Contigo o sin ti!

31.

Capítulo 31: Hermana.

Nathan

Me tomó un par de segundos entender que la voz que había escuchado no provenía de la mujer con el vestido negro y el velo de novia, sino de su cómplice, quien estaba detrás de mí apuntándome con un arma.

—¡Mierda! —exclamé, nervioso ante la situación, sin tener muchas ideas sobre cómo salir con vida—. ¡Mátame de una vez! —grité con fuerza, dejando claro que no importaba lo que hicieran conmigo.

Sentí cómo la persona separó el arma de mi nuca y la colocó contra mi sien. Entonces, a través del pequeño espacio entre el guante negro y la camisa de manga larga, noté que su piel era blanca. Por la contextura supe también que era un hombre; los brazos eran demasiado robustos para ser de una mujer.

A través del espejo empañado logré ver su reflejo: un hombre con una máscara de doctor de la plaga. Se me erizó la piel; la escena parecía sacada de una película de terror. El sujeto, al notar que lo observaba, me golpeó con la pistola y me reventó la frente. El impacto me mareó y, poco después, sentí la sangre correr por mi rostro. La vista se me nubló y caí al piso.

No sé cuánto tiempo permanecí así. Lo único que recuerdo es haber despertado cuando el agua empezó a mojar mi ropa. Aunque estaba desorientado, comprendí que habían dejado la bañera llena y el tapón puesto: el agua se había desbordado.

Cerré el grifo de inmediato antes de que la inundación llegara al pasillo. Luego limpié mi rostro y apliqué unos parches que Amanda tenía en el botiquín. Cuando terminé, salí del baño y regresé a la habitación: ya no estaban. Se habían ido, al parecer, por el balcón, porque las puertas de cristal estaban abiertas.

Noté rápidamente que mi teléfono sonaba. El ruido provenía de la cama de Amanda. Eran más mensajes desde su número. Era evidente que ella no tenía el teléfono, pero los abrí igual, movido por la curiosidad.

Me quedé helado al ver que eran fotos del día en que Amanda se lanzó por el balcón, tomadas desde distintos ángulos. Era escalofriante. Incluso había una imagen de ella cayendo al vacío, como si alguien hubiera sabido que iba a saltar y hubiera esperado el momento exacto para capturarla desde el piso de arriba.

—¿Quién eres? —le escribí al número de Amanda, desde el que me habían enviado las fotos.

—“El doctor y la novia. Tú ya nos conoces.”

Respondieron de inmediato.

—¿Qué quieren? ¿Por qué hacen esto? —pregunté, pero solo respondieron con más imágenes.

Fotos de la fiesta de máscaras, de un ramo de rosas rojas con una tarjeta para Layla, de la boda de Tyler y Layla, del museo, de Amelia, de Christian… y muchas de Amanda. Casi todas eran de ella.

—¿Por qué ella? ¿Qué fue lo que hizo? —pregunté, indignado. No respondieron con palabras, sino con un video.

Lo reproduje y me impactó ver que incluso habían grabado el día en que Amanda se desnudó en el jardín. Detuve el video de inmediato y solté el teléfono. Después sonó al menos diez veces más, pero no lo atendí.

Estaba aterrado, enojado, indignado. Y aunque no quería seguir mirando, volví a abrir el chat. Me horrorizó ver que me habían enviado fotografías mías, tomadas en ese mismo momento. Eso significaba que estaban en la habitación… o, al menos, observándome.

—¡Cobardes! ¡Malditos! ¡Salgan ya! —grité con furia mientras tiraba todo a mi alrededor, buscando por todos lados. Quería encontrarlos, terminar con esto.

Pero no los hallé. Me calmé un poco: era evidente que no estaban allí físicamente, pero sí tenían acceso al lugar. Comencé entonces a revisar las fotos y los ángulos desde los que habían sido tomadas. Así fue como descubrí una pequeña cámara en la esquina de la cama.

Reí con amargura mientras la arrancaba de su sitio. Luego, al comparar otros ángulos, encontré tres cámaras más.

—Malditos psicópatas… Nos han estado viendo todo este tiempo —murmuré, mirando las cuatro cámaras desinstaladas, mientras tomaba el teléfono para escribirles—. Pueden comer mierda.

“Bravo, Nathan. No eres tan idiota como Layla piensa.”

Esos desgraciados debían tener cámaras por todos lados. Sabían demasiado.

—¡Púdranse, basura! —grité en voz alta, saliendo de la habitación de Amanda para revisar la mía.

Tal como imaginaba, logré desinstalar cinco cámaras más. Ellos lo notaron enseguida, porque me escribieron otro mensaje:

“Ella cumplirá su sueño. No morirá indeseada.”

No entendía a qué se referían. Segundos después, recibí un video de Amanda desde el hospital psiquiátrico. Ella estaba sentada, mirando con pavor una túnica bordada. Luego se levantó, tomó un papel y un objeto que no logré distinguir, se hizo un corte y escribió en la pared con su propia sangre: “Ella está aquí.”

Después de eso, el video terminó.

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Tyler

Subíamos las escaleras cuando vimos a Nathan bajar como un loco desquiciado. Tenía el cuerpo tembloroso y la mirada perdida. Intenté detenerlo, pero estaba totalmente a la defensiva, desorientado, como si estuviera sordo o fuera de sí.

Evitar que saliera de casa en ese estado implicó que Arturd y Charlotte intervinieran. Aquella noche hubo un gran alboroto. Nathan hablaba incoherencias: sobre cámaras, una novia con velo negro, un hombre con máscara de doctor de la plaga y que Amanda moriría si no iba por ella. Tuvimos que llamar al médico de la familia, quien aseguró que la única forma de detener el ataque era con un sedante fuerte. Apenas se lo inyectaron, perdió la conciencia.

—No es necesario que se queden aquí, yo me haré cargo —le dije a Charlotte, que lloraba al pie de la cama donde Nathan dormía. A su lado, Layla le sostenía la mano, también llorando.

—No entiendo qué le pasó. Desde que se llevaron a Amanda a la clínica psiquiátrica, parece que él también perdió la cabeza —dijo mi madre, y giré de inmediato al escucharla.

—¿Se la llevaron a una clínica psiquiátrica? ¿Por qué? —exclamé sorprendido. Layla también miró a Charlotte, atónita.




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