No entiendo mis nervios. He hablado con él varias veces, pensé que esto no ocurriría. Pero aquí estoy. Con el corazón latiéndome mucho y sin capacidad de emitir palabra.
Llegamos a la costa del río. No hay nadie. Era de esperarse. Aunque lo agradezco. Las personas del pueblo suelen hablar demasiado e inventar historias de un simple hecho, agregándole detalles inexistentes y haciendo suposiciones erróneas
Por suerte él parece apiadarse de mi silencio y comienza a llenarlo con palabras y preguntas.
Hablamos un poco sobre el lugar mientras nos acercamos a la costa, allí donde hay algunas mesas de concreto y bancos del mismo material.
Saca la bebida y la comida y espera mi veredicto.
—¿Los has hecho tu?
Asiente.
—No había muchas opciones…
—Están geniales —admito.
Sonríe conforme mientras le da un bocado.
Observa el río.
Y yo lo observo a él.
La piel bronceada, los ojos celestes… Me gusta.
Decido mirar el río. Por mi bien y por el de mi corazón.