—He trabajado aquí varios años —me cuenta Julián, el otro guardavida—. A veces suele llenarse un poco, pero no niego que es bastante tranquilo, por no decir aburrido.
—Me lo imaginé. Pero bueno, por algo se empieza, ¿no?
Ríe y me muestra el cronograma de trabajo que mandaron. Uno se encargará del horario matutino y nocturno, mientras el otro estará de corrido desde el mediodía hasta el atardecer. A mí me toca el horario de corrido.
—¿No se puede cambiar o rotar?
—Supongo que sí. Pero no sé si te convenga, no hay mucho para hacer si te liberas desde el mediodía… Igual podemos preguntar.
Después de mostrarme cuál sería mi habitación, pequeña por cierto, me lleva a recorrer la costa. No hay nadie. Aunque logro ver algunas personas limpiado y cortando el césped.
—Mañana es la inauguración de la temporada. Nos presentarán a ambos. Y a partir del domingo, comienza el trabajo.
Asiento de acuerdo mientras me cuenta sobre años anteriores en los que tuvo que trabajar allí.
De pronto veo a alguien ingresando a la playa. Mi mirada la sigue. Tiene un vestido rosa imposible de ignorar. Avanza con paso seguro hacia una de las orillas. Traspasa una sección se césped y se pierde.
—Creo que hay alguien allí —le digo interrumpiendo su anécdota.
—Si, la vi. Déjala. Suele venir todos los días a ese rincón de la playa —ríe.
—¿No es peligroso? Quizás…
—Sabe nadar.
Me quedo más tranquilo. Pero por alguna razón, la intriga y las ganas de ir hacia ella no se van.