Nos limitamos a saludarnos con un simple hola. Y después de unos segundos de silencio que parecen eternos, mi jefe interrumpe con su voz.
—Estoy al tanto de su situación —dice, y creo que se refiere a nuestra relación truncada tiempo atrás—. Pero creo que todos podemos dejar de lado lo personal para poder enfocarnos en hacer un buen trabajo. Espero que lo puedan hacer. Ambos son personas responsables en los que puedo depositar toda mi confianza. Si hay algún problema o el trabajo se hace imposible, háganmelo saber y juntos encontraremos la solución.
Ninguno de los dos dice nada.
—Bueno, tomaré su silencio como que están de acuerdo. Repártanse las mesas y cuando sea el momento de cobrar, él estará a cargo. ¿De acuerdo?
Asentimos.
Mi mente aun no logra entender la situación. Hasta donde sabía, él seguía estudiando en aquella ciudad lejana que había terminado con nuestro amor. No sabía cuándo había vuelto ni por qué había terminado trabajando justo en el mismo lugar que yo. Empezaba a intuir que mis amigas me habían estado ocultando su regreso. Era imposible que en un pueblo tan pequeño no se supiera aquello.
—¿Cómo has estado? —me pregunta cuando quedamos a solas en el salón principal.
—Con mucho trabajo —rio forzosamente mientras limpio las mesas con un trapo húmedo—. ¿Y tú? No sabía que habías regresado. ¿Te quedarás un tiempo?
—He vuelto hace unos días. He dejado el estudio así que me he ofrecido a estar permanente en el comedor. Si es que hay trabajo suficiente.
Que hermosa noticia. Sería mi compañero de aquí en más.