Contigo o sin ti!

16.

Capitulo 16: La caja negra

Layla

Esperé al menos cinco minutos a que Henry bajara. Cuando por fin lo tuve frente a mí, sentí unas ganas brutales de abofetearle la cara. Pero no lo hice. Lo miré fijamente, con la carta en la mano, y pude ver en sus ojos la vergüenza consumirlo. Sabía que había sido leal con él… y aun así venía a apuñalarme por la espalda.

—Hola, Leyla —dijo, intentando romper el silencio.

—¿En serio abandono de trabajo? ¿Cuánto te pagaron por eso? —solté, con la rabia contenida a duras penas.

—De verdad lo lamento, Layla. El hombre es una figura pública. Sabes cómo funciona esto, no tengo que explicarte nada. Eres muy inteligente —se defendió, torpe.

—¿No tienes que explicarme nada? ¿Y encima me llamas inteligente? Te voy a demandar. No te preocupes… la justicia tarda, pero llega. Nos vemos pronto, Henry —respondí con firmeza. Sus ojos se abrieron como platos.

—¡Layla, espera! ¡Hablemos! —alcanzó a decir mientras yo caminaba hacia la salida, dejándolo ahí, hablando solo.

Una vez en el coche, apoyé la frente en el volante, cerré los ojos y comencé a inhalar y exhalar con lentitud, tratando de calmarme. Estaba tan cabreada que las manos me temblaban. Saqué el teléfono que el señor Wayne me había dado la primera vez y marqué a mi madre. Necesitaba saber que estaba bien.

Después de cinco repiques, contestó.

—¿Hola? ¿Quién habla?

—¡Mamá, soy Layla! ¿Cómo estás? ¿Cómo está Mark? —pregunté, intentando sonar tranquila.

—¡Layla, hola, amor! Estamos bien. He tenido muchísimo trabajo en el hospital, por eso no he podido ir a verte. Mark está en casa… lo despidieron hace un par de días, pero está tranquilo, descansando.

—No, no, mamá. Por favor, no vengas. Estoy bien. ¿Y por qué despidieron a Mark? —pregunté, tragándome el nudo en la garganta, rogando que nada tuviera que ver con los Sheik.

—No lo sé, su jefe dijo que tenían que hacer reducción de personal. Como él era de los más nuevos, pues…

—Ah, ya… entiendo. ¿Pero están bien? ¿Pueden pagar las cuentas?

—Estamos bien, cariño, no te preocupes. Entregué la casa, estamos viviendo en la antigua casa de la abuela, así que solo tenemos que preocuparnos por la comida. Mark está aprovechando estos días para avanzar en su libro, tiene fe en que le irá muy bien. Por cierto, justo ahora me está diciendo que quiere verte.

—Qué bueno, mamá. Pero por favor, no le des la dirección de la casa de la abuela a nadie. ¿Está bien? Traten de pasar desapercibidos por un tiempo. ¡Iré a verlos en cuanto pueda! —le advertí con cariño, aunque no quería preocuparla más de la cuenta.

—Layla, ¿está todo bien? ¡Me estás asustando! —dijo, alarmada.

—Todo está bien. Solo… apóyame haciendo lo que te pido. Iré a verlos el sábado. Adiós —colgué antes de que pudiera seguir preguntando. Encendí el coche. Tenía que llegar a casa cuanto antes.

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Nathan

Entré por el área de servicio, intentando pasar lo más desapercibido posible. La mansión estaba completamente abarrotada. Parecía que se preparaban para una fiesta. Le pregunté a Clarisa qué estaba pasando, y me dijo que no sabía con certeza qué se celebraba. Que mi madre había ordenado organizar un banquete y preparar el salón de fiestas porque en la noche llegarían invitados. Todo resultaba extraño.

No quise indagar más. Tenía poco tiempo. Subí rápidamente las escaleras y entré en mi habitación. Cerré la puerta con seguro y solté la mochila. Cuando encendí la luz, casi muero del susto al verla.

Estaba allí, sentada en el sillón.

—Bienvenido a casa, querido —dijo Charlotte, y un escalofrío me recorrió el cuerpo.

—¿¡Pero qué mierda!? ¿Quieres matarme? ¿Qué haces aquí, Charlotte? —pregunté, intentando disimular el nerviosismo que se me subía por la garganta.

—Estaba esperándote, hijo mío. Supongo que viste todos los preparativos para la fiesta que se celebrará hoy —dijo, bebiendo té con una calma que me ponía de los nervios.

—No me fijé —mentí—. Da igual. No me importa. Solo vine por unas cosas —agregué, caminando con prisa.

—Nathan, estoy de tu lado. Siempre lo he estado —dijo ella, y yo levanté los ojos al cielo. Otra vez con lo mismo.

La ignoré mientras sacaba el pasaporte y una buena cantidad de dinero en efectivo que tenía guardada para emergencias. Charlotte se levantó del sillón y continuó hablando.

—Hoy regresa tu padre. Y la verdadera película de terror comienza. ¿Me estás escuchando? —dijo tomándome del brazo. Me giré para mirarla, furioso.

—¿Qué quieres que haga? Si va a empezar, que empiece. ¡No voy a dejarla, ¿entiendes?! Si estuvieras de mi lado, nos apoyarías. Pero no. El dinero y el poder te tienen tan ciega que prefieres perder a tu hijo antes que tu posición —exploté, al borde del colapso. No entendía por qué Charlotte actuaba así. Siempre había sido pretenciosa, sí, pero también fue una buena madre para Tyler y para mí. Dedicada, presente, amorosa. No fue hasta que se anunció mi compromiso con Amanda que algo en ella se quebró.

—No quiero que acabes como Cristian Sheik. No quiero que Layla termine como esa pobre muchacha… Amélia. No quiero perder a mi nieto —dijo de pronto, rompiendo en llanto.

¿Había dicho nieto?

Me quedé paralizado. ¿Sabía lo de Layla? ¿O hablaba del supuesto embarazo de Amanda? Permanecí en silencio, evitando cualquier gesto que pudiera delatarme. Entonces ella continuó.

—¿Qué pasó con Amélia? ¿Qué sabes de eso? —le pregunté con cautela.

—Lo suficiente como para insistir en que Amanda era tu salvación. Pero si tú quieres ir a la guerra con esa gente tan peligrosa… no puedo hacer nada al respecto. Solo esto —dijo, entregándome una caja negra.

—¿Qué es esto? —pregunté, confuso.

—Secretos que te estoy revelando. No la abras aquí, ni ahora. Dentro encontrarás todas las instrucciones que debes seguir —dijo con seriedad. Yo la tomé con duda y la guardé en el bolso.




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