Capítulo 6
Falta amor
Layla
El beso que me había dado calma fue, al mismo tiempo, la chispa que encendió una tormenta.
Nathan apareció como un espectro de mi pasado, y sus ojos lo dijeron todo antes de que sus labios se movieran.
No era miedo lo que sentí al verlo, tampoco vergüenza. Era otra cosa… una certeza helada que me recorrió la espalda: sabía exactamente cómo iba a terminar esto. Nathan siempre reaccionaba como un animal herido cuando sentía que alguien tocaba lo suyo. Y Tyler… Tyler era una provocación de metro noventa con el porte de un héroe de cine. Demasiada perfección para no despertar los demonios de Nathan.
—¿Qué mierda es esta? —su voz fue un rugido que vibró en mis huesos.
Sentí la mano de Tyler buscando la mía. Sus dedos cálidos me dieron un ancla, pero mi cuerpo ya había empezado a traicionarme: sudor frío, respiración corta, un temblor involuntario. No era miedo… era la memoria de todas las veces que Nathan había cruzado la línea.
—Responde, Layla —escupió mi nombre como si fuera veneno.
No respondí. No podía. Y ese silencio fue la chispa.
El primer golpe fue seco, brutal. El puño de Nathan chocó contra la cara de Tyler con un sonido sordo que me heló la sangre. Vi la línea roja dibujarse en su piel perfecta.
—¡Basta, maldito idiota! —grité, pero mi voz era apenas un eco en medio de la furia.
Nathan tenía los ojos inyectados de rabia. Tyler, en cambio, sonrió con un sarcasmo que solo empeoró todo.
—Predecible. Siempre has sido el niño malcriado que golpea cuando no sabe qué hacer.
Ese comentario encendió la mecha. Nathan volvió a lanzar un golpe, pero esta vez Tyler lo detuvo, atrapando su puño con ambas manos. El aire era tan denso que me costaba respirar.
—Layla sigue siendo mi esposa. No lo olvides —Nathan me tomó de la muñeca y tiró de mí hacia él. Su piel ardía, su agarre era fuego y cárcel al mismo tiempo.
Tyler dio un paso adelante, la paciencia rota.
—Suéltala, o te juro que voy a romperte la cara, hermano.
La palabra hermano cayó como un cuchillo.
El siguiente movimiento fue tan rápido que apenas lo vi: dos golpes limpios, precisos. Uno al ojo, otro a la boca. El segundo fue tan fuerte que el sonido del hueso me hizo estremecer. La sangre brotó en un rojo vivo que manchó el suelo como una advertencia.
El pánico me invadió. Mis manos temblaban al intentar separarlos, pero la rabia los había vuelto sordos.
—¡Paren ya! —mi voz se quebró, y solo Tyler pareció escucharme cuando me interpuse entre ellos.
—Tyler, por favor… —supliqué, y vi su mirada suavizarse apenas un instante antes de bajar los puños.
Nathan, sangrando y tambaleante, sonrió con locura.
—Esto no ha terminado. Necesito darle otro golpe a este cabrón por besar a mi esposa.
Fue ahí cuando algo dentro de mí hizo clic. No pensé. Lo tomé del brazo con una fuerza que no sabía que tenía y lo arrastré fuera, cerrando la puerta tras nosotros.
—Hablaremos después, Tyler —le grité antes de quedarnos solos en el pasillo, respirando el mismo aire envenenado de siempre.
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—¿Y cuál es el sentido de todo esto, Nathan? —mi voz era un hilo mientras limpiaba la sangre de su boca. El olor metálico del alcohol se mezclaba con el hierro de la herida.
—¿Es esta tu venganza? ¿Seduciendo a mi hermano? —su tono cínico me hizo apretar el algodón contra la herida con más fuerza de la necesaria.
—¿Venganza? ¡Esta es mi venganza! —mi voz tembló, rota.
Solté el algodón, incapaz de seguir tocándolo, y di un paso atrás buscando aire. Pero su mano me detuvo antes de llegar a la puerta.
—Lo siento… —susurró. Tan bajo, tan inútil.
Me solté de su agarre como si quemara. ¿Qué hacía ahí? ¿Cuánto amor propio me faltaba para seguir volviendo a ese círculo?
Me dirigí a la puerta, pero Nathan reaccionó como siempre: bloqueándome la salida. Su cuerpo era una muralla.
—Por favor, quédate. Te lo ruego.
Quería llorar de frustración. No por él, sino por mí. Por no tener la fuerza de abrir la puerta y dejarlo atrás.
—¿Qué más quieres de mí, Nathan? ¿No te basta con todo el daño que me hiciste?
Su respiración estaba agitada, y por primera vez vi sus ojos brillar con lágrimas contenidas.
—Te amo. Te amo más de lo que he amado a nadie en mi vida.
Ese te amo me atravesó como un cuchillo. No porque lo creyera, sino porque dolía. Dolía saber que esas palabras venían del mismo lugar que mi destrucción.
—¿Y qué se supone que haga con tu amor? —mi voz se quebró, los ojos me ardían—. Tu amor que hiere, que abandona, que miente. No quiero tu amor, Nathan. Quiero el divorcio. Quiero paz.
Él tragó saliva, como si la palabra divorcio fuera un golpe más fuerte que cualquiera de Tyler.
—No te abandoné porque quise. No te engañé aunque así lo parezca. Esta familia… es peligrosa, Layla. Hay cosas que no sabes.
Siempre excusas. Mi corazón gritaba mientras mi mente endurecía cada fibra de mi ser.
—No me importan las razones. Elegí no amarte. Voy a olvidarte. Haz lo mismo.
Nathan cerró los ojos como si acabara de perder el aire.
—Pídeme lo que quieras… menos que deje de amarte. No sé cómo hacerlo. Tal vez lo hice todo mal, pero mi amor es real.
Sus palabras rozaron mi piel cuando se acercó, y sentí la familiar electricidad de su proximidad. Demasiado cerca. Demasiado tarde.
—Tú eres el peligro, Nathan. No quiero respuestas. Quiero el divorcio.
Mi voz era apenas un susurro cuando su boca se acercó a la mía. Y aun así no me moví. Porque mi cuerpo seguía recordando lo que mi corazón ya había decidido olvidar.
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Cuando sus labios rozaron los míos, no fue fuego sino una herida abierta. El sabor metálico de su sangre se mezcló con mi llanto silencioso. Sentí sus manos temblar en mis brazos, como si quisiera sostener algo que ya estaba roto.
Mi cuerpo respondió con un escalofrío, esa contradicción cruel entre amar y odiar al mismo tiempo. Su beso era suave, casi reverente, pero debajo había desesperación. Una súplica muda.
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Editado: 22.08.2025