Copito de Amor

Capítulo 4

Dayana miro a la señora detrás del mostrador. Esta se dirige a ella y le dice

—Soy Elena, la dueña. Disculpe el desorden, estamos en hora pico.

Dayana notó cómo Anny se aferraba a su falda, intimidada por el bullicio. Pero entonces ocurrió lo inesperado: Elena se agachó hasta quedar a la altura de la niña.

—Hola, princesa. ¿Te gustaría decorar una galleta mientras hablo con tu mamá?"

El gesto rompió el hielo. Mientras Anny se sentaba en una mesita cercana con una galleta y colorantes, la entrevista comenzó.

—Veo que tienes experiencia en atención al cliente —comentó Elena hojeando su currículum. —Pero lo que realmente me interesa es saber por qué quieres trabajar aquí.

Dayana respiró hondo. Por primera vez en meses, habló desde el corazón:

—Porque cuando entré aquí hoy, sentí que volvía a casa. Y porque necesito demostrarle a mi hija que los sueños se pueden reconstruir, incluso cuando se rompen.

Elena la observó con una mirada que parecía ver más allá de sus palabras. En ese momento, una empleada llamó a la dueña para resolver una emergencia en cocina.

—Disculpe, un momento —dijo Elena — ¿Podría ayudarme sirviendo a esos clientes? Necesito ver cómo te desenvuelves.

Con las manos temblorosas, Dayana se colocó detrás de la caja registradora. Anny, fascinada, observaba desde su mesa. El primer cliente fue un hombre apresurado:

—Café negro, para llevar.

Dayana tomó el pedido con una sonrisa, recordando su época como mesera. El siguiente fue una pareja de turistas que pidió recomendaciones. Les habló del blend especial de la casa con entusiasmo genuino.

Desde la distancia, vio a Elena observándola con aprobación mientras atendía a Anny, quien ahora reía al ver cómo la dueña hacía figuras con la espuma de un chocolate caliente.

Cuando el flujo de clientes disminuyó, Elena se acercó:

—Tienes instinto para esto. El puesto es tuyo si lo quieres. Horario de mañana, y tu hija puede quedarse aquí cuando no tenga escuela. Tengo una nieta de su edad. Y también puedes ayudarme también hacer pasteles. Necesito mucha ayuda.

Dayana sintió que el mundo se detenía. Las lágrimas que había contenido por meses brotaron libremente.

—No sabe lo que esto significa para nosotras...

Elena le apretó la mano:

—Lo sé mejor de lo que crees. Yo también fui madre soltera.

Esa noche, en el apartamento que de repente parecía más luminoso, Dayana abrazó a Anny frente a la ventana.

—Mira, cariño —señaló una estrella luminosa que se formaba en el cielo. —A veces después de la tormenta viene algo hermoso.

Anny, con los dedos pegajosos de azúcar glass, sonrió:

—Como las galletas de la señora Elena, ¿verdad, mami? Y tu deliciosos pasteles.

Dayana rió, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que el futuro, como el aroma del café recién hecho, prometía cosas buenas.

El primer día de trabajo de Dayana en El café *La Dalia Azul* comenzó con un desastre.

Anny, emocionada por acompañar a su madre, había derramado un jugo de fresa sobre el delantal nuevo que Elena le había regalado. Mientras Dayana intentaba limpiar el desorden con nerviosismo, una risa cristalina hizo que ambas levantaran la vista.

—No te preocupes, cariño. En este café, las manchas son como medallas —dijo Elena con un guiño, mientras le tendía a Anny un pequeño trapo. —¿Quieres aprender a limpiar mesas como las grandes?

La niña asintió entusiasmada, olvidando al instante su accidente. Dayana sintió un nudo en la garganta. ¿Cuándo fue la última vez que alguien había tratado a su hija con tanta dulzura?

Mientras Dayana aprendía a operar la máquina de espresso, notó que uno de los empleados, Luís, la observaba con desdén desde la cocina.

—Oye, nueva —le dijo en voz baja cuando pasó cerca de él. —Elena tiene buen corazón, pero esto no es un jardín de niños. Si no puedes con el ritmo, mejor vete ahora.

Dayana apretó los puños. ¿Acaso todos los trabajos tendrían que ser una batalla? Pero antes de que pudiera responder, una voz firme intervino:

—Luís, el único que está sobrando aquí eres tú con esa actitud —dijo Ricardo, el barista principal, mientras pulía una taza de cerámica. —Dayana, ven. Te enseñaré el truco para el latte art que Elena ama.

Durante el descanso, Elena llevó a Dayana a la pequeña oficina detrás de la cocina. Entre fotos antiguas y libros de contabilidad, había un cuaderno gastado con la palabra Especial escrita en la tapa.

—Esta es la receta secreta de nuestro café estrella —confesó Elena. —Pero hace años que no logro el mismo sabor. Algo falta... y creo que tú podrías ayudarme a encontrarlo.

Dayana abrió el cuaderno con reverencia. Entre anotaciones borrosas, reconoció ingredientes inusuales: canela de Ceylán, vainilla de Madagascar, y... ¿lágrimas de ángel?

—¿Lágrimas de...?

Elena sonrió misteriosamente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.