Contrato con la firma del amor

Capítulo 1

—Jack, un whisky doble —sonó a mi lado un profundo barítono masculino.

En la hora y media que llevo aquí he oído centenares de voces como esa, pero esta era un poco distinta. Agradable. Incluso diría que seductora. Estoy cien por cien segura de que su apariencia es tan impactante como su voz.

Apoyada en la barra con los codos, balanceaba suavemente la punta del pie. Mi poca estatura me hacía sentir como una niña pequeña en cualquier taburete un poco más alto. Pero una niña no puede permitirse beber alcohol en un club nocturno. Yo sí.

Sintiéndome tan pequeña e invisible como un ratón, me atreví a mirar de reojo a hurtadillas. Tal como pensaba, ni siquiera se fijaron en mí. Otra vez.

Creí que destacaría en este club por mi aspecto. Pero, por lo visto, ni me veían. Vaqueros pitillo azul oscuro, un suéter negro entallado, el pelo peinado a medias y unas gafas de montura fina: todo eso me convertía en un “ratón gris” entre el centenar de bellezas llamativas del local.

Aunque tampoco buscaba llamar la atención. Por eso elegí un sitio que me escondía un poco del público.

Me atreví a sostener la mirada unos segundos más. El hombre iba de traje, pero todo en su apariencia gritaba que ahora la formalidad le importaba poco. Chaqueta oscura, camisa blanca hecha un acordeón, varios botones superiores desabrochados. El barman justo dejó su pedido delante y él asintió apenas, antes de llevarse el vaso a los labios. Me hipnotizó cómo su nuez dio un brinco al tragar, y de pronto se me cortó la respiración.

Me “salvó” una llamada al móvil. Mi tono era poco común y bastante alto, así que atrajo la atención del hombre. Me giré rápido antes de que nuestras miradas se cruzaran y contesté precipitadamente.

—¿Aló? Vanessa, ¿dónde estás ahora? Me llamó Ígor, preguntó si estabas conmigo —dijo Vika, mientras yo sostenía el teléfono con la mano temblorosa y en la otra apretaba el vaso de alcohol fuerte.

—¿Ah, sí? —bufé, conteniendo una sonrisa sarcástica. Resultaba cómico oírselo a quien, hacía apenas unas horas, había encontrado en su cama. Quería gritar que sabía de su traición, que los odiaba a ambos. Quería desearles que se murieran juntos en esa misma cama. Pero apreté la mandíbula y respondí otra cosa:

—¿Y qué le dijiste?

—Le dije que supuestamente estás conmigo, pero ahora en el baño. Me contestó que llamará en unos minutos —mentía mi ex amiga sin tartamudear. ¿De verdad fui tan ciega todo este tiempo?—. ¿Qué le digo cuando Ígor llame?

—No sé, invéntate algo. Dile que me siento mal y no puedo hablar, que por eso me quedo contigo —contesté con voz plana, ahogando el nudo en la garganta con otro trago.

Un par de segundos de silencio en la línea; solo los graves de la música del club retumbaban de fondo. Vika no podía no darse cuenta de dónde estaba yo.

—De acuerdo… Pero ¿dónde estás? ¿Por qué me pides eso? —empezó a interrogar.

Entrecerré los ojos, me mordí el labio y pasé la yema del dedo por el vaso. De reojo volví a mirar al hombre: estaba sentado con los ojos entornados, fijando la vista en algún punto frente a él.

—Te lo diré, pero no se lo cuentes a nadie, ni una palabra, ¿sí? —dije, dándole unos largos segundos para atizar su curiosidad.

—Claro —respondió segura.

Me recosté en el respaldo del taburete y, fingiendo con acierto estar enamorada y eufórica, empecé a hablar:

—Estoy en un club con un hombre, nos conocemos desde hace un tiempo. Es… ya sabes, con él se me va la cabeza como nunca con Ígor. Hoy pienso quedarme en su casa. Por eso tengo la suerte de tener una amiga que pueda cubrirme.

Otra vez unos segundos de silencio y, por fin, en la línea sonó la pregunta sorprendida y —si se escuchaba con atención— hasta alegre de Vika:

—¿Vanessa, estás engañando a Ígor? —soltó la ex amiga.

Casi me daban arcadas por su hipocresía, pero seguí interpretando a la “tontita”, abriéndole “mi corazón” y “mi alma”.

—Con él es imposible no perder la cabeza. Le basta una mirada para que me recorra la fiebre… Y no solo de palabras sabe cómo llevar a una mujer a las estrellas —susurré con beatitud, estudiando a hurtadillas los dedos fuertes y seguros del hombre. Eso me ayudaba a mentir tan bien que hasta yo empezaba a creer lo que decía.

—¡Dios mío, Vanessa! No te reconozco… No podrías hacer algo así… ¿Te lo estás inventando? —Vika sonaba un poco desconcertada.

Ya abría la boca para responder, pero de pronto me quedé helada.

—Pequeñita, basta de hablar, vámonos a mi casa. Estoy al límite… —susurró con voz grave y ronca el hombre que hasta ese momento parecía totalmente indiferente a mí.

Su aliento caliente en mi oído fue tan inesperado que una estampida de hormigas me recorrió todo el cuerpo y casi gimoteé. Oh, Dios. Lo miré de soslayo y me topé de inmediato con su mirada atenta, muy interesada. Olvidé cómo respirar y solo pude quedarme mirándolo fijo a los ojos, perdiendo por completo la noción del tiempo.

Me devolvió a la realidad la voz de mi amiga que, al parecer, había entrado en histeria al oír una voz masculina tan cerca.

—Pues bueeeno —mi voz sonó tan opaca que cualquiera podría confundirla con excitación—. Él ya me está esperando. ¿Me cubres, amiga? —decidí dar por terminada aquella función.




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