Capítulo 17: ¿Dónde está mi madre?
Layla
Regresé a casa, estacioné el auto… y me congelé. En el jardín había una enorme corona fúnebre hecha con rosas blancas. El listón decía: “Nuestra amada Ana, descansa en paz.”
El corazón se me paralizó.
No pude moverme. Me encerré en el coche y rompí a llorar.
Entre el llanto y los nervios, las manos me temblaban tanto que no lograba encontrar el teléfono. Cuando por fin lo tuve, marqué varias veces a Ana. Ninguna llamada cayó. Desesperada, llamé a Sebastián, rogando que ella estuviera con él… pero tampoco la había visto desde que salió del hospital esa mañana.
Llamé a Nathan. Nada. El teléfono sonaba y sonaba, pero nadie contestaba.
No sabía qué hacer. Estaba sumergida en una desesperación absoluta, un llanto incontenible.
Encendí el auto y manejé como pude hasta el departamento de Tyler. Mi última esperanza era que ella estuviera con él.
Toqué el timbre unas quince veces, hasta que por fin abrió.
—Por favor… dime que Ana está contigo —dije entre sollozos.
Él no dijo nada. Solo me tomó de la mano y, sin perder un segundo, me haló hacia dentro del departamento, cerrando la puerta con rapidez.
Me hizo una señal para que guardara silencio. Contuve la respiración, intentando mantener la calma. Pasó el seguro a la puerta, luego se acercó y habló muy bajito:
—La han estado amenazando desde hace varios días. Esta mañana fue peor. Después de salir del hospital, le mandaron fotos de un ataúd… decían que pronto estaría ahí. Me llamó, muy asustada. Le dije que nos veríamos en su casa. Si no hubiera llegado a tiempo… quizás Ana no estaría aquí.
Tyler abrió la puerta de la habitación con cuidado para no despertarla.
Ana dormía, pero tenía golpes en la cabeza… y una herida punzante en el brazo derecho. Tyler también estaba golpeado. A simple vista, parecía que había tenido que pelear con todo para sacarla de allí.
Caí de rodillas, llorando sin control. Todo esto era mi culpa.
Por mi culpa la habían lastimado.
Tyler se agachó, me levantó del suelo y me abrazó fuerte.
—Layla, cálmate por favor. Ella está bien. Y eso… le hace daño al bebé —dijo, apretándome contra él.
—Es mi culpa. Condené a todos… incluso a este bebé. ¿Qué voy a hacer ahora? —dije entre lágrimas.
—No condenaste a nadie. Solo destapaste una olla de presión que estaba a punto de explotar.
Yo ya hablé con Nathan. Viene para acá.
William Sheik sabe que ayudé a Ana.
Sabe que no jugamos para su bando. Y tiene miedo… de algo. Aún no sé qué, pero debe ser algo grande para que esté así, persiguiéndonos.
Tenemos que irnos cuanto antes.
Llamaré a Sebastián.
Tú llama a tu madre. Tenemos que estar todos juntos.
Asentí. Tomé el teléfono y marqué.
—¡Mamá! —dije, aliviada al ver que la llamada entraba.
—Es Mark. Tu madre salió a trabajar. Dejó el teléfono en casa.
—Mark, escúchame. Necesito que vayas por ella ahora mismo. Está corriendo muchísimo peligro —le dije, angustiada, entre sollozos.
—Tú eres la que está corriendo peligro. ¿Recuerdas que te dije que quería hablar contigo cuando llamaste hace poco? —Su voz sonaba extraña… diferente.
—¿De qué hablas? ¿Qué sucede, Mark? —pregunté, casi en un ataque de desesperación.
—Recibí una llamada de un tal Artud Evans. Me ofreció una gran suma de dinero… por asesinar a tu madre, Layla.
Me dijo que si no lo hacía yo, pagaría a alguien más.
Que era el comienzo de su venganza por haberte metido en su camino, por arruinar sus planes y sus negocios.
Tuve que renunciar. Ella no lo sabe aún. Por eso insistí en venirnos aquí.
¿Qué está pasando, Layla?
—Por favor, ve por mi madre. Sáquenla de la ciudad cuanto antes. Ese hombre es peligroso. Y habla en serio —pedí, desesperada.
—¿Pero a dónde iremos, Layla? Ni siquiera tenemos dinero…
—Voy a transferir a la cuenta de mamá. Vayan al campo. Compren otro teléfono celular —dije, repitiendo palabra por palabra lo que Tyler me escribía en una nota desde su móvil.
—Bien. Voy a tirar este ahora. Buscaré a tu madre y haremos lo que dices. Apenas tengamos el nuevo teléfono, te llamaremos. Cuídate, por favor.
—Cuídate tú también… y a mamá. No la dejes sola —le pedí, con la voz quebrada. Entonces Tyler me quitó el teléfono y colgó.
—Hay que irnos, Layla —dijo, tenso.
—¿Pero a dónde? No podemos dejar a Nathan… —respondí, aún sin salir del todo de mi estado de shock.
Tyler me mostró imágenes de un circuito de seguridad, con cámaras ubicadas en áreas estratégicas del edificio.
—¿Ves a esos tipos ahí? —señaló dos hombres en la recepción.
—Sí… —respondí, preocupada.
—Son los que golpearon a Ana. Vienen por nosotros. Tenemos que irnos —dijo, entrando rápidamente a la habitación. Tomó algunas cosas y cargó a Ana en brazos.
Yo seguía ahí, paralizada.
—Layla, necesito que reacciones. Toma tus cosas y salgamos ahora.
Ya están subiendo.
Tenemos que bajar por las escaleras hasta el sótano y subir a mi camioneta.
¿Puedes hacerlo?
Asentí. Salí de mi trance y lo seguí.
Ambos salimos del departamento. Comenzamos a bajar las escaleras tan rápido como pudimos. Las piernas me temblaban, pero no podía dejar que el pánico me dominara. Tyler hacía un esfuerzo enorme con Ana en brazos. Ella se quejaba de dolor de vez en cuando, pero aguantaba.
Después de unos minutos eternos, llegamos al sótano.
—Revisa mi teléfono. Pon las cámaras 5 y 2 —me dijo.
Metí la mano en su chaqueta y saqué el móvil.
—Está bloqueado —avisé, con las manos temblorosas.
—Es tu cumpleaños. Por favor, apúrate.
Introduje mi fecha. Lo desbloqueé.
Cámara 5: el estacionamiento. Despejado.
Cámara 2: el departamento. Todo destrozado. Pero vacío.
—Cinco despejado… y dos también —dije, aún sin aliento.
—Mierda. Eso es malo. Vienen para acá. Y están usando el ascensor. Abre el auto. La llave está en mi bolsillo.
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Editado: 17.10.2025