Conquistando a la jefa

16

Xander no solo se organizó, sino también a su hijo. Salieron en busca de un anillo digno de la arrogante de su jefa… o futura esposa. Pensar en eso no solo le arrancó una sonrisa, sino que también lo animó a ir a la peluquería.

En tanto lo atendían, pensó que tal vez aquel cambio no era solo estético, quería gustarle de verdad.

Mientras él intentaba lucir más presentable, Jade seguía atrapada en la ducha. El agua no lograba enfriar el calor que le recorría el cuerpo. No era una mujer inocente, pero lo que estaba sintiendo ahora era algo que no había experimentado antes, ni siquiera cuando estuvo prometida. Su vida antes era predecible; ahora, un caos con nombre y apellido.

Se sintió ridícula cuando decidió cuál era la “solución” a su problema. Entre pensamientos sobre Xander y una mezcla de confusión y deseo, terminó haciendo algo que jamás pensó que haría. Cuando por fin salió del baño, no solo su ánimo había mejorado: también parecía tener una nueva claridad sobre lo que debía hacer.

Aprovechó el impulso y fue a visitar a su padre. La salud de Philippe no había mejorado, pero al menos no se veía tan mal como temía encontrarlo.

—Qué sorpresa que me visites —dijo él, divertido—. No hay muchas cosas que te hagan venir por aquí. Ni siquiera mi salud.

—No exageres, padre. ¿Estás comiendo bien y tomando el medicamento?

El hombre la observó, sorprendido no solo por la pregunta, sino porque su hija lo saludara con un beso en la cabeza y un abrazo rápido.

—Lo hago, lo hago. No te preocupes por mí. Mejor dime qué es lo que te trae por aquí.

—¿No puedo visitar a mi padre?

Philippe soltó una risa ronca.

—Seré viejo, pero no estúpido. Es evidente que algo te pasa, Jade Cosgrove.

—Es… es que…

Él la miró intrigado. Nerviosa, Jade le dio un vaso de agua.

—Me voy a casar —soltó como si hablara del clima.

Philippe arqueó las cejas.

—Debe ser que ya estoy peor de lo que creía. Escuché que dijiste que te vas a casar.

—Me voy a casar —repitió con firmeza.

El hombre comenzó a toser, atragantado por la sorpresa. Ella corrió a darle palmadas en la espalda y le ofreció agua. Luego, con cautela, se sentó frente a él, preparándose para el interrogatorio.

—¿Me estás diciendo que te casas por interés? —preguntó con voz grave.

—No, padre. No es lo que quise decir.

—¿Entonces amas a ese tipo? A todas estas… ¿quién es el imbécil?

—Xander Maylonas.

Philippe soltó una carcajada tan fuerte que casi vuelve a atragantarse. No porque no le agradara Xander —de hecho, lo consideraba un buen empleado—, sino porque jamás habría imaginado que su hija lo vería de otra forma.

—Ya, deja las bromas y dime quién es el tipo.

—Te hablo en serio.

Philippe la miró fijamente, intentando detectar alguna señal de burla. Pero al verla rascarse la nariz —su tic cuando decía la verdad—, sonrió resignado.

—Bueno… tienen mi bendición. ¿Cuándo será la boda?

—Aún no lo decidimos, pero necesito que hagas algo por mí.

Philippe entrecerró los ojos, escéptico. Ella le explicó la situación, aunque, como era costumbre, le ocultó la verdadera razón de todo.

—Si eso es lo que quieren, eso haré —aceptó finalmente. No porque le gustara la idea de mentir, sino porque vio un brillo en los ojos de su hija que hacía años no veía. Si su tiempo se acortaba, al menos deseaba verla establecida antes de partir.

—Gracias, padre. Y ya que estoy aquí… ¿por qué no me cuentas cómo te ha ido con la enfermedad y qué haces en tus días?

Philippe sonrió conforme. Hablaron un largo rato, y aunque el aparente motivo del buen humor de Jade parecía ser Xander, la realidad era que el “desahogo” que había tenido en la ducha había despejado más que su mente.

Horas más tarde, Xander llamó a su padre para avisarle que ya tenía el anillo. Reservó una mesa en el restaurante más prestigioso de la ciudad y le pidió que, junto a Sulen, cuidara de Aylan. Antes de salir, volvió a la casa, se organizó y decidió llevar al niño con él.

—Buenos días, Xander. Te ves bastante bien —comentó uno de sus compañeros.

—Buenos días. No exageres, solo cambié el atuendo y fui a la peluquería. ¿Jade ya llegó?

—Sí, hace un instante. Por poco y coinciden.

Xander sonrió con una chispa traviesa. Esperó a que los demás terminaran de saludar a Aylan y se dirigió hacia la oficina. En el pasillo, Nikol lo detuvo.

—Hola, Aylan. ¡Qué guapos los dos!

—Gracias. Tú estás hermosa, como siempre.

—Shhh, que no te escuche. La jefa está de un humor tan raro y bueno hoy que no quiero que cambie.

—¿De buen humor? ¿Y eso?

—Ni idea. Entra y descúbrelo.

Xander sonrió divertido, acomodó a su hijo en brazos y entró.

Jade estaba de espaldas, buscando algo en un archivador. Tarareaba una canción y, sin notarlo, movía la cadera al ritmo. Xander se quedó unos segundos observándola. Aquella imagen, tan ajena a su habitual rigidez, lo dejó sin palabras.

Hasta que una vocecita rompió el encanto.

—Mamá.

Jade soltó el dossier que tenía en la mano y se llevó una al pecho.

—¡Por Dios, Xander! ¿Qué son esas maneras de llegar?

—Pero si apenas entramos. ¿Por qué te asustas?

Ella no respondió. Lo miró de arriba abajo, sorprendida por su cambio. El cabello más corto, la camisa planchada, la sonrisa segura… Parecía otro hombre.

Xander dejó sobre su escritorio una barra de chocolate amargo, su favorita.

—¿Te sucede algo? —preguntó, al verla paralizada.

—Nada —aseguró, tomando a Aylan en brazos—. Ya hablé con mi padre. No puso problema en fingir que llevamos tiempo en esta relación.

Xander sonrió con cierta incomodidad. Mentirle no le gustaba, pero también sabía que esta era su oportunidad. Tal vez, con tiempo, la farsa podría volverse real.

Durante la mañana, trabajaron juntos. Aylan se durmió entre risas y, entre los dos, improvisaron una camita con abrigos y carpetas.




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