Contigo o sin ti!

5.

Capitulo 5: En blanco

Nathan

Desde que Layla apareció en mi oficina con esa seguridad casi desafiante, esa arrogancia que solo alguien herido podía portar como un escudo, y ese vestido negro que parecía hecho para ella, perdí la razón. Fue como si el aire en la habitación cambiara de densidad. No era solo deseo; era una punzada en el pecho, una memoria que me arrastró sin permiso.

La primera vez que la vi fue en la galería de fotos de Plaza Hill. Nunca olvidaré el mal humor que me consumía ese día. Aquellos eventos sociales eran una tortura elegante que mi madre me obligaba a cumplir. El olor a vino y laca para el cabello saturaba el aire, y todo me parecía igual de pretencioso y gris.

Hasta que la vi.

Ella estaba en la entrada, repartiendo panfletos como si esa tarea simple sostuviera al mundo entero. Tenía un vestido negro muy parecido al que llevaba ayer cuando irrumpió en mi oficina, pero entonces, en la galería, era su sonrisa lo que lo iluminaba todo. Esa sonrisa… radiante, limpia, como un faro que no sabía que estaba buscando.

Me acerqué casi sin pensarlo. Ella me dio la bienvenida con una voz suave, clara, que se mezcló con el murmullo de la gente. Me extendió el panfleto y, al tomarlo, nuestros dedos se rozaron apenas. No sé si fue el contacto o el instante suspendido en el que ninguno de los dos soltó el papel, pero sus ojos avellana se encontraron con los míos, y el mundo dejó de hacer ruido.

Sus mejillas se encendieron de inmediato. Yo sonreí, no con la arrogancia que ella seguramente esperaba, sino con algo más íntimo, más torpe. Ella reaccionó rápido: su mirada recorrió mi cuerpo como si intentara clasificarme en un segundo, y luego, con un gesto deliberado, giró hacia la persona detrás de mí para entregarle el siguiente panfleto.

Me ignoró. Y ese simple acto fue como una chispa que incendió algo dentro de mí. No podía irme de allí sin la certeza de volver a verla.

Me aparté de la fila y, sacando un bolígrafo, escribí en el panfleto que aún llevaba el calor de sus manos:

"Sé que tú también lo sentiste. Hablo del beso que se dieron nuestros ojos."

Doblé el papel en forma de corazón, no por cursilería, sino porque algo en mí necesitaba que mis palabras tuvieran refugio. Me volví a formar. Cuando me vio regresar, sus ojos se abrieron apenas, como si no entendiera qué demonios estaba haciendo de nuevo frente a ella.

—Es para ti —le dije, extendiéndole el corazón de papel.

Lo tomó despacio, como si temiera que algo explotara entre sus manos.
—Ábrelo —murmuré.

Negó con la cabeza y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta. El leve temblor de sus dedos me delató lo que su rostro intentaba ocultar.

—¿No tienes curiosidad de leer lo que escribí? —pregunté, y mi voz sonó más baja de lo que esperaba.

—¿Necesita información sobre la galería? —respondió, demasiado formal, demasiado ensayada. Una defensa perfecta.

—No. La verdad es que solo estoy aquí para contemplarte.

Algo en sus labios titiló, como si una sonrisa quisiera escapar, pero ella la contuvo.
—Entonces avance, la fila se está acumulando.

—¿Sabes qué? No me interesa entrar. Ya vi todas las fotos y me parecieron horrendas. —Lo dije con absoluta sinceridad, y fue entonces cuando escuché la primera risa de Layla. Una risa breve, ligera, que me atravesó como un disparo dulce.

Las protestas detrás no se hicieron esperar.
—¡Vayan a declararse a otro lado! —gruñó un hombre.
—¡Dale tu número ya, niña! ¡No ves que semejante bombón no aparece todos los días! —añadió una mujer divertida.

Layla me miró con una mezcla de fastidio y algo que no supe nombrar.
—Si lo abro, ¿me dejarás trabajar en paz?
—Si lo abres, ¿me llamarás? —pregunté, y de pronto ya no era un juego.

Sus ojos se clavaron en los míos.
—Tal vez.

Cuando desplegó el papel y leyó, el rubor subió de golpe a sus mejillas. Me incliné hasta que mi rostro quedó a la altura del suyo. Ella se echó apenas hacia atrás, nerviosa, y yo murmuré:

—Espero tu llamada, Layla.

---

Estaba perdido en esa memoria cuando sentí un golpe seco en el hombro. El jardín de nuestra casa volvió a enfocarse y, con él, la voz de mi madre.

—Deja de sonreír como un idiota. Ya deberías haber firmado el divorcio con esa mujerzuela. Un mes de paz, Nathan, y ahora vuelve a aparecer aquí.

El nombre de Layla en su boca, ensuciado de veneno, me irritó como siempre.
—Que no te guste no te da derecho a hablar de ella así. Tranquila, voy a casarme con Amanda.

—¿Entonces por qué sigue aquí arruinando mi día? ¿Por qué no firmas de una vez?

—Porque ella no quiere firmar. Pero la convenceré, no te preocupes. —Le di un sorbo a mi bebida, intentando no mostrar la tensión que me recorría.

—¿Crees que soy idiota, Nathan? Esta mañana ella me rogó que la ayudara a conseguir tu firma. Ya entendió que no encaja en esta familia. El problema eres tú. Ni siquiera entiendo por qué te casaste con ella si estabas comprometido con Amanda. ¿Fue para llevarme la contraria? ¿Qué cambió? Hace un mes la dejaste sin mirar atrás.

Su voz era una aguja tras otra clavándose en mi piel.
—La amo. Por eso me casé. ¿Crees que no sé que tú y los Sheik presionaron hasta conseguir el despido de su madre del hospital? Me fui solo porque la estaban destruyendo.

Mi madre se quedó quieta un segundo antes de escupir:
—Si la amas, entonces déjala ir. Hazlo por el bien de todos.

No respondí. Había algo más grande retumbando en mi pecho. Si Layla había llegado al punto de pedirle ayuda a mi madre, significaba una sola cosa: estaba decidida a dejarme. Y si Tyler estaba cerca, si era con él con quien buscaba refugio…

No podía quedarme quieto. Si no actuaba ahora, la perdería.

Me levanté de golpe, dejando a mi madre hablando sola, y crucé la casa hasta la sala. Vacía. Clara, la ama de llaves, bajó la mirada cuando le pregunté.
—La vi en la cocina… con Tyler —susurró.




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