Sentirlo tan cerca hace que en mi cuerpo se despierten sensaciones y deseos que hacía mucho tiempo parecían apagados.
De pronto, todo mi cuerpo lo desea. Y si no logro controlarme, las cosas pueden salir mal.
Dejo que el agua me refresque, que me airee mis pensamientos y lucho para que su nombre salga de mi mente.
Pero es imposible sabiendo que está ahí, mirándome.
Cada vez que puedo, lo miro. Y sus ojos siguen clavados en mí. Me sonríe cuando nuestras miradas se encuentran y eso alborota más las mariposas que parecen haberse apoderado de mi estómago y mi pecho.
En un momento, salgo del agua y lo veo alejándose. Me preocupo.
Pero al rato lo veo volver con dos botellas pequeñas de jugo.
Estira mi toalla y se sienta allí con una, dejando la otra en el espacio vacío al lado de él.
Entiendo la indirecta y voy a su encuentro.
—¿Para mí?
—Si tú quieres.
Me siento a su lado y tomamos el jugo en silencio, mientras nuestros brazos se tocan.
—Estaba estudiando para ser médico —me dice de repente—. Pero no era mi sueño, era el de mi padre. Y ahora que cumplí mi sueño, siento que he perdido a mi padre. ¿Qué tan irreparable suena eso?