Capitulo 18:
Nathan
Tomé mis cosas y conduje directo al departamento de Tyler. No me gustaba nada que Layla estuviera con él, pero las cosas se habían complicado demasiado. Al llegar, me sorprendió encontrar el edificio completamente revolucionado, con policías por todas partes.
Con el corazón en la boca, bajé rápidamente del auto y me dirigí a la entrada. Pero el guardia, por razones de seguridad, me impidió el paso.
—No puede entrar, este lugar está bajo investigación —me advirtió.
—Mi hermano vive aquí, necesito saber si él y su novia están bien. ¿Qué ocurrió? —pregunté, nervioso.
—Un par de hombres irrumpieron y dispararon con armas de fuego. Hasta ahora no hay heridos, pero están atrapados en el estacionamiento y tienen a una chica como rehén —la sangre se me subió a la cabeza. Ignoré lo que el guardia decía y crucé la línea de seguridad sin permiso. Me aterraba pensar que esa chica fuera Layla.
No pude avanzar mucho más; otros dos guardias me detuvieron enseguida.
—Necesito pasar, esa chica podría ser mi esposa —exclamé, desesperado.
—La chica no tiene esposo, es una estudiante del piso tres. Si sigue interfiriendo, tendré que arrestarlo —dijo uno de ellos con firmeza.
Me solté bruscamente y regresé a mi auto, un poco más tranquilo. Saqué el teléfono y marqué a Tyler, pero él me mandó directo al buzón de voz.
Golpeé el volante con frustración. Necesitaba saber que Layla estaba bien. Si Tyler no respondía, llamaría a Ana. Así lo hice, y fue Layla quien contestó.
—Nathan, estamos bien. No podemos hablar ahora. Vamos a tirar estos teléfonos, están bajo vigilancia. Tyler dice que estaremos en “el lugar donde la luna nunca se oculta”. Ten cuidado, por favor —me dijo, sin dejarme responder y colgó tras soltar ese acertijo.
¿El lugar donde la luna nunca se oculta? ¿De qué demonios estaba hablando Tyler? ¿Cómo esperaba que supiera dónde era eso? Entendía la necesidad de discreción, pero él se estaba aprovechando para llevarse a mi mujer y pretender que yo entendiera ese enigma, sin poder usar mi teléfono para buscar pistas.
Conduje a un centro comercial cercano y compré un teléfono nuevo. La chica que me atendió me miró extrañada cuando tiré a la basura el celular que tenía apenas dos días.
—No funciona el sistema operativo —mentí, tratando de que no me viera como un fugitivo o algo peor.
—¿A nombre de quién quiere la factura? —preguntó, aún más desconcertada.
—No necesito factura, gracias —respondí, seguro de que llamaría a la policía.
—¿Eres Nathan Evans? —cuestionó dudosa y yo negué con rapidez.
—Por supuesto que no, soy un mafioso. Si llamas a la policía, te buscaré en casa de Alicia —ella tragó saliva, nerviosa, y me entregó el teléfono mientras contaba el dinero.
—¿Cómo sabes mi nombre? —le pregunté, divertido.
—Lo vi en tu camisa —confesó.
—Te investigué, no te preocupes, los billetes no son falsos. Puedes quedarte con el cambio —dije tomando la caja del teléfono y dándome media vuelta para salir corriendo.
Me subí al auto y traté de encender el nuevo teléfono lo más rápido posible, pero esas cosas tardan, y menos cuando estás ansioso y apurado. La suerte me hizo mirar hacia la tienda y ver cómo Alicia realmente había llamado a la policía. Encendí el motor justo cuando la veía señalando hacia donde estaba estacionado.
—Puta mierda —murmuré, arrancando de golpe mientras veía en el retrovisor a los oficiales subirse a sus bicicletas para perseguirme. Lo último que me faltaba: no solo debía huir de Los Sheik y los Evans, ahora también la policía estaba tras de mí. El teléfono seguía encendiéndose y yo no tenía ni idea de dónde podía estar “el lugar donde la luna nunca se oculta”. Golpeé el volante mientras conducía como loco. Era obvio que no me alcanzarían en bici, pero también que ya habían pasado mi matrícula por radio.
Tuve que abandonar el auto en un parqueadero municipal, agarrar la caja del teléfono, el dinero, los pasaportes y la mochila, y continuar mi recorrido a pie. Por fortuna, entré en una feria infantil con tanta gente que podía pasar desapercibido. Me senté en una banca, suspirando aliviado al ver que el teléfono finalmente encendía.
—Cool, por fin algo bueno —dije mientras googleaba “lugares donde nunca se oculta la luna” en la ciudad. Salieron muchos resultados estúpidos. No había sido una buena idea buscar así. Perdía la paciencia...
¿Qué podía ser ese lugar? ¿Por qué Tyler asumió que sabría a qué se refería? Cerré los ojos y me concentré. No podía ser un bar, ni un hotel, ni un restaurante... mierda, estaba enloqueciendo.
—¿Puedes levantarte de ese asiento? Dicen que es para ancianos, y tú no pareces uno —dijo un niño de unos diez años. Me hizo gracia su forma de pedirme el puesto para comerse su hot-dog.
—¿Por qué no eres más sincero y me dices que solo quieres mi asiento para comerte eso? —le respondí, poniéndome de pie frente a él.
—No hubiera funcionado, te hubieras negado —contestó, y me eché a reír. Vaya que era astuto.
—Tienes razón, eres un mocoso inteligente —dije. Él se encogió de hombros.
—Oye, niño, si alguien te dice que hay un lugar donde la luna nunca se oculta, ¿qué es lo primero que te viene a la mente?
—El museo de la luna, obviamente. Pero déjame en paz, anciano, mi mamá me dijo que no hable con extraños —y se fue.
—Bien, gracias mocoso, sabía que eras un genio. Tu madre tiene razón, no hables con extraños. Disfruta tu hot-dog —le dije mientras tomaba mis cosas y corría hacia el museo.
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Layla
—Este lugar es maravilloso, Tyler. ¿Cómo tienes acceso? —Ana, que ya estaba despierta, miraba la luna fascinada, mientras yo me mordía las uñas nerviosa, pensando en Nathan.
—Nathan y yo veníamos siempre aquí cuando éramos niños. Es nuestro lugar favorito. Entrábamos a escondidas y jugábamos a ser astronautas en una excursión a la Luna —sonrió mientras apretaba el vendaje de su pie y ayudaba a Ana a levantarse.
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Editado: 17.10.2025