—Todas lo hacen —respondió él mientras la miraba desafiante—. Tienes pinta de ser una mujer que espera a su príncipe azul y yo…
—No soy como todas, deja de asumir cosas. No me conoces, no hagas suposiciones. No soy tonta, ni mucho menos ingenua.
—¿A qué estás jugando? Tú empezaste, me juzgaste como un cobarde sin conocerme ni a mis motivos. ¿No te parece bastante hipócrita?
Caroline guardó silencio. El hombre tenía razón. A pesar de haber investigado, había sacado conclusiones sin conocerlo más que por lo que decía internet.
—Pero es verdad, tu comportamiento es el de un cobarde —justificó, negándose a darle la razón.
Él sonrió, cruzó los brazos, la miró con los ojos entrecerrados.
—Veo que no aceptarás tu error. Pero sabes que tengo la razón. Es evidente que seguirás juzgándome sin conocer mis motivos.
—¿Y cuáles son? Dime qué puede justificar que le cobres a una niña que lleva tu sangre los errores de una mujer de la que incluso ha sido víctima. Dímelo y pediré disculpas.
—¿Por qué te importa tanto la niña?
—Decidí dedicarme a servir, es mi responsabilidad, mi deseo hacerlo con convicción y pasión, asegurando el bienestar de los niños más vulnerables, de las víctimas que, a pesar de tener voz, rara vez son escuchadas —hizo una pausa para analizarlo detenidamente—. Me habría gustado que alguien te hubiera salvado del mal que te convirtió en lo que aparentemente eres ahora, un cobarde.
—Ya es suficiente, deja de llamarme así, ¿acaso no sabes quién soy? Que…
—No. Derek me da igual quién seas, si quieres que cambie mi actitud, háblame de tus motivos, permíteme comprender. Actúa como el hombre adulto y sensato que eres.
Él sacudió la cabeza en señal de negación, se resistió a hablar. Con una sonrisa de triunfo, ella regresó a la habitación, donde emocionada Ellen jugaba con su muñeca.
—Iré a organizar tu alta, a recoger tu historial médico, las autorizaciones —dijo al ingresar a la habitación, la mujer optó por ignorarlo.
Derek se disponía a marcharse.
—Papá —dijo Ellen, captando su atención.
Él suspiró y se volvió para mirarla.
—¿Me das un abrazo?
—No me iré, solo voy a… —sonrió al ver la expresión de Caroline, comprendiendo su gesto. Suspiró y se acercó, permitiendo que la pequeña lo abrazara.
—Te amo papá.
—De acuerdo, debo ir a organizar tu salida, a hablar con el doctor.
Ella se alejó y se sentó con Caroline. Derek, confundido, se dirigió al consultorio del doctor. Estaba seguro de su decisión, incluso cuando no creía poder llegar a quererla de la manera en que esa terca mujer esperaba. Su teléfono sonó, sintió alivio al ver que era su amigo y mánager.
—Necesito que vayas a mi casa ahora mismo, hay algo urgente que debemos discutir, que debemos solucionar —respondió sin siquiera saludar.
—Sí, estoy bien, gracias por preguntar, ya que hace días que no nos vemos. Debí suponerlo, te dejo una semana y ya tienes problemas. ¿Se trata de una mujer, Derek?
—No estoy de humor para sermones, Paul. No es una, son dos. Te lo cuento en casa, ahora estoy ocupado.
Colgó sin esperar una respuesta o considerar la disponibilidad de su amigo. Continuó su destino al consultorio del doctor, tras una reflexiva caminata se encontró llamando a la puerta.
—Adelante Derek, estaba esperando que alguno de los dos viniera.
—Bien, ¿podría indicarme más recomendaciones, además de lo ya mencionado, doctor?
—Por supuesto, es fundamental que la niña asista a todas las terapias recomendadas. Sería conveniente que el responsable la acompañe. La alimentación debe ser equilibrada y saludable. Le he recetado algunas vitaminas, una fórmula especial y una dieta cuidadosamente planificada. También es esencial que se realice los exámenes mencionados. Puede traerla de vuelta en 15 días, a menos que aparezcan síntomas o complicaciones antes.
El doctor le entregó los documentos a Derek, quien los recibió y les echó un vistazo, sintiendo tristeza por la pequeña.
—Bien, le agradezco su atención. Estaremos presentes en la fecha indicada. Doctor, le pido que mantenga discreción, aún no he revelado que la niña es mi hija y…
—Mi labor es cuidar de los niños, valorar sus estados, no esparcir rumores que puedan perjudicarlos. Puede estar tranquilo —respondió él con amabilidad.
Las manos de los hombres se estrecharon. Derek se encaminaba de vuelta a la habitación, repasando los documentos y experimentando una alegría innegable al descubrir que su hija compartía su mismo grupo sanguíneo. Avanzaba con paso sosegado, mientras repasaba los historiales médicos de su hija.
Dentro de la habitación, mientras una enfermera la revisaba por última vez y se preparaba para darle el alta, Ellen lucía feliz, lo que tranquilizaba a Caroline.
—Papá, papá —exclamó emocionada—, ¿podemos irnos ya?
—Sí, así es.
—¿Puedo ir contigo?
Con poco entusiasmo, Derek asintió. Caroline le ayudó a bajar de la camilla y ella corrió ante su padre, lo abrazó. Con un gesto apenas emotivo, la atrajo hacia él.
Al separarse apretó su muñeca contra su pecho, extendiendo la mano. Derek bajó la mirada para observarla desde su altura, viendo el reflejo de sus hermanas gemelas en ella: cabello rubio, ojos azules, rostro tierno.
—Ven aquí, —se decidió, siguiendo el impulso que le embargaba, y la levantó en brazos.
Caroline sonrió y los siguió, caminaron hasta el auto sin percatarse de que estaban siendo fotografiados y subieron a él.
Permitió que Caroline condujera, mientras ambos iban en silencio en la parte trasera. Derek revisó el historial médico una vez más y tragó con dificultad.
—¿Qué te apetece comer? —le preguntó intentando saber cómo llevaba la alimentación.
Ellen encogió los hombros y abrazó su muñeca.
—Muy bien, si no quieres hablar, no soy bueno en eso tampoco.
—Es tímida, ¿lo recuerdas? —inquirió Caroline manteniendo la concentración en la carretera—. Sé más empático, creo que su miedo fue influenciado por cómo la trataba su madre.