¿Qué demonios acaba de pasar? ¿Y de dónde sacó lo de “preciosa”? Lo de “pequeñita” lo entiendo —soy pequeña de verdad—, pero ¿preciosa?…
No pensaba ducharme ni, mucho menos, desayunar aquí. Encontré rápido mi ropa en un taburete cercano. Me vestí tan deprisa como si volviera a llegar tarde a la clase del profesor más estricto. Ya no tengo que ir a clases, pero la costumbre sigue sirviendo.
Alzar el bolso de un tirón fue un error: se desparramó todo al instante.
—¡Maldición! —solté, agachándome en cuclillas.
Con movimientos caóticos y veloces metí todo y, por último, eché un vistazo furtivo para comprobar que estaba lo importante. Sobre todo llaves, cartera, pasaporte y móvil. Parece que sí… Si la cabeza me acompañara, sería cien veces mejor.
Vaya lío…
Inspiré hondo y despacio delante de la puerta y reuní valor para salir de aquí mientras el dueño aún estaba de buenas.
Abrí y, mirando al suelo, avancé por el pasillo. Di con una estancia grande unida a la cocina, y al fondo se veía otro paso hacia la puerta de entrada; demasiado tarde entendí que no podría irme sin ser vista.
Más allá, a un lado, estaba el nervioso dueño de la casa y, junto a él, una mujer mayor con mucho estilo.
—Oooh, nieto, ¿y quién es ella? —preguntó la mujer, mirándome.
El corazón me tamborileó y miré desconcertada al hombre.
—Abuela, ella es… —empezó él, pero al mirarme se calló y se frotó la nuca.
La abuela, alternando la mirada entre él y yo, soltó una risa inesperada.
—Conque por eso no querías conocer a aquellas chicas. ¿Por qué, tontito, no dijiste que ya tienes novia? —soltó, dejándome helada con su lógica.
Abrí los ojos de par en par y me quedé mirando al hombre, esperando que desmintiera la suposición. Pero guardó silencio. De pronto, la mujer agitó su mano viejecita y fina hacia su nieto y dio un paso hacia mí.
—Oh, ¡mejor cállate! Nena, ¿me dejas verte más de cerca? —me cortó el paso.
Se movió demasiado ágil para su edad; cuando quise reaccionar, ya la tenía encima.
—Dios mío, de cerca eres aún más mona, mi niña. Ahora entiendo a mi nieto. ¿Y por qué me la escondías?
—No es en absoluto… —empecé a negar con la cabeza, pero me interrumpieron con descaro.
—Porque te conozco, abuela. Mira, te enteras hace un minuto de que tengo novia y ya te le has pegado como un calamar.
Se acercó y, de repente, me rodeó con un abrazo fuerte. Lo miré, atónita, sin aire ante tanta osadía en palabras y actos.
Volvió la cabeza hacia mí y forzó una sonrisa; con los ojos me atravesó de tal modo que hasta se me cortó el hipo.
—Siempre dramatizas. Pues preséntanos —dijo la mujer, rompiendo la pausa.
—Abu, te presento a Vanessa. Cariño, esta es mi abuela, Inna Anatoliivna, de la que te hablé —dijo él sonriendo, mientras me apretaba apenas la cintura.
Tragué la sequedad de la garganta. Seguía sintiéndome mal y quería irme de esa casa cuanto antes. Entendía que, si no decía lo que él quería, la mentira del nieto aplastaría a la anciana.
Y por eso él esperaba que yo siguiera el juego. Pero no pensaba hacerlo. Una cosa es mentirles a quienes jugaron contigo para no acabar hecha una piltrafa. Otra, mentirle a una persona mayor que solo quiere la felicidad de su nieto.
Forcé una sonrisa hacia él y giré la cara a la mujer, que esperaba mi respuesta.
—Un placer conocerla. Hasta hoy no sabía ni de la existencia de su nieto ni de usted. Tengo que irme. Adiós —dije, intentando sonar tranquila.
Él se quedó tan desconcertado que no me costó zafarme de su abrazo. Eché a andar a toda prisa hacia la puerta, antes de que nadie reaccionara; cogí los zapatos y salí descalza del piso al rellano.
Mientras intentaba calzarme deprisa y esperaba el ascensor, mi cabeza estaba a punto de estallar de pánico. Al fin las puertas se abrieron y me metí de un salto, pulsando el botón del primer piso. Pero justo cuando empezaban a cerrarse, oí la puerta del piso abrirse. Presa del pánico, apreté el botón de cierre rápido una y otra vez, pero el ascensor parecía tomárselo con calma. Y cuando quedaban solo unos centímetros para cerrarse por completo, una mano grande se coló por la rendija.