Capitulo 26.
Layla
Encontrarme con Nathan saliendo de la habitación de Amanda me revolvió el estómago. Y aunque él se sintió con derecho a reclamarme por estar con Tyler, yo no sentía culpa alguna. ¿Por qué debería hacerlo? No era un engaño; nosotros no teníamos nada. Nuestra relación había terminado en el momento en que él eligió mentir antes que confiar, omitir antes que hablar, huir antes que tomar mi mano.
Fue un egoísta que siempre pensó en sí mismo, aunque se llenara la boca diciendo lo contrario.
La situación con Tyler esa noche me dio claridad: el “amor” entre Nathan y yo estaba impulsado por el deseo, la pasión y la atracción. Era efímero, carnal y egocéntrico. Por eso siempre terminaba en su cama, sin importar lo horrible de la situación. Me había acostumbrado a eso, pero si quería respeto, debía empezarlo por mí misma: valorarme, amarme y no permitir que Nathan ni nadie más me usara para satisfacer sus necesidades.
Caminé hasta el jardín y me senté en la mesa frente a la piscina. Había quedado con Tyler para desayunar, aunque solo acepté porque insistió demasiado.
Una de las empleadas comenzó a poner una cantidad enorme de comida en la mesa, como si preparara un banquete para cincuenta personas. Me extrañó tanta comida para solo dos, o bueno, tres con el bebé que llevaba en mi vientre. De repente, me abrió el apetito. Deseaba probar un poco de todo, pero hice un esfuerzo por esperar a Tyler.
Pocos minutos después comprendí que el desayuno no era solo para nosotros: Charlotte apareció, vestida de forma extravagante como siempre, y se sentó frente a mí.
—Buenos días —dijo con frialdad, y me sorprendió incluso que me hablara.
—Buenos días —contesté, aunque preferí no hacerlo. No era un secreto que nunca nos habíamos llevado bien; siempre prefirió a Amanda antes que a mí.
—Lo sé, no te agrado, y tú tampoco me agradas… Pero embrujaste a mis hijos y llevas a mi nieto en tu vientre. Ahora somos familia, así que debemos hacer un esfuerzo.
Solté una carcajada ante tanta audacia.
—Jamás seremos familia. Mi hijo no es ni será su nieto. Esta familia es asquerosa, usted es asquerosa, Amanda es asquerosa…
—Pensé que eras más inteligente, Layla, pero me equivoqué. Estás enfocando tu odio en las personas equivocadas. Yo solo quiero proteger a mi hijo. Amanda es solo una chica enamorada a la que le arrebataron a su prometido —replicó—.
—No me importan tus razones, ni las de ella. Ambas me dañaron, dañaron a Ana y a mi madre. Eso no tiene perdón.
—Bien, piensa lo que quieras. Solo un consejo: aléjate de Nathan y olvídate de George Wayne, de su periódico y de su hija. Acepta la oportunidad que Arturd y yo conseguimos para ti, tu hijo y tu familia.
Quise aventarle el café en la cara, pero me contuve. Ellos habían matado a Amélia y no permitiría que se salieran con la suya. Haría justicia, en su nombre, en el de mi padre y por todo lo que nos habían arrebatado.
—No se preocupe por Nathan. Su sueño se cumplió y por primera vez coincidimos en algo: lo mejor para mí es que no me busque, ni me moleste nunca más. Solo fue un error en mi vida, un ingenuo error que me arruinó.
De repente, una ráfaga de agua me empapó la espalda. Volteé y me encontré con Amanda.
—¿Cuál es tu puto problema con él ahora? ¿Por qué lo lastimas de esta forma? ¡FUI YO QUIEN ARRUINÓ TU MATRIMONIO! —gritó, alterada.
Me levanté y me planté frente a ella. No iba a dejarme humillar. Tomé un vaso de agua y se lo esparcí. No se inmutó, solo estaba preparada para lo único que sabía hacer aparte de molestar: llorar.
—¿Crees que haciéndote la buena ganarás su amor? —le dije—. Nathan nunca te amará porque no ama a nadie más que a sí mismo. ¿Te crees con derecho a juzgarme porque te contó algunas cosas mientras te usaba para demostrar su virilidad? La verdad, das risa, niña ilusa.
Tomé mi cartera y me fui, necesitando aire y la manera de reunirme con Wayne sin que nadie lo supiera. Mientras me alejaba, la escuché gritar:
—¡PERO ÉL SÍ TE AMA!
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Amanda
Hablar de Nathan así me dejó completamente confusa. Parecía que no estaban hablando del mismo amor.
Para Nathan, Layla era lo más importante y hermoso de su vida. Sus ojos se iluminaban al hablar de ella, su sonrisa era espontánea y nada parecía estar mal si ella estaba a su lado. Pero cuando Layla hablaba de él, su mirada se apagaba, su rostro se endurecía y todo parecía horrible.
Según él, ella era el amor; según ella, él era incapaz de amar. Él la veía bondadosa; ella, egocéntrica. Él la veía perfecta; ella, defectuoso. La intensidad era lo único que compartían.
Sin darme cuenta, lloraba a mares. Pena por ella, que transformó el amor en odio, y pena por él, que amaba sin ser correspondido.
Charlotte se acercó preocupada.
—¿Amanda, estás bien, cariño?
Le hice señas de que no se acercara. No confiaba en nadie.
—Estoy bien. Si Nathan pregunta, dile que fui a casa por algunas cosas.
Palideció, angustiada, pero asintió y me dejó ir. Salí por la puerta trasera, cubriendo mi cabeza con el gorro. Bajé la loma lo más rápido que mi pierna me permitía.
El dolor era tenue gracias a unos comprimidos. Quería sentirme bien para pasar un rato con Nathan, pero la sorpresiva situación con Layla me hizo entender que no lo encontraría desayunando. Decidí ir a mi casa a buscar el pase de visita de mi madre y hablar con mi hermano Cristian. Necesitaba respuestas sobre la chica que había visto el día que mi padre me llevó a ese lugar.
Tomé el autobús y, al darme cuenta de que no tenía dinero, el conductor me gritó:
—¡Bájate, pordiosera!
Estaba aterrada y temblando. Una amable mujer pagó mi boleto y me acompañó a mi asiento. Conversamos y me advirtió sobre William Sheik, el hombre que había desaparecido a su hija Amélia. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
—Lo siento mucho, debo bajar aquí —dije finalmente, y bajé con un frío terrible al escucharla despedirse.
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Editado: 22.08.2025