Contrato con la firma del amor

Capítulo 2

Con los ojos bien abiertos miraba el rostro del hombre, a apenas unos centímetros de mí. En cuanto colgué el teléfono, todas mis habilidades para hablar se esfumaron. En ese instante parecía una tonta muda que solo sabe parpadear.

El hombre sonrió con las comisuras y, ladeando la cabeza, me examinó con atención. Eso me devolvió un poco al mundo.

—¿Cómo sabe mi nombre? —pregunté en voz hueca.

—En internet —sonrió, y abrí aún más los ojos—. Es broma. Lo oí por el auricular cuando tu amiga lo gritó.

—Pero aquí hay muchísimo ruido, era imposible oírlo.

—Una combinación de voz clara y oído sensible hizo posible lo imposible.

—Ya… —atiné a decir, y aparté la vista, intentando no mirarlo más ni atraer atención.

Pero, para mi desgracia, ya no salía. Él me había notado y no pensaba fingir lo contrario. Su atención era extrañamente inquietante, y quería librarme de ella cuanto antes. Ya tenía atención “masculina” para toda la vida; no quería más.

No me di cuenta de cuándo mi vaso quedó vacío y el cuerpo se aflojó. Los pensamientos volvieron a la traición dolorosa, y mi cerebro, para colmo, empezó a rebobinar escenas de lo visto, desgarrándome por dentro.

—Lo mismo —dije, deslizando el vaso hacia el barman con un leve chirrido.

Seguía sintiendo una mirada ajena sobre mí, y al instante oí cómo el barman preparaba mi pedido.

No apartaba los ojos de mis manos apoyadas en la barra.

Me parecía sentir aún los toques sucios de Ígor en las manos. Cómo me pedía que lo tocara… Me invadió una repulsión hacia mi propio cuerpo que me hizo querer arrancarme la piel. No noté cuándo empecé casi a despellejarme las palmas, sin sentir dolor. Hasta que…

—No hagas eso —dijo, con voz grave, el hombre a mi lado.

…unas manos masculinas, firmes y bronceadas, me detuvieron con suavidad pero con decisión. Desde el principio había reparado en sus manos: cuidadas, fuertes, con venas marcadas —de esas que les vuelan la cabeza a muchas chicas—, adornadas con un reloj caro.

Miré el dial y noté que ya era bastante tarde. Tendría que gastar en taxi. Eh, y ya me había dejado el dinero en alcohol. Me quedaba lo justo para el taxi y un día de comida. Tengo tantos problemas que no me quedan fuerzas para pensar en la mirada de un desconocido. Mi batería interna se había agotado.

El hombre seguía sujetando mi mano contra la mesa. No podía apartar la vista de nuestras manos. Y en ese momento sentí que aquella suciedad que había dejado mi ex empezaba a borrarse. Respiré mejor cuando el contacto de ese desconocido borró aquellas huellas.

—Esa bebida no es para damas frágiles —sonrió cuando el barman dejó el vaso frente a mí.

Ignoré sus palabras, retiré en silencio mi mano de su agarre firme y bebí del vaso.

—Hmm, aunque quizá no seas tan frágil —bufó, observándome—. Hoy me estoy equivocando demasiado.

Aunque no lo miraba, mi oído cazaba cada detalle, cada palabra. Bebía a sorbos, mientras su mirada no se despegaba de mi perfil. En algún momento, la impaciencia y la curiosidad pudieron conmigo. En medio de otro trago, aparté el vaso y giré la cabeza hacia el desconocido.

La mirada se me fue, desde el primer segundo, a sus ojos castaños oscuros y cejas tupidas. Nariz con una pequeña joroba, labios expresivos y una barba corta y cuidada que le daba rudeza. Pero el pelo algo largo sumaba un punto de desenfado. Tan contrastado con todos los hombres que conocía, que pensé que jamás olvidaría esa cara.

Aquel hombre era muy atractivo. De una sola mirada me faltaba el aire y mariposas me revoloteaban en el vientre.

—¿Te he interesado?

Tragué saliva espesa con estrépito; hipnotizada, no apartaba los ojos de los suyos. Creo que ese último vaso sobraba.

Apoyó los codos en la barra y se inclinó más, envolviéndome con un perfume impecable. Así huelen los hombres adultos que tienen poder sobre la gente y seguridad en sí mismos. O que están seguros de que los demás los desearán…

—¿De verdad me he vuelto a equivocar, pequeñita?

Ojalá se equivocara.




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