Corazón Errante

Capítulo 3

En la lujosa oficina del rancho El Crepúsculo se encontraba un hombre con su rostro pétreo mirando por la ventana. Su mirada se dirigió al establo donde estaba la chica que llegó de la ciudad.

Miró su reloj y luego sonrió de manera perversa.

—Al parecer, me va a dar la talla— murmuró pensativo.

Caminó hasta su teléfono y marcó unos números.

—Misael, ¿cómo está todo? — preguntó con una nueva idea en la cabeza.

—Patrón, todo bien hasta ahora. Si termino ahora, mañana a primera hora estaré en el rancho…

—No, no vengas al rancho. Mejor ve a los otros ranchos y supervisa. Trae informes detallados.

El hombre de la línea guardó silencio por unos instantes tratando de comprender la orden.

—Sí, señor—dijo algo confundido—. Pronto va a llegar la nueva auxiliar…

—Sobre ese tema— lo interrumpió—. ¿Dónde se va a alojar?

—En la casa grande. En una de las habitaciones de abajo— respondió el hombre—. Pienso que es el lugar más adecuado y así usted tendrá su privacidad cuando esté en el rancho…

George Walker cerró los ojos, imaginando estar a solas con aquella mujer.

— ¡Qué tentación tan grande! — murmuró.

Al anochecer, la mujer de belleza impresionante entró a la oficina y su mirada chispeaba de furia. El hombre pudo sentir todo aquel fuego que brotaba de la bella dama y esto lo llenó de satisfacción. Estaba acostumbrado a recibir de las mujeres halagos y lisonjas, pero esta solo quería era matarlo y eso le daba una nueva y excitante sensación de un placer que no conocía.

Los ojos del hombre analizaron con sagacidad la figura de la bella mujer que estaba toda maltrecha. Sus cabellos revueltos y su ropa toda sucia dejaban ver claro el trabajo duro que ella había realizado. Tanto sus zapatos finos como aquel traje sastre de color marfil, ahora tenían grandes manchas de bosta y de ella desprendía un olor a sarna debido a la leche de vaca que había caído sobre ella. Sin mencionar su cabello rebujado que solo la hacía ver para él aún más deseable.

— ¿Ya terminó el trabajo? — preguntó él con sarcasmo.

La mirada de fuego cayó sobre ese rostro atractivo que solo la miraba con burla. La mujer se tragó las palabrotas que se agolpan en su boca con intenciones de salir y exponerlas al degenerado hombre.

— ¡Lo he terminado! — dijo la joven con la voz pesada, pero determinada a no dar su brazo a torcer. Ella se sentía molida de tanto esfuerzo. Pasó toda la tarde sentada en una banqueta pequeña, mientras que jalaba tetillas para verificar que las ubres estuvieran en buenas condiciones. La falta de experiencia hacía que la leche salpicara sus zapatos y su vestido costoso. Toda su ropa, ese día, había quedado arruinada, pero juraban en su mente que le haría pagar al desgraciado que tenía frente a ella el mal momento que había pasado.

Los ojos violetas brillaron con una promesa y él así lo notó.

— ¡Claro que terminé el trabajo! — dijo la joven arrastrando la voz por la ira—. Espero que el señor Walker quede satisfecho y yo haya podido pasar esta prueba de fuego.

Walker se sentó en su cómodo sillón detrás de su lustroso escritorio y solamente la miraba de arriba a abajo. Cada vez se sentía más fascinado por aquella mujer, y al verla rebelde y altanera hacia él, la hace más codiciable.

—Ve y descansa en la habitación que se te preparó — dijo el hombre de manera mesurada, tomando un cuaderno para disimular lo que está anotando. Necesita disimular, pues sus ojos quedan prendados de aquella mujer. – Mañana temprano vas para el campo… Mario lleva a la señorita al segundo piso. Que se aloje en la segunda habitación— dio la orden.

El joven trabajador quedó boquiabierto, pues había contradicho la orden de Misael. Él estaba encargado de instalar a la joven en el piso de abajo en una de las pequeñas habitaciones que quedaban cerca de la oficina y ahora su patrón la ponía a dormir al lado de la habitación de él; sin embargo, reconoce que él no era alguien para debatir aquellas órdenes. Así que simplemente asintió con la cabeza y miró a la joven.

—Por aquí, señorita Lennox— dijo al joven guiándola y llevando las maletas en sus manos.

George Walker de inmediato quedó sorprendido al escuchar el apellido Lennox, si más no recordaba era el apellido de la mujer con la que él tendría que casarse en unos meses.

—Solo espero que no seas tú —dijo el hombre ahora con un tono de amargura dentro de él—. Porque realmente te deseo, pero para ser la amante de turno. No para que seas mi esposa.

Los ojos del hombre se llenaron de un rencor que lo invadió y la confusión nublo su entendimiento. Esa mujer despertaba en él algo que no había sentido por otra mujer, aun incluyendo aquella que le hizo tanto daño en el pasado.

Al terminar de instalar a la joven auxiliar, Mario bajó de inmediato y se presentó delante de su jefe.

—Ella ya quedó lista. También le di la orden a la cocinera para que le prepare algo de comida— dijo el joven.

Los ojos de George lo analizaron en silencio.

—Mañana a primera hora te vas a caballo a revisar las cercas— comentó el patrón del rancho.

—Sí, señor — dijo el joven. Él debía reparar algunas cercas, pero era mejor revisarlas. Se sentía aliviado del trabajo hasta que su jefe terminó de hablar.

—Y te vas en compañía de la señorita Lennox. Quiero que cada una de las cercas sean medidas y revisadas minuciosamente – el rostro del hombre, frío y cruel, se asomó y el joven solo tragó.

Mario abrió la boca como si fuera un pez fuera del agua para alegar algo y defender a la chica que debía acompañarlo, pero de inmediato la cerró. Él no podía darse el lujo de meterse en una guerra fría entre esos dos.

—Sí, señor. Hasta mañana— dijo—, y se marchó de la casa grande, lleno de cavilaciones sobre la pobre chica.

— «Pobre, señorita Lennox» — pensó el chico por la forma en que el jefe la está tratando—. «Eso solo significa que la quiere sacar del rancho lo antes posible. La va a cargar con tanto trabajo para que sea ella la que renuncie y así él no tenga que pagar ninguna indemnización, pobre chica, no sabe lo que le espera».




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