—Es tu turno —le digo sin dudarlo.
—¿De qué? —pregunta desentendido buscando otro vaso para limpiar.
—De atender a los clientes.
Ríe.
—Has atendido solo dos mesas, mi deber es ayudar cuando esto empiece a colapsar.
—A veces podrías hacer una excepción, ¿sabes?
Niega riendo y con la mirada observa el lugar. Da con el objetivo. Lo veo.
Y vuelve a reír.
—¿Acaso te intimida el chico súper musculoso?
Ruedo los ojos. Lo último que quería era ser motivo de burla.
—En realidad me cae mal.
—¿Hay alguien que no te caiga mal?
—Es diferente.
—¿Lo conoces? —enarca una ceja.
—He ido a nadar… Un idiota.
—¿Qué hizo?
Suspiro. No hizo nada. Solo trabajar. No tengo argumentos lógicos.
Me levanto de la silla, tomo el menú y encaro hacia su mesa.