Capitulo 14: A+B=C
Layla.
Trague saliva, las manos me temblaban, el aire me faltaba.
El señor Wayne me interrumpió.
—Lo siento mucho, Layla. No quiero abrumarte... solo estoy desesperado por encontrar respuestas. Nadie parece querer ayudarme —confesó el señor Wayne, con los ojos súbitamente empañados por lágrimas contenidas.
—No... yo lamento mucho su pérdida, señor Wayne. No puedo creer que todo esto haya sucedido. Parece sacado de una película de terror. Pero lo que realmente no comprendo es... ¿cómo es que nunca escuché sobre este caso? ¿Por qué jamás vi este artículo en ningún lado? —solté, sin medir bien mis palabras, aún en shock.
—Ese es el punto —dijo con firmeza, apretando el recorte entre los dedos temblorosos—. Todos estos artículos desaparecieron de la faz de la tierra. Solo conservo este. Nadie volvió a hablar de Amélia ni de lo que le hizo esa familia. Porque yo sé —yo estoy seguro— de que ellos la mataron. Mi Amélia no se suicidó —añadió con rabia contenida, mientras unas lágrimas se deslizaban por su rostro envejecido.
—Entiendo su dolor, señor Wayne... Quiero ayudarle, de verdad, pero no tengo idea de cómo —contesté, sintiendo que me estaba adentrando en un terreno sumamente peligroso. Y, en cierto modo, ya estaba involucrada. Ya estaba amenazada.
—Sé bien quién eres. Eres la ex esposa de Nathan Evans. El prometido de Amanda Sheik, la hija mayor de Morgan y Williams Sheik —dijo sin titubear.
Un escalofrío helado me recorrió la espalda, como si alguien me hubiera vaciado un balde de agua sobre la nuca.
—¿Entonces fue ese su plan? ¿Darme este empleo solo para usarme como instrumento de su venganza? —reaccioné con furia, poniéndome de pie de golpe. La oficina comenzó a girar a mi alrededor. Sentí cómo el vértigo me invadía, incontrolable.
—¡No, no, no, Layla! No pienses eso, por favor. No sabía nada de ti cuando te contraté. Fue después, al revisar tus antecedentes, que vi la conexión. Solo quería tu ayuda para descubrir la verdad de lo que le sucedió a mi Amélia. Pero si esto te aterra, y créeme, lo entiendo, no te obligaré a nada. Aun así... aceptes o no mi propuesta, debes tener mucho cuidado con ellos —agregó con preocupación genuina. Parecía sincero.
—Lo pensaré... Necesito ir a casa ahora —murmuré. Él asintió sin decir más, y recogí con esfuerzo las cajas con el portátil, la impresora, el teléfono celular, y el artículo que me había dado. Caminé tambaleante hacia la salida del periódico, con el estómago encogido y el alma en un puño.
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Llegué a casa completamente alterada. Temblaba. Sentía una mezcla de miedo, desorientación y una profunda náusea que iba y venía en oleadas. La lluvia aún golpeaba contra los cristales con furia. Apenas crucé la puerta, solté las cosas en el salón y corrí a la cocina. Alcancé el contenedor de basura justo a tiempo para vomitar.
—¿Layla? ¿Estás bien? —la voz de Nathan me sobresaltó tanto que estuve a punto de caerme. Había aparecido como un fantasma.
—¡Dios santo! ¡Vas a matarme! ¡No hagas eso! —exclamé, todavía inclinada sobre el cubo, con lágrimas saltándome de los ojos, jadeando. El cuerpo se me sacudía, entre el estrés y el llanto.
Nathan, atónito, dio un paso hacia mí. Me di la vuelta instintivamente, queriendo esconder mi rostro mojado y tembloroso. Pero él me abrazó por detrás, fuerte, silencioso.
—¿Por qué sigues aquí? Te dije que no quería verte cuando regresara —le reproché con voz rasposa, sin zafarme de su abrazo.
—No puedo irme. No así. No cuando estás así —contestó con un hilo de voz.
—¿Y no piensas que tal vez todo esto que me está pasando es tu culpa? —le dije, dándole una mirada acusadora.
Él bajó la cabeza. Asintió.
—Lo es. Por eso... no pienso irme nunca más —susurró.
—Tienes que irte. No sé si entiendes la gravedad del asunto, pero... ayer recibí unas rosas —confesé, soltándome de su agarre.
—¿Rosas? ¿Estás saliendo con alguien? ¿Fue Tyler?
—No sé quién demonios las envió, pero tengo una sospecha... —empecé a buscar entre mis cosas hasta encontrar la tarjeta mojada, arrugada. Se la tendí.
Nathan la tomó, pero el agua la había arruinado. Era apenas un pedazo ilegible de papel.
—No se lee nada. ¿Qué decía?
—Me amenazaron. Dijeron que las rosas eran comunes como yo. Que viera cómo se marchitaban, igual que lo haría yo... Y que la próxima vez que recibiera flores sería en mi funeral.
Él me miró, pálido, en silencio.
—¿Crees que fue mi madre?
—Charlotte me odia, sí. Pero pensé más en los Sheik. Y necesito hacerte una pregunta... y quiero la verdad, Nathan Evans.
—No voy a ocultarte nada más, lo juro.
—¿Estabas comprometido con Amanda Sheik cuando nos casamos?
—Sí. Contra mi voluntad. Nuestros padres lo arreglaron desde hace mucho tiempo. Pero cuando te conocí, perdí la cabeza por ti. Casarnos era la única manera de que mis padres no intervinieran. Pero después de la boda... las presiones comenzaron. Influyeron para que despidieran a tu madre. Cuando mi padre se fue a Turquía a cerrar negocios con el padre de Amanda, mi madre me advirtió que no dejarían de presionar. Que tú y tu familia pagarían las consecuencias. Me sentí abrumado. Decidí alejarme para protegerte. Te pedí el divorcio como una tregua temporal... y funcionó. Estaba buscando una solución cuando apareciste decidida a irte. Y luego vino Tyler a complicarlo todo aún más.
No podía creer que personas fueran capaces de destruir tantas vidas. Mi madre pasó necesidades, trabajó en condiciones horribles... y todo por una guerra silenciosa. Charlotte... ¿cómo podía una madre actuar así contra su propio hijo?
—Debiste contarme todo. Lo del compromiso. Lo de tu madre. Lo que le hicieron a la mía. Todo.
—¿Para qué? ¿Crees que me habrías creído? ¿Crees que habría logrado mantenerme lejos de ti? Sabes lo que me cuesta tenerte cerca y no poder besarte —dijo, acortando la distancia entre nosotros.
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Editado: 22.08.2025