Cuando acepta que vaya, me ilusiono, hasta que noto que hablaba en broma. Aun así, insisto.
“Dime donde vives”
“En serio piensas venir?”
“Si, por qué no?”
“No se, lo decía en broma”
“Pues que no lo sea, dime donde y voy”
Esta vez tarda en responder. Cuando lo hace, directamente envía la ubicación.
Apenas veo el mensaje, me cambio y salgo hacia allí. No sé qué haremos, pero al menos será algo diferente a mirar la misma playa vacía de todos los días.
Avanzo por la única calle asfaltada y doblo hacia la de tierra, avanzo unos metros más bajo el calor del verano y llego hasta un portón. Por lo que veo, su casa está al final de ese sendero rodeado de plantaciones. Quizás esa sea la huerta.
Observo la entrada y no se si pasar o golpear las manos, cosa que me parece en vano ya que no creo que me escuchen.
Estoy dudando cuando veo que dos perros se acercan corriendo hacia mi. Son labradores color canela.
Estoy tan concentrado en ellos que no me doy cuenta que ella viene caminando a paso lento al final.
—No creí que vendrías —me dice cuando está mas cerca.
—¿Por qué no lo haría?
—Es una huerta —ríe—. Nada muy emocionante.
—Bueno, pero pasaremos un rato juntos… Y te contaré la buena noticia, y pasaré tiempo lejos de la playa. Y pasaremos un rato juntos.
Ella se limita a sonreír mientras abre el portón y los perros se abalanzan hacia mi. Los saludo encantado.