Al día siguiente inicia la temporada y se habilita el río para poder disfrutar de un baño.
Siempre ha sido tradición ir con mi grupo de amigos, pero esta vez solo coincido con Cami. Vamos después de almorzar. Llevamos una pelota de vóley para jugar y mucha comida.
La paso a buscar en el auto y cuando llegamos, nos encontramos con un poco de gente. La mayoría de los vecinos del pueblo suele aprovechar al máximo el verano en la playa. Pero también se suman algunos turistas de ciudades vecinas o algunos que están de paso. Y eso me molesta un poco.
Pero sé que varios lugares del pueblo se sustentan gracias a esos pocos turistas que llegan… Incluso el comedor, así que a pesar de que me incomodan un poco, sé que es bueno que lleguen.
Antes de lograr pisar la arena, un guardavida nos detiene. El lindo. El que no es Julián. El que me empieza a caer mal.
—Buenas tardes. ¿Van a la playa?
Asentimos.
—Recuerden que no pueden pasar las bayas. El resto del río no está habilitado.
—Lo sabemos —le digo—. Vivimos aquí y venimos siempre. Gracias igual.
Me observa sorprendido. Al parecer mi respuesta no sonó tan amable como parecía.
—Que disfruten la tarde —se apura a decir y vuelve a su lugar.
Avanzamos hacia la costa.
—¿Qué ha sido esa respuesta?
La miro sin entender.
—Fue bastante… brusca.
—En mi mente sonó amable. ¿Fue muy malo?
—Y… por la cara que puso al escucharte…
—¡Ay! Sabes que esto de socializar no se me da muy bien.
Cami ríe.
—No es tan grave. Pero espero que uses un tono más amable en el comedor si no espantarás todos los clientes de Waldo.
Suspiro. Lo sé. Tengo que entrenar mi habilidad de socialización. Me cuesta hablar con extraño y muchas veces arruino la situación con mi poca simpatía.