Contigo o sin ti!

27.

Capitulo 27.

Amanda

Intenté correr tan rápido como mis pies me lo permitieron, pero aquella cosa espeluznante no me dio tiempo de reaccionar. Se abalanzó sobre mí y me estranguló con sus manos. Lo único que logré fue clavar mis uñas en su cuello, lo único que estaba al descubierto. Pero eso solo pareció endurecerla más; se esforzó aún más por dejarme sin aire. No tuve opción más que soltarla.

Juro que vi mi vida pasar frente a mis ojos mientras el oxígeno me abandonaba. Aun así, no cerré los ojos. Observaba su rostro cubierto por esa horrible máscara, intentando divisar el color de sus ojos, pero el velo se lo impedía.

Estaba lista para marcharme, no porque quisiera morir, sino porque ya no podía soportarlo más. Y entonces, de repente, me soltó. Caí al suelo, descompensada. Desde ahí la vi acercarse otra vez, acariciando mi rostro de forma macabra. Sus enormes y largas uñas me causaban terror y asco. Pensé que había muerto… hasta que desperté en mi habitación, como si todo hubiera sido una pesadilla.

Poco después, la puerta se abrió de golpe. Entró mi padre.

—¡Papá! —exclamé asustada, aunque al menos sentí alivio de que él estuviera allí.

No dijo nada. Se quedó petrificado en la puerta. Me levanté de la cama y me acerqué a él con dificultad. Pero cuanto más me acercaba, más retrocedía, como si intentara huir de mí.

—¿Estás jugando conmigo? —gritó enfurecido, empujándome hacia atrás. Yo no entendía nada.

—La mujer con túnica estuvo aquí, entró a la habitación de Cristian y luego intentó matarme —dije, mostrando las marcas en mi cuello. Pero al mirar mi vestido azul de cuello alto en el espejo, un escalofrío me recorrió: era el mismo que Amélia Wayne había usado en su funeral.

¿Cómo lo sabía? Yo había ido a verlo, pero mi padre… no, o al menos eso pensaba.

—¿Intentas hacerme enloquecer? —se acercó, furioso, tirando todos mis perfumes al suelo.

—¡Papá, estoy diciéndote la verdad! —exclamé.

—¡Tú no eres real! ¡Tú estás muerta, Amélia! ¡Desaparece! —gritó, arrojándome collares que quedaban en la peinadora.

Me alejé de él, aterrada, preguntándome si realmente pensaba que yo era Amélia.

—¡Soy Amanda, papá! —traté de hacerlo entrar en razón, pero no funcionó. Continuó destrozando mi habitación.

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Nathan

Llegué a la mansión de los Sheik y me sorprendió que estuviera completamente vacía. Ni siquiera los empleados estaban allí; parecía que todos habían desaparecido.

Era extraño, tan extraño como la mujer con velo de novia que vi salir corriendo por la entrada de servicio para perderse en el jardín. Recordé que en la conversación que Tyler me mostró, aquella loca mencionó algo de una novia.

—¡Mierda! —exclamé mientras llamaba a Tyler y corría hacia la casa con la esperanza de encontrar a Amanda.

—Estoy llegando al periódico —contestó Tyler—. ¿Está ella bien?

—No lo sé, pero acabo de ver a una mujer con velo de novia salir de la casa y desaparecer en el jardín —le dije, con miedo de no encontrarla.

—¿Estás seguro? ¿No lo imaginaste? Recuerda que estabas bebiendo —negó Tyler, compartiendo mi miedo.

—Sé lo que vi. Por favor, encuentra a Layla y no la dejes sola. Esto cada vez está peor —le ordené.

—Está bien, solo busca a Amanda y salgan de esa casa cuanto antes —dijo, y colgué al escuchar el sonido de vidrio rompiéndose en el suelo.

Al entrar a la habitación de Amanda, vi a William enloquecido, destruyendo todo, y a ella petrificada junto a la puerta. Sin pensarlo, la tomé del brazo y la saqué. Al principio se asustó, pero al ver que era yo, salimos de la mansión sin mirar atrás. William estaba demasiado enloquecido para notar nuestra partida.

—¿Estás bien? —pregunté mientras conducía. Ella asintió, con la mirada perdida.

Noté que estaba vestida elegantemente, con maquillaje y cabello completamente lacio, diferente a su estilo habitual.

—¿Qué sucedió? ¿Por qué estás vestida así? —le pregunté, curioso por saber qué le había dicho a William para provocarle esa locura.

Se miró en el espejo del parasol y respiró con rapidez.

—Detén el auto —dijo, y sin dudarlo se bajó, quitándose las joyas, los zapatos y luchando desesperadamente por quitarse el vestido.

—Detente, ¿qué pasa? ¡Habla conmigo! —la abracé.

—Solo quiero quitarme este vestido, estas joyas y este horrible olor a muerte que cargo —susurró, con desesperación.

—Te ayudaré y no preguntaré nada hasta que estés lista —la abracé, notando un perfume distinto, que no era de ella.

—Solo quítamelo, prefiero quedarme sin nada que llevar el vestido de Amélia… —dijo, y ayudé con el cierre. Se lo sacó con afán y me puse de vuelta la chaqueta para darle espacio. Permaneció en silencio durante todo el camino.

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Tyler

Entré a la oficina de Wayne sin tocar y tomé la mano de Layla para sacarla.

Wayne me miró con rabia, y Layla intentó matarme con la mirada.

—Que seas mi esposo no te da derecho a venir aquí y actuar como loco posesivo. Discúlpate —dijo, mirándome y luego al señor Wayne, avergonzada.

Él suspiró y me estiró la mano. Noté marcas en sus manos; él lo justificó:

—Mi gato escapó. Intenté atraparlo y terminé así.

—Dio pelea, al final le sorprendió y no estaba tan domesticado —le sonreí y él también.

—Así es, escapó… pero ese gato es como un hijo, volverá pronto y nunca más lo dejaré salir —pareció amenazarme.

Layla intervino:

—Lo siento, señor Wayne, por esto y también por lo del gato. Nos veremos mañana, tengo asuntos que resolver —besó mi mejilla, y su teatralidad era evidente.

Al salir del periódico, Layla me soltó de golpe y subió al auto, furiosa:

—¿POR QUÉ ACTÚAS COMO NATHAN? ¿CREES QUE TE PERTENEZCO?

—Tal vez tuve una buena razón para hacerlo —le respondí, sin apartar la mirada de la vía.

—¿La tienes? —dijo, bajando el vidrio.

—Sí, pero no hablaremos de eso aquí… ¿Comiste? —pregunté, notando su palidez.




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