Salgo del trabajo y sé que mi tarde empezará con unas horas de nado. Las necesito. Y quiero verlo. No puedo negarlo. Me intriga descubrir si estas ganas nacen de un recuerdo distorsionado de unas horas juntos o si en verdad es una persona interesante.
Cuando llego, me encuentro con un guardavida que no conozco. ¿Habrá renunciado? ¿Tendré que vivir con la intriga que me motivó a buscarlo?
Sin pensarlo mucho, me acerco al nuevo y le pregunto por él.
—Ha estado caminando por la playa. Se fue por allí —me dice señalando hacia un extremo de la playa.
Agradezco y camino hacia allí. Continúo avanzando hasta que me tomo con los yuyos que marcan la entrada a mi pequeño rincón. Y entonces me preocupo.
Avanzo hacia allí y mi preocupación se hace realidad. Él se ha metido en mi pequeño rincón de paz.
No me ve. Esta recostado con los ojos cerrados.
Le chisto y no responde. Seguro está dormido.
Me acerco y le toco el hombro.
Sigue sin responder.
Lo sacudo y abre los ojos riendo.
Suspiro y me pongo de pie. Me cruzo de brazos y lo miro con seriedad mientras él se incorpora.
—¿Que…?
—El día que llegué al pueblo, te he visto venir hacia aquí —me interrumpe—. Cuando te ibas, estabas llorando. Entonces me pregunté que podía haber en este sitio que pudiera afectarte. Pero solo encuentro paz y tranquilidad.