Siempre me consideré una persona fuerte. Que podía enfrentar cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Mis padres me habían educado llenándome de frases de ese estilo. Y yo me lo había creído.
Y por eso, al ver que tenía que irme lejos para poder alcanzar mis sueños, no lo había dudado ni siquiera un segundo. Podía con todo. ¿Qué podía salir mal?
Pero allá afuera, el mundo me demostró que no. Que a veces las cosas no son tan sencillas y que uno no es tan fuerte como cree. Que las personas que prometen estar a tu lado por siempre, a veces se apartan. Y que las amistades de años, por más indestructibles que sean, también se terminan.
Y que el hogar a veces cambia. Que la sensación de bienestar, también depende de uno. Y muchas veces, para llegar a eso, es necesario caer.
Y me dejo caer.