Marta se acerca a ayudar con un trapo y una escoba. Tomo esta última y comienzo a juntar mientras veo como Igor, con cara de desaprobación, se dirige a la cocina para buscar una nueva bandeja.
Suspiro. Nunca me pasó eso y detesto que me haya pasado. Todos han mirado. Que vergüenza.
—Lo siento —le digo a Marta—. Lo pagaré.
—No te preocupes cariño, son cosas que pasan.
—Pero me han pasado por estar distraída.
—¿Te sientes bien?
Asiento no muy convencida.
—Ven, llevemos todo esto al depósito.
Ponemos todo en una bolsa y lo llevamos atrás. En ese momento de soledad, aprovecha a preguntar más.
—¿Qué te sucede? Puedes confiar en mí.
Si. Sé que puedo confiar en ella. Desde siempre. Ha sido como mi abuela y siempre estuvo para mí en los momentos más difíciles.
—Es un muchacho. Creo que está causando algo raro en mi —le digo con media sonrisa—. Pero ha sido el celular. Lo pondré en silencio. O mejor. Tenlo tu hasta que salgo. ¿Si?
—¡Ay cariño! Si te sirve, lo guardo. Pero no te angusties. Todas hemos pasado por eso.
—Pero no es bueno.
—¿Por qué lo dices?
—Porque he tumbado la bandeja.
—¿Y el muchacho es bueno?
Hago una mueca.
—Creo que sí. No lo sé. Igual no me gusta esto que siento. Es raro.
—Permítete sentir. No hay nada más lindo que eso.
Permitirme sentir… ¿Acaso me lo estaba impidiendo? ¿Acaso era posible decidir ir en contra de los latidos del corazón? Porque hasta ahora, todo había empezado a ser como un imán.