Copito de Amor

Capítulo 7

El cupcake aún le ardía en el paladar cuando el timbre del teléfono cortó el momento como un cuchillo. Sabrina. El nombre parpadeó en la pantalla con una persistencia molesta, como si supiera que Lucas estaba a punto de hacer algo estúpido.

—¿Vas a contestar? —Mateo masticó las palabras con una sonrisa burlona, pero sus ojos eran serios. Sabían ambos lo que significaba ignorar una llamada de ella.

Lucas deslizó el dedo para rechazar la llamada y dejó el teléfono boca abajo sobre la mesa.

—No es buen momento.

Anny, ajena a la tensión, se subió a una silla y señaló el cupcake.

—¡Tío Lucas, te lo comiste todo! Ahora tienes que venir otra vez. Mamá hace galletas con forma de dinosaurio los viernes. —Sus ojos brillaban como si hubiera anunciado el descubrimiento del siglo.

Dayana limpiaba el mostrador cerca de ellos, pero Lucas notó cómo su espalda se tensó al recordar la llamada de Sabrina.

—No prometas lo que no puedes cumplir, cariño —dijo Dayana, acercándose con una toalla en las manos. Su voz era suave, pero había algo más ahí, una sombra pasajera.

—Pero él vendrá, ¿verdad? —Anny miró a Lucas con esos ojos que parecían capaces de derretir acero.

Lucas abrió la boca para decir NO, para explicar que su vida no cabía en horarios de galletas ni en cafeterías con paredes color pastel. Pero entonces Dayana se cruzó de brazos, desafiante, y una gota de harina le manchaba la mejilla como una pintura de guerra.

—Los tiburones de Wall Street no comen galletas de dinosaurio —dijo ella, imitando su tono serio de CEO, pero con una sonrisa juguetona.

—Este sí —respondió Lucas antes de pensar.

Mateo ahogó una risa con un carraspeo exagerado.

—Dios mío, esto es un derretimiento en tiempo real. ¿Quién eres y qué le has hecho al verdadero Lucas Hamilton?

—Cállate, Torres.

Pero era demasiado tarde. La decisión ya estaba hecha, y lo sabían todos en esa mesa. Incluso el Señor Pancho, cuyo único ojo de botón parecía brillar con aprobación.

El teléfono vibró de nuevo. Sabrina, otra vez. Lucas lo ignoró por segunda vez, pero el gesto no pasó desapercibido. Dayana lo miró con curiosidad, como si estuviera reescribiendo todo lo que creía saber de él.

—¿Problemas? —preguntó, inclinándose levemente.

—Nada que no pueda manejar.

Era mentira, por supuesto. El diagnóstico del médico resonaba en su cabeza como un eco siniestro: "No podrás tener hijos, ni que te hagas un tratamiento exclusivo, es lo que hay Hamilton. Ya no podrás ser padre jamás." Y luego estaba Sabrina, el matrimonio de conveniencia que era importante para su futuro suegro, pero que seguía siendo la fachada perfecta.

—Oye —Dayana bajó la voz, solo para él—. Si necesitas escaparte de… lo que sea eso —señaló el teléfono—, aquí siempre hay un cupcake con tu nombre.

—¿Literalmente? —preguntó él, arqueando una ceja.

Ella sonrió, lenta, y peligrosamente.

—Podría estamparlo en glaseado si eso te convence.

Lucas sintió que el aire se le atascaba en el pecho. Era absurdo. Ridículo. Él no se sonrojaba, no se quedaba sin palabras.

Pero aquí estaba.

—Tío Lucas se puso rojo —anunció Anny, como si fuera un decreto real.

—¡Operación cupcake exitosa! —celebró Mateo, levantando una taza de café imaginaria—. El tiburón ha sido oficialmente domado.

Lucas iba a protestar cuando, de pronto, la puerta del café se abrió de golpe. Un hombre alto, con un traje aún más caro que el suyo y una sonrisa que no llegaba a los ojos, entró como si el lugar le perteneciera.

—Lucas. Justo donde me imaginé que estabas.

La sangre se le heló en las venas. *Christian Lowe*. El abogado de su futuro suegro.

—Christian —dijo Lucas, poniéndose de pie con lentitud deliberada—. Qué… inesperado.

El abogado miró a Dayana, a Anny, al cupcake medio deshecho en el plato. Su sonrisa se curvó un poco más, como un cuchillo afilándose.

—Sabrina está preocupada. Has rechazado sus llamadas. Dos veces. —Hizo una pausa, dejando caer las palabras como una amenaza—. Y ya sabes lo que dice el señor Wei: "La puntualidad es el respeto de los reyes."

Dayana, que había estado observando la escena con los brazos cruzados, dio un paso adelante.

—Aquí servimos café, no amenazas —dijo, con una dulzura que solo hacía más cortante el mensaje.

Christian la miró como si acabara de encontrar insecto en su plato.

—No te preocupes, cariño. Esto no es asunto tuyo.

—Todo lo que pasa en este café es asunto mío —replicó ella, sin pestañear.

Lucas sintió algo extraño, una mezcla de orgullo y terror. Nadie se interponía entre Christian Lowe y su objetivo. Nadie que quisiera mantener su trabajo, al menos.

—Dayana —murmuró Lucas, advirtiéndola con la mirada.




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