Corazón Mentiroso

Capítulo 12

***

Sasha

Los nervios me carcomen en esta noche fresca de octubre después de haber estado privado de mi libertad tengo una segunda oportunidad en la sociedad donde pretendo esconder el pasado que me ha seguido hasta hoy, aunque sentía una pequeña culpa por abandonar la investigación de Deborah.

No puedo concentrarme todos mis esfuerzos en ella. Sé que, el detective Heredia aprovechará cualquier error cometido o situación que pueda reportar como un potencial delito para perjudicarme por la fuerte fobia demostrada hacia mi condición además, debo tener una estabilidad económica para continuar hacia adelante sin problemas, así podré ayudar a mi hermana de una manera legal.

—¿Cuánto falta para llegar? —pregunté, mientras me sostenía de Santiago para no caerme de aquella motocicleta.

—En diez minutos llegamos —respondió—. Sujetate bien.

Acató la indicación. 

Me sujeto fuerte de Santiago evitando caer a un vado cercano a la parte trasera del antro  donde se ubica una puerta disponible para el personal del El Dorado, es curioso el control llevado en un establecimiento dedicado a la venta de bebidas alcohólicas comúnmente los empleados ingresan por la puerta disponible para el público.

—Hemos llegado, señorita Carter —bromeó Santiago

Rio.

Las bromas de Santiago no me molestan porque conoce el padecimiento que tengo tras haberse convertido en mi mejor amigo en mis primeros días en esta ciudad siempre me demostró su apoyo y sinceridad cuando he necesitado ayudado a pesar de que estuve detrás de las rejas nunca deje de recibir una carta semanalmente para preguntarme cómo iban las cosas adentro.

En algunos momentos he mencionado que no tengo amigos, pero prefiero decirlo porque terminan traicionando la confianza creada durante el tiempo que duró la amistad. Aún tengo la esperanza de hallar un grupo de amistades adecuado para disfrutar los buenos momentos dados en esta vida.

—Gracias, Santi —comenté

Ambos nos quitamos el casco protector y bajamos de la motocicleta para ingresar a El Dorado,  un antro destinado a un público de 18 a 30 años por los eventos y paquetes en el menú ofrecidos siendo económicos y accesibles para sus consumidores siendo el favorito de muchos jóvenes para divertirse unas horas con sus amigos.

No frecuento estos establecimiento por catalogarlos con un ambiente tóxico y asqueroso  en contra de mis ideales. No es malo visitarlos si tomas las precauciones necesarias para evitar dejarse influenciar por las amistades que no te cuidan cuando terminas perdiendo la conciencia.

—Debes de preguntarte, ¿Por qué no entramos donde esta el gorila?  —dijo Santiago tratando de imitar la voz chillona que tengo.

—Sí —respondí

Quería quitarme esa pequeña curiosidad para descartar cualquier posibilidad de proteger de las autoridades que vienen a cuestionar el sitió después de haber sido un blanco fácil para compraventa de drogas ocasionado por un empleo hace meses atrás.

—El verano pasado teníamos un empleo que vendía droga a nuestros consumidores o simplemente sin su consentimiento servía una pastilla en sus bebidas —. Cuando nos percatamos del incidente era demasiado tarde porque teníamos a la policía investigando. El punto es que despedimos al bartender e implementamos un control de chequeo en cada entrada y salida con los empleados y público.

Esa historia llegó a mis oídos por los chismes comentados entre los funcionarios del  reclusorio no dejaban de hablar sobre un antro que se dedicaba a un negocio turbio. En fin, ha sido difícil para Santiago y Diego (mi jefe) restablecer la buena imagen después de todos los escándalos.

Ingresamos por la puerta oxidada del establecimiento y nos encontramos con Diego sosteniendo un detector de metales a fin de realizar una revisión de rutina. No me molesta en lo absoluto dentro de prisión era revisado constantemente por el fuerte intercambio que hay.

—Hola, muchachos —saludó—. Ya saben es rutinario y no deben de preocuparse confió en ustedes. 

—No tengo problema con ello, señor Garza —repliqué

—Deja las formalidades para otro momento solo llamame Diego.

Santiago rió.

Fuimos revisados antes de entrar a El Dorado para mantener una seguridad y cumplimiento de la ley. No hice ninguna queja al respecto porque fui tratado con respeto a pesar de que Santiago le mencionó a su tío sobre la condición que tengo para evitar un trato injusto hacia mi persona.

Es agradable cuando en un sitió te sientes cómodo demostrando quién eres en realidad porque las mentiras no tienen un buen final al destruir a todos los involucrados.

—Santi, te encargo al chico —pidió Diego—, debo ir a casa porque Mario ha tenido un accidente.

—Cuenta conmigo, al cabo no tengo nada que hacer —argumentó con voz molesta

Diego se despidió dejándome a solas con Santiago, quien cambió de actitud en menos de cinco segundos ¿Qué le habrá pasado? Debe tener una conexión con César que ha vuelto a desaparecer misteriosamente ese dato lo tengo porque suele visitar a mi amigo cada fin de semana para ver películas.




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