Nathan
Apreté el puño con fuerza. La rabia recorría todo mi cuerpo. Y aunque entendía que, dadas las circunstancias, así tenía que ser, me molestaba profundamente que todos supieran y nadie me hubiera hecho partícipe, ni siquiera me hubieran tomado en cuenta.
Entendía a Arturd: yo le importaba una mierda y esta era su venganza. Pero a Layla no, porque ella ni siquiera confió en mí para decírmelo, convencida de que yo era un idiota impulsivo cuyo amor no le había traído más que problemas. No me lo había dicho, pero ya la estaba escuchando en mi mente:
—William no sabe nada y no tiene por qué saberlo. Estoy arriesgando mi sociedad, mi trabajo y todo por ustedes, ingratos malagradecidos. Por ti en especial, que te llenas la boca diciendo que quieres ser diferente y eres la misma basura.
Me quedé en silencio. No tenía nada que decir. Todo era cierto.
—Ahora pon tus manos aquí, aguanta tu castigo como un hombre, en silencio, sin quejas ni ruidos.
Yo ya sabía lo que iba a hacerme: solía castigarme así cuando era niño, dándome latigazos en la espalda, piernas y manos...
—Con tus palabras, hasta creo que eres un buen padre —dije con sarcasmo mientras colocaba las manos en el espaldar de la silla y él soltaba el primer latigazo.
—Cierra la boca, o alargaré el castigo. Estoy intentando no ser tan cruel, pero debo dejar marca para que William no solo no haga más preguntas sino que vea que realmente he cumplido mi palabra y te he disciplinado como te mereces.
—Bien, solo hazlo —le dije, esperando el golpe.
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Layla
Desde que entramos en la mansión del terror, las piernas me temblaban. Me resultaba muy difícil enfrentarme a ese nido de víboras, pero sobre todo darle la cara a Nathan. Él no sabía nada, así que probablemente se lo tomaría muy mal. Tyler notó el miedo reflejado en los temblores involuntarios de mis manos.
—Todo estará bien, solo respira —dijo, tomándome la mano con firmeza justo después de que una empleada abriera la puerta para dejarnos pasar.
—Bienvenido, señor Tyler. Bienvenida, señorita Layla —dijo la mujer, que ya me conocía, mirándome de forma extraña. Supuse que se debía a verme de la mano de Tyler, cuando antes me había conocido como la esposa de Nathan.
—Gracias —dijo él sin darle importancia al asunto, tirando suavemente de mi mano para avanzar.
Atravesamos el lobby rápidamente hasta llegar a la sala principal, frente a las escaleras que conectaban con el segundo piso. Nos sorprendió ver a Amanda bajar con muchísima dificultad las escaleras, seguida por tres hombres que intentaban hacerla regresar.
—¡Señorita, vuelva aquí! Su padre fue muy claro, necesita descansar. Además, el señor Nathan está con el señor Arturd, no puede entrar e interrumpirlos —dijo uno de los hombres, sin tocarla.
—Si alguno de ustedes se atreve a tocarme, les juro que lo van a lamentar —dijo ella con fuerza, y el hombre retrocedió aterrorizado.
Con mucho esfuerzo, Amanda llegó al final de las escaleras. Llevaba una pijama blanca de seda, el cabello rubio suelto, y parte de su rostro estaba golpeado, con hematomas y un par de puntadas. Tenía un pie vendado y parecía que el cuello le dolía.
—¿Qué está pasando? —le pregunté a Tyler.
—No tengo idea, pero parece que le pasó un carro por encima. Se ve terrible —respondió, soltando mi mano para ayudarla. Ella lo miró con sorpresa, sin notar aún mi presencia.
Yo estaba nerviosa de que armará un drama al verme, como hizo la última vez que nos vimos, en la despedida de solteros que terminó siendo una burla. Ese día ella intentó por todos los medios quedarse con Nathan, pero él la rechazó públicamente, proclamando su amor por mí y arruinando su compromiso. Ella debía odiarme con todas sus fuerzas por eso...
Aunque no éramos amigas, me causaba gran curiosidad saber por qué estaba en tan mal estado.
—Gracias, Tyler —le dijo ella sonriéndole. Tyler no podía dejar de mirarla, bastante impactado por su estado.
—¿Nathan te hizo esto? —preguntó aterrado. Me quedé helada ante esa posibilidad.
—Tonterías, eso es imposible. Jamás me golpearía. ¿Por qué todos siempre piensan lo peor de él? —preguntó indignada, aún sin notar mi presencia. Tyler sonrió avergonzado por su metida de pata y yo suspiré aliviada al escuchar que él no había cometido ninguna estupidez.
—Porque es impulsivo... pero gracias a Dios mis acusaciones son infundadas —dijo él. Ella rodó los ojos con fastidio. Se notaba que le molestó su comentario.
Luego, por fin me divisó con la mirada. Mi corazón se aceleró de inmediato, tragué saliva; el primer show de la tarde estaba a punto de comenzar. Pero, para mi sorpresa, ella se dirigió a mí con amabilidad:
—Hola, Layla, bienvenida —dijo mientras me sonreía y yo quedé atónita. Tyler también la miró sorprendido.
—Solo esperen aquí, vuelvo en unos minutos —añadió, soltándose sutilmente del agarre de Tyler y avanzando lentamente hacia el estudio.
Se preguntarán cómo supe que iba al estudio. La respuesta: el guardaespaldas volvió a advertirle que no entrara allí, que no interrumpiera la reunión entre Arturd y Nathan. Pero ella parecía sorda porque no solo entró, sino que le cerró la puerta en la cara a Tyler.
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Amanda
Entré al estudio y cerré la puerta de inmediato al ver con horror cómo Arturd estaba azotando las manos de Nathan con un látigo, como cuando éramos niños.
Sentí indignación, rabia y desconsuelo. Este sitio era una jaula de oro, un infierno en todo sentido.
Él se detuvo, por supuesto, al verme plantada ahí, observándolo con asco y desaprobación.
—¿Amanda, por qué te has levantado de la cama? Tu padre ordenó que descansaras. Si te pasa algo, él estaría devastado —dijo Nathan, frunciendo el ceño al verme. Iba a decir algo, pero hablé primero.
—¿Por qué está haciendo esta aberración? —pregunté sin rodeos a Arturd.
—¿Por qué no estás cumpliendo la promesa que me hiciste? Vuelve a tu habitación, hablaremos después —respondió, intentando evadir.
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Editado: 17.10.2025