo que es: un empleado torpe, ineficiente…
Xander dio media vuelta, dispuesto a largarse. Jade suspiró, crispada, y lo detuvo una vez más.
—Está bien. Me disculpo por todo. Ahora, ¿podemos ir con su padre?
—¡No! —contestó él de inmediato, cruzando los brazos.
—¿Cómo que no?
—Así es, esposita. Si quieres que acepte fingir ser tu marido, tienes que pedírmelo.
Jade rio incrédula.
—No hable tonterías, Xander.
Lo tomó del brazo, intentando arrastrarlo, pero él no dio un solo paso.
—¿Está hablando en serio? —preguntó ella, mirándolo con disgusto.
—Muy en serio. Hablas con el heredero de ese hombre. Si quiero, le digo que me haré cargo del legado y me voy con la competencia. Así de simple. ¿Quieres un trato? Pídemelo como corresponde.
Molesta alzó la mano para abofetearlo, pero Xander fue más rápido: atrapó su muñeca en el aire y la acercó contra su pecho.
—Es usted un desgraciado —dijo ella, furiosa—. ¿Cómo se atreve a tutearme y a ponerme las manos encima?
—Y tú una mentirosa. Bien, me largo. Renuncio. Vuelvo a mi país. Que tengas un buen día y una feliz vida, si la amargura no te mata antes.
Apenas dio un paso cuando Jade, con los ojos brillando de ira y el orgullo herido, se plantó frente a él.
—Está bien. Xander Mylonas, ¿quiere ayudarme fingiendo ser mi esposo, por favor?
Él sonrió de lado, saboreando la victoria.
—Mmm… falta algo. Sé que puedes hacerlo mejor.
—No sea ridículo, no tengo tiempo para… —se interrumpió al verlo girar sobre los talones, listo para marcharse—. ¡Por Dios! ¿Qué quiere?
—Que me lo pidas como se debe. Con cariño. Ya sabes, “¿quieres casarte conmigo?”. Una mirada tierna y un beso.
—¿Está loco? Jamás…
—Mucha suerte, ex jefa.
Xander avanzó despacio, dándole tiempo a Jade de decidir. Ella lo siguió con la mirada, con el corazón acelerado contra su voluntad. Y antes de que él se alejara demasiado, lo alcanzó.
—Estúpido… ¡va a salirle caro! Xander, ¿quieres casarte conmigo?
—Hmmm… aún falta ternura. Y el beso.
—¿Lo divierte, idiota?
—Un poco.
—¡Está bien! —se rindió Jade, acercándose despacio. Subió su mano hasta la mejilla de Xander, lo miró a los ojos y suspiró—. ¿Me harías el honor de ser mi esposo?