Copito de Amor

Capítulo 10

El auto se detuvo frente a la casa de Lucas con un suave chirrido de frenos. Mateo desabrochó su cinturón con una sonrisa burlona mientras observaba la fachada iluminada por la luz tenue del porche.

—Hogar, dulce hogar —dijo en un tono teatral—. O al menos el lugar donde vienes a llorar tus citas fallidas. ¿O acaso Wei sí tiene el honor de ser invitado aquí?

Lucas apagó el motor con un movimiento brusco.

—Podrías quedarte callado por cinco segundos, ¿no?

—Lo siento, mi silencio no está incluido en el servicio de acompañamiento —respondió Mateo abriendo la puerta—. Además, ¿qué clase de amigo sería si no te recordara constantemente tus pésimas decisiones?

Al entrar, Lucas dejó las llaves en el plato del recibidor con más fuerza de lo necesario, pero Mateo ya se había adueñado del sillón de la sala, estirando las piernas como si fuera suyo.

—Qué acogedor —comentó mirando alrededor—. Aunque me pregunto si Wei alguna vez ha visto este lugar. ¿O solo existes para él en cafeterías y mensajes de texto que responde tres días después? Ay... Lucas te ve mal amigo.

—No voy a discutir contigo en mi propia casa —gruñó Lucas yéndose hacia la cocina.

Mateo lo siguió, apoyándose en el marco de la puerta con los brazos cruzados.

—Vamos, no me digas que no lo has pensado. ¿Y si las invitas aquí a la madre y a la hija? Pero claro, luego recuerdas que Wei probablemente llegaría a las 3 AM con una excusa sobre tráfico interdimensional o algo igual de absurdo.

Lucas abrió violentamente el refrigerador.

—¿Quieres algo o solo viniste a torturarme?

—Un poco de ambas, la verdad —admitió Mateo con una sonrisa de oreja a oreja—. Pero sí, pásame una cerveza. Aunque me temo que no será tan amarga como tu vida amorosa.

Lucas le lanzó la lata sin aviso, pero Mateo la atrapó con reflejos felinos.

—Gracias —dijo abriéndola con un chasquido—. Sabes, deberías cobrarle a Wei por cada minuto que te hace perder. Con lo que te debe ya podrías comprarte otra casa.

Lucas finalmente estalló:

—¡¿Qué te pasa?! ¿En serio no puedes estar cinco minutos sin meterte conmigo?

Mateo tomó un sorbito lento antes de responder:

—Oh, ahora te enojas. Qué curioso. Con Wei aguantas desaires, retrasos y conversaciones de una sola dirección, pero yo te saco de quicio en diez segundos. Interesante priorización, Lucas. Muy interesante.

Hubo un silencio pesado. Lucas respiró hondo, pasándose una mano por el rostro. Mateo sonrió satisfecho al ver que su comentario había dado en el blanco.

—Bueno, al menos ya sabes que hay alguien en tu vida que siempre llega a tiempo —añadió levantando su cerveza en un falso brindis—. Lástima que solo sea para burlarse de ti.

Lucas no pudo evitar soltar una risa seca.

—Eres un idiota.

—Pero tu idiota —respondió Mateo con una reverencia exagerada—. A diferencia de cierta persona, yo sí aparezco cuando digo que lo haré. Y encima traigo sarcasmo gratis.

Finalmente, Lucas se rindió y tomó su propia cerveza. Sabía que no ganaría esta batalla. Y quizás, en el fondo, prefería el cruel humor de Mateo al silencio de Wei.

Al menos alguien se preocupaba por estar ahí, aunque fuera para molestarlo. Lucas se sentó con Mateo en la sala, pensando.

—No es gracioso.

—Claro que no —Mateo sonrió—. Es patético. Pero bueno, tú eliges: ¿quieres seguir siendo su juguete, o rompemos algunas reglas? Ah, pero no importa lo que hagamos, ¿verdad? —continuó Mateo —Porque mañana vas a volver a ese café. A ver si esta vez Anny te sonríe, o si su madre por fin te dice algo que no sea aquí tiene su cambio.

Al día siguiente el murmullo de la cafetería seguía su ritmo acelerado, pero alrededor de Dayana y Anny, el tiempo parecía haberse suavizado. Elena, con movimientos ágiles, preparó una bandeja con dos tazas humeantes una de chocolate espeso coronado con crema y chispas de colores para Anny, y un café con leche adornado con una delicada hoja dibujada en la espuma para Dayana junto a dos pastelitos recién horneados.

—Aquí tienen algo para recuperar energías —dijo Elena, dejando la bandeja sobre una mesita cerca de la ventana, lejos del bullicio central.

—Hoy no tengo pensado en quedarme, mucho tiempo. Necesito buscarle un colegio, cerca de aqui. —Dayana dudó, mirando a Anny, que ya trepaba entusiasmada en la silla, ansiosa por probar su chocolate.

—A veces, los planes cambian por una buena razón —respondió Elena con una sonrisa que parecía esconder historias detrás—. Además, esta pequeña ya ha conquistado mi corazón. Ya verás que encontrarás un colegio para ella.

Anny, con los labios manchados de crema, le devolvió el gesto sin pudor. Dayana no pudo evitar reírse al verla. Respiró hondo, dejando escapar parte del peso que llevaba en los hombros.

—¿Siempre trata así a sus clientes? —preguntó Dayana, tomando un sorbo del café.

—Solo a los que llegan con el alma cansada —respondió Elena, cruzando los brazos—. Se nota cuando alguien necesita más que un café. Así como el caballero que atendiste ayer y que Anny le rompió el corazón.




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