Capitulo 11: Sorpresa
Nathan
El sonido de las cortinas al abrirse de golpe, seguido por una ráfaga de luz que atravesó la habitación como un cuchillo, me hizo abrir los ojos de inmediato.
—¿Pero qué demonios está pasando? —gruñí, parpadeando, intentando enfocar la figura que había irrumpido con tanta brusquedad.
—¡Despierta ya! Tenemos que ir a casa de los padres de Amanda a arreglar todo este malentendido —la voz de mi madre cortó el aire como un látigo. Seguía furiosa, no había superado lo de la despedida de soltero ni el hecho de que cancelé la boda.
Me incorporé lentamente, frotándome el rostro.
—No hay nada que arreglar con ellos. Creo que fui claro, Charlotte: no me casaré con Amanda porque no la amo. No es justo para ella… ni para mí.
Su mano fue directo al pecho como si de verdad fuera a desplomarse.
—¿Entonces quieres que me muera? —gimió, hiperventilando como si estuviera a punto de sufrir un infarto.
Suspiré. Conocía demasiado bien su teatro. La amaba, sí, pero sabía lo manipuladora que podía ser.
—Jamás, sabes que te amo con todo mi ser.
Ella bufó, teatral como siempre.
—¡Bah! Tonterías. Si me amaras de verdad te casarías con Amanda y dejarías de darme dolores de cabeza.
La miré fijo.
—No voy a casarme con ella. Voy a volver con Layla, y vas a tener que aceptarlo.
Su rostro se endureció como piedra.
—Sobre mi cadáver. ¿De verdad piensas que esto es un juego? ¿Quieres seguir el ejemplo de Cristian? —su voz bajó de tono, pero la amenaza era clara. Sabía perfectamente lo que eso significaba, y aun así no iba a dejar que me alejaran de Layla otra vez.
De repente, la puerta de mi habitación se abrió con la misma violencia que las cortinas. Mi madre giró hacia la entrada… y se quedó pálida.
—Sorpresa —dijo Amanda con voz dulce, casi divertida, mientras entraba como si la habitación fuera suya. Caminaba con esa seguridad inquietante, como un depredador marcando territorio.
—Amanda, querida… qué alegría verte —respondió Charlotte, fingiendo calma. Pero la noté tensa, temiendo que hubiera escuchado nuestra conversación.
—¿Qué haces aquí? ¿Nadie te enseñó a tocar la puerta? —gruñí, intentando apartarla cuando de alguna manera terminó trepada a mi hombro como si fuera un loro.
Amanda no daba miedo por ser fea, porque no lo era. Era hermosa, de hecho. Su belleza era casi perfecta… y fría. Lo que daba miedo era su obsesión. Era como estar frente a una jaula abierta con un animal salvaje.
—No le hables así a tu mujer, ten un poco más de respeto —añadió Charlotte, presionando más la escena. Pero Amanda ni la miró. Sus ojos estaban clavados en mí, como si mi madre no existiera.
—Cariño… ¿no quieres saber a qué he venido? —preguntó, pegándose más a mí como si fuéramos una pareja feliz.
—La verdad no me apetece. Y te dejo claro que no habrá boda. No voy a cambiar de opinión.
Amanda sonrió como si no hubiera escuchado nada.
—Ay, qué brusco estás hoy. Pero seguro tu humor cambia enseguida. Entonces, a la cuenta de tres: uno… dos… ¡Sorpresa! Estoy embarazada.
Sacó de su bolsillo una ecografía doblada con cuidado. Sentí que el mundo se detenía un segundo.
—Imposible —fue lo único que salió de mi boca.
—¡Felicidades! Qué gran noticia —exclamó mi madre eufórica, abrazándola de inmediato como si la hubiera estado esperando toda la vida. Yo, en cambio, sentí náusea.
Amanda me miraba, esperando.
—¿No vas a decir nada?
—No es mío. Nunca hemos estado juntos —repliqué poniéndome de pie. Mi voz sonó dura, pero era la pura verdad. Jamás había pasado nada entre nosotros. No había forma de que ese bebé fuera mío, si es que realmente existía.
Charlotte me fulminó con la mirada.
—¿Cómo te atreves a decir algo así?
Amanda comenzó a llorar. Lágrimas perfectas, calculadas. La conocía demasiado bien. Era tan manipuladora como mi madre.
—Tienes que hacerte responsable. Mi familia exige que te cases conmigo.
—Me vale verga lo que exija tu familia. Ese hijo no es mío. No te amo y no voy a casarme —respondí buscando algo que ponerme. Solo quería salir de ahí.
Charlotte explotó.
—Te harás responsable de ella y de ese bebé. Tu padre se encargará de esto. No te reconozco… te comportas como un perro corriendo detrás de esa perra en celo —el veneno en su voz al referirse a Layla me encendió por dentro.
—Por mí pueden intentar lo que quieran. A partir de hoy no tengo nada que ver con esta familia —escupí las palabras como si fueran fuego.
—Perfecto. Recoge tus cosas y lárgate de esta casa. Ya veremos cómo regresas llorando cuando no tengas ninguno de los lujos que te ofrecemos —rugió como una leona herida. Y yo supe que hablaba en serio.
Amanda seguía llorando, desconsolada porque su plan se estaba cayendo a pedazos. Metí un par de mudas de ropa en una mochila sin mirarlas a ninguna de las dos.
—Hasta nunca.
—¡Estás cavando tu propia tumba, Nathan Evans! Cuando regrese tu padre no podré arreglar esta mierda —gritó mi madre con una voz que no era solo furia. Era miedo. Un miedo que me heló por dentro.
Salí de la habitación. En el pasillo me encontré con Tyler. Tenía los ojos serios, casi sombríos.
—Ahora entiendo muchas cosas… Nathan, sabes que ninguno de los dos podrá estar con Layla. Por eso nunca le dije quién era realmente y me fui a Montana. No quería que mi madre se enterara y le hiciera daño. Supongo que tú también te diste cuenta del error después de la boda y por eso reaccionaste así. No tienes idea de lo que nuestro padre es capaz de hacer. Los padres de Amanda no solo son sus socios, comparten sus secretos —hablaba rápido, preocupado. Parecía revivir sus propios fantasmas.
—Agradezco tu advertencia, pero no puedo dejarla ir. Ya lo intenté y casi muero. No entiendo por qué tienen tanto miedo de mi padre. Además, no es como si su fortuna dependiera de este matrimonio —dije con firmeza, cerrando la cremallera de la mochila.
#2877 en Novela romántica
#268 en Thriller
#88 en Suspenso
matrimonio forzado sexo reencuentro, venganza dolor drama accion dinero, divorcio amor pasado
Editado: 17.10.2025