Capítulo 28
Nathan
La abracé, y de pronto sentí que ella realmente me necesitaba…
Era evidente que Amanda era parte de la venganza contra William. Pero ese hombre era tan cruel que ni siquiera parecía importarle lo que pasara con su propia hija. No me sorprendía: si ya había sido capaz de silenciar a un hijo, no iba a ofrecer ventajas a sus enemigos protegiendo a la otra.
Indudablemente Amanda estaba sola. Ni siquiera podía contar con Morgan, su madre. Desde que Cristian había sido encerrado, ella dejó de existir: pasó de ser una mujer altiva y exigente a un cuerpo sin alma, una voz apagada, una presencia invisible. Aunque asistía a todos los compromisos de la familia, no se relacionaba con nadie, no reaccionaba ante nada.
—No crees lo que digo, ni yo misma lo creo. Tal vez de verdad estoy loca… —murmuró Amanda.
—Claro que te creo. Yo también la vi —respondí. Ella me miró, incrédula—. Vi a esa mujer salir con un velo de novia, para luego perderse en el jardín.
La vi sentir alivio: al menos tenía un testigo.
—¿Quién crees que sea? ¿Por qué conmigo? —me clavó los ojos, buscando respuestas que no tenía. Solo un montón de piezas de un rompecabezas enorme que no encajaban de ninguna forma.
—Hay muchas cosas de las que tenemos que hablar… incluso con Layla y Tyler —le dije, mientras colocaba una toalla en su cabello.
—¿Qué tienen que ver ellos conmigo? ¿Por qué deberían saberlo? No es buena idea… los pondrás en peligro. —Su inocencia me desgarraba. Era la víctima más grande de William. Sentí una punzada de pena por ella.
—Te contaré todo. Pronto hablaremos. Por ahora, iré a cambiarme. Tú también deberías vestirte. Volveré, lo prometo.
Salí de su habitación, con el corazón encogido. No quería dejarla sola, pero necesitaba hablar con Charlotte y con Arturd. Bajé las escaleras con prisa y los encontré en el salón principal.
—Nathan, justo necesitaba hablar contigo —dijo Arturd, sonriendo con cinismo. Charlotte, en cambio, comenzó a mostrar nerviosismo. Lo noté enseguida: era experto en descifrar sus gestos. Había crecido viéndola fingir calma en medio de incendios.
—Iré al grano, no tengo tiempo para estupideces. Shiana Dervishi y Amélia Wayne… ¿te suenan esos nombres? —pregunté.
La expresión de mi padre cambió radicalmente. Charlotte se acercó para intentar detenerme.
—Nathan, ¿qué haces? —murmuró.
Arturd la apartó y se plantó frente a mí.
—No juegues con fuego, Nathan. No te metas en asuntos que no son tuyos.
Lo agarré por la camisa, con furia.
—Por supuesto que son mis asuntos. Juegas conmigo como William juega con Amanda. ¿Les satisface destruir vidas?
Mi madre me tomó del brazo para que lo soltara, pero yo estaba demasiado enojado. Bastó una mirada de Arturd para que ella me dejara.
—No tienes idea de lo que William puede hacer si sigues metiéndote. Créeme, ni yo podré protegerte —dijo, con seriedad.
Esta vez fui yo quien sonrió con cinismo.
—No, eres tú el que no entiende. William Sheik es capaz de lanzar a su propia hija a los lobos con tal de salvarse. ¿Crees que dudará cuando llegue tu turno? Ese día te acordarás de mí, pero ya será demasiado tarde, incluso para ti, Arturd Evans.
Lo solté. Y, por primera vez en mi vida, vi terror en los ojos de mi padre. Sabía que yo tenía razón. Él ya estaba condenado.
—No tengo miedo de morir, Nathan, no te preocupes —repuso, acomodándose el traje hasta recuperar la sonrisa—. Eres imprudente, pero admito que eres un chico con suerte.
—¿Me estás amenazando? —pregunté, desconfiado.
Él negó con la cabeza. Charlotte intervino enseguida:
—Por favor, cálmate. Ahora todo está bien.
¿Todo bien? Yo no entendía cómo podía estarlo.
En ese momento apareció una empleada.
—Señor, la señora Morgan acaba de llegar.
¿Morgan? ¿Qué hacía aquí? Miré a Charlotte, confundido.
—Está bien, Nathan, Dios escuchó mis oraciones —dijo ella.
Por un instante pensé que tal vez Arturd y William habían roto su sociedad. Pero pronto descarté la idea: de ser así, habría al menos cinco mil reporteros afuera de la casa.
—Hágala pasar —ordenó Arturd.
Segundos después, Morgan apareció, elegante y serena.
—Buenas tardes —saludó. Mi madre la invitó a sentarse, y Arturd, con toda cortesía, le besó la mano.
—Lamento tanto esta decisión —dijo ella, con voz solemne—. Quería que nuestras familias permanecieran unidas. Pero también admito que Amanda es como una hija para mí, y su bienestar siempre será mi prioridad.
Abrí los ojos, incrédulo, mientras mi madre me sonreía con dulzura.
—Ya no habrá matrimonio, hijo. William canceló el compromiso —me susurró.
Sentí como si un balde de agua helada me cayera encima.
En otro momento, esta noticia habría sido lo mejor que podía pasarme. Pero ahora era todo lo contrario: William iba a deshacerse de Amanda, igual que lo había hecho con Cristian.
—Sé cuánto la quieren, pero estará bien. Recibirá tratamiento en el mismo hospital que su hermano. La demencia tiende a ser hereditaria. Pensamos que solo Cristian había tenido esa mala suerte, pero me entristece saber que tampoco Amanda escapó de ella —añadió Morgan.
Apreté los puños con rabia. Sentía un veneno recorriendo mis venas, quemándome por dentro.
—Una pena… ojalá mejore pronto —dijo Arturd, visiblemente aliviado por la ruptura del compromiso.
—Sin duda, Nathan debe estar feliz. Al final no tendrá que casarse. Su sueño se hizo realidad —añadió Morgan, mirándome con una sonrisa.
Intenté devolverle la expresión, aunque me temblaba el pulso.
—Parece que sí… soy un hombre con suerte —dije, fingiendo normalidad, mientras pensaba en cómo impedir que se llevaran a Amanda.
—Eso parece —respondió con frialdad, antes de dirigirse a mi padre—. No tengo mucho tiempo. William está en la clínica, tramitando el papeleo tras el brote psicótico de esta tarde. Me pidió que no le dijeran nada. Por favor, Arturd, ¿puede mandar a alguien a decirle que su madre la espera para comprar el vestido de la boda?
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Editado: 18.09.2025