Al día siguiente no la veo. Y el otro tampoco. Y el siguiente, menos.
Temo haberla espantado con mi cercanía. Pero cada vez que recuerdo su reclamo, me es inevitable reírme. Nunca me había sucedido.
La mayoría de las veces que las chicas se acercaban a hablarme, era con tono muy amable. Casi exagerado. Y terminaban invitándome a fiestas o dejándome su número de celular.
Mis veranos solían ser entretenidos con tanta atención. Supongo que este será muy diferente. Al parecer, acá no son tan buena onda.
—¿Has visto a la chica? —le pregunto a Julián cuando regresa de su turno nocturno.
—¿Qué chica?
—La que has dicho que siempre viene a nadar.
—Si, el lunes ha venido. La he visto cuando me iba.
—Pues no ha vuelto.
—Qué raro. Suele venir seguido. ¿Por qué preguntas?
—Creo que se ha enojado conmigo.
Suspira en tono decepcionado.
—¿Qué has hecho?
—¡Mi trabajo!