Lucas sintió que el tiempo se detenía. La voz de Joseph seguía hablando en el teléfono, pero sus palabras se convertían en un eco lejano frente a la mirada de Sabrina. Sabía que, sin importar lo que decidiera en ese momento, algo se rompería para siempre.
Con un movimiento rápido, terminó la llamada y guardó el teléfono en el bolsillo.
—No es lo que piensas —dijo, acercándose a Sabrina con determinación—. El contrato puede esperar. Esto no.
Los ojos de Sabrina brillaron con lágrimas de hipocresías contenidas, pero no retrocedió.
— ¿En serio? Porque hace un minuto parecías más dispuesto a huir que a luchar por nosotros.
Lucas cerró los ojos por un segundo, buscando las palabras correctas. Cuando las encontró, su voz fue firme pero suave:
—Tienes razón. He estado evitando esta conversación porque... tengo miedo. Miedo de fallarte, de no estar a la altura. Pero no quiero perderte. Tomó sus manos entre las suyas. — Dame otra oportunidad. Hablemos de esto ahora, sin interrupciones.
Sabrina lo estudió en silencio, como si buscara alguna señal de falsedad en sus palabras. Finalmente, asintió lentamente.
—Está bien. Pero necesito que seas completamente honesto conmigo, Lucas. ¿De verdad quieres casarte conmigo?
La pregunta lo golpeó con la fuerza de un huracán. No podía mentirle, no otra vez.
—Te amo, Sabrina. Pero... necesito entender por qué las dudas no me dejan en paz. Tal vez hemos ido demasiado rápido, o quizás...
**¡BAM!**
La puerta de la oficina se abrió de golpe. Joseph apareció en el marco, con el cabello revuelto de tanto pasar sus manos en el y los ojos llenos de urgencia.
—Lo siento, pero esto no puede esperar —dijo, sin reparar en la tensión evidente entre la pareja—. El cliente está amenazando con retirarse si no firmamos hoy.
Lucas sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Sabrina soltó sus manos y dio un paso atrás, su expresión ahora fría como el hielo.
—Ve —dijo, con una calma aterradora—. No dejes y logra ese contrato amor, luego hablamos de nuestro compromiso.
El café *La Dalia Azul* era todo lo que Lucas odiaba: ruidoso, desordenado, lleno de colores chillones y olores a canela. Pero estaba cerca de la oficina. El aroma a granos recién tostados envolvía el pequeño café del centro, un refugio acogedor entre el caos de la ciudad. Las paredes de ladrillo visto y las luces cálidas colgando del techo creaban una atmósfera íntima, perfecta para conversaciones importantes.
Lucas jugueteaba con su taza de café americano, ya frío, mientras observaba a Joseph sentarse frente a él con un expreso humeante. Su mejor amigo desde la universidad, el único que conocía cada uno de sus demonios.
—No me mires así —murmuró Lucas, evitando esos ojos inquisidores que siempre veían más de lo que él quería mostrar.
Joseph se reclinó en la silla, cruzando los brazos.
—Ve, no dejes que te arruine la vida como lo hice yo. —Esas fueron sus palabras exactas, ¿no? Su voz era calmada, pero Lucas notó el filo oculto.
Un nudo se formó en su garganta. Recordar el tono de Sabrina, esa mezcla de dolor y resignación, le quemaba el pecho.
—Fue diferente —susurró, mirando por la ventana donde la lluvia comenzaba a golpear los cristales—. Ella entendió que el contrato era importante.
Joseph soltó un bufido, apartando su taza con brusquedad.
—¡Por Dios, Lucas! ¿Cuántas veces vamos a repetir esta escena? Primero fue en la universidad, no te comprometiste con ella, luego cuando te mudaste pensaste que vivirían juntos y ahora con este contrato por el medio lo dejas para más tarde. —Se inclinó hacia adelante, clavándole la mirada—. ¿Cuándo dejarás de ponerla en segundo lugar?
Las palabras resonaron como un latigazo. Lucas cerró los puños sobre la mesa, sintiendo cómo sus uñas se clavaban en las palmas.
—No es tan simple —gruñó—. Tú no entiendes la presión que...
—¡Claro que lo entiendo! —Joseph lo interrumpió, golpeando la mesa con tanta fuerza que varias cabezas se volvieron hacia ellos. Bajó la voz, pero el fuego en sus palabras seguía ardiendo—. Pero dime una cosa: ¿este maldito contrato vale la pena?
**Flashback: Horas antes**
La oficina de Lucas era un torbellino de papeles y voces superpuestas. Joseph, su socio, hablaba a gritos por teléfono en mandarín mientras señalaba gráficos en la pantalla.
—¡Han rechazado nuestra última propuesta! —le espetó al colgar, pasándose una mano por el pelo ya despeinado—. Solo firmarán si bajamos un 15% la comisión.
Lucas sintió un sudor frío. Ese porcentaje los dejaría al borde de la pérdida. Pero perder el contrato significaba despedir a la mitad del personal.
—Haz los cálculos otra vez —ordenó, aunque sabía que era inútil.
Fue entonces cuando lo llamaron que Sabrina lo esperaba en la sala de recepción.
**Presente**
—¿Ves? —Lucas se frotó los ojos, exhausto—. No podía dejarlos colgando.
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Editado: 11.07.2025