El lugar empieza a llenarse de gente y eso me empieza a alterar. No es que desconfíe de mis capacidades, pasa que hace muy poco comencé a trabajar allí y aun no me acostumbro a todos los pasos que hay que hacer para ejercer con asertividad. Aun me cuesta acostumbrarme a la tensión que significa tener muchos clientes juntos esperando ser atendidos.
Tal vez para alguien como yo no era muy buena idea trabajar allí. Lo supuse. Desde siempre fui tímida y terminar atendiendo en un comedor, era algo impensado. Pero no había muchas posibilidades en este lugar.
—Con calma, lo harás bien —me repite mi jefe y yo intento confiar en su palabra.
Desde un principio depositó toda su fe en mis capacidades. No sabía por qué, aún no terminaba de entenderlo. Pero decidí confiar. No tenía más opción.
—Confiamos en ti —agrega Marta, su mujer.
Intentando darme ánimos mentalmente y creer en su confianza, voy a dejar la carta a cada una de las mesas y luego, a tomar el pedido de cada una de ellas. De a poco, cada mesa se cubre de comida y de clientes felices.
—De aquí en más todo será a este ritmo —me dice cuando regreso al mostrador principal—. Probablemente, contrate a un camarero para que te ayude.
—¿En verano siempre es así?
—Siempre. Y cada verano viene más gente —se suma Marta a la conversación.
Asiento comprendiendo. Era de esperarse. En el verano llegan varios turistas y muchos otros hacen una parada en medio de su viaje para poder comer algo.
—¿Cuándo inauguran la temporada en la playa?
—No sé si han definido fecha, pero seguro dentro de un mes. Empezaré con la búsqueda del ayudante.
No puedo agregar nada más porque ingresan nuevas familias a ocupar las mesas libres.
Es increíble que un pueblo tan chiquito sea tan concurrido por turistas.