Siete años después
El señor Mehmet se portaba de manera amable y paciente conmigo y todo porque buscaba obtener algo de mí. El miedo se apoderaba de mis entrañas cuando su oscura mirada me abrazaba sin piedad, mi cuerpo temblaba bajo sus ojos y el tacto de sus dedos que parecía una caricia gentil.
No me había tocado desde que llegué a esta casa, no había dormido en mí misma cama, aunque había hecho insinuaciones de querer hacerlo y era lo que más temía desde que era una niña. Él se había dado cuenta de que ya no lo era, había sido testigo de mis cambios físicos y sabía que algún día no se contendría. Llegaría el momento en el que él iba a querer acostarse en mi cama. No tenía la menor idea de cómo iba a impedir que eso ocurriera, pero haría todo lo que estuviera a mi alcance para evitarlo.
—Mi preciosa, Amira —habló mientras estaba de pie frente a mí.
Fijé mi mirada en sus pies y la levanté de a poco, para ver sus manos metidas en los bolsillos de su pantalón.
—Ya tienes veinte, ¿qué es lo que seguimos esperando? —dio un paso y me puse nerviosa ante su cercanía—. Ya no hay necesidad de esperar más, ¿no lo crees? —por un momento sentí algo de felicidad.
En mí se instaló la posibilidad de que quizá se había cansado y solo tal vez me dejaría libre por fin.
—Nos casaremos mañana mismo —dijo, entonces mi esperanza volvió a derrumbarse.
—¿Qué? —balbuceé aterrorizada.
—Serás mi esposa mañana —sacó las manos de los bolsillos de su pantalón de vestir—. Han pasado siete años desde que llegaste a esta casa, he sido muy paciente y ya es hora.
Una lágrima se deslizó por mi mejilla y él se acercó aún más para limpiarla de mi rostro. Apreté los ojos cuando me tocó. Se acuclilló frente a mí, pero desvié mis ojos hacia otro punto en la habitación y sentí cómo sus manos se sujetaron con fuerza a las mías. Al igual que yo, él también se aferraba a una idea que no pasaría.
—¿Por qué estás temblando? —preguntó preocupado, pero no le respondí—. ¿Aún me temes? ¿Por qué? No soy un monstruo.
—Nunca he querido estar aquí y lo sabe muy bien —Me atreví a responderle y esa vez mis ojos se posaron sobre los suyos.
Su rostro parecía triste, decepcionado y tal vez dolido. La mirada que me dio por un momento me hizo sentir mal, sin embargo, sus ojos oscuros se tornaron siniestros; él decía no ser un monstruo, pero sabía que muy en su interior escondía uno. Sus manos, que todavía seguían sujetando las mías, se volvieron más firmes. El agarre de sus dedos sobre mí me hizo saber que mis palabras no le habían gustado en lo absoluto.
—No creo que en estos siete años que has estado aquí, que he tratado de dar todo y que dejé que pudieras terminar la escuela, aún no seas capaz de tener un poco de amor por mí —Una mueca se instaló en mi rostro, su agarre me estaba lastimando.
—Me lastima… —Me quejé, pero él me ignoró.
—No puedo creer que todavía quieras irte de mi lado, Amira, ¿qué no he sido suficiente para ti? ¿No he sido bueno contigo? ¿Qué me falta para que entiendas que no estarás mejor en ningún otro lado?
Tenía que agradecerle el hecho de que había podido terminar la escuela como tanto añoraba, aunque lo hice sin poder salir de esta casa y eso hizo que no lo disfrutara.
—Me lastima —volví a quejarme.
—¡Respóndeme! —demandó y vi los huesos de su quijada marcarse sobre la piel de su rostro.
Estaba apretando sus dientes con fuerza y eso parecía contener su ira.
—¡Usted nunca logrará que yo sienta algo más que repulsión! —traté de zafarme de su agarre, pero su fuerza era mayor a la mía.
—¿Por qué? —todavía tenía el cinismo de preguntarlo.
—Me dan asco los hombres que compran niñas —escupí sin temor a nada.
—Yo no te compré, Amira —habló—. Yo te salvé y deberías estar agradecida conmigo por ello. Si no hubiera llegado a tu vida, quien sabría qué sería de ti ahora.
—Entonces preferiría estar muerta que aquí —dije.
Lo vi ponerse de pie y salir de la habitación echo un huracán.
Cuando me quedé sola, me sobé las muñecas, había dejado sus dedos marcados alrededor de estas y un dolor punzante que ardía; como el que llevaba en mi corazón todos estos años.
Me tumbé sobre la cama con el cuerpo doblado, abrazando mis piernas, preguntándome cuándo se acabaría esta tortura que parecía eterna. Cerré mis ojos mientras escuchaba el canto lejano de algunos pájaros y con la esperanza de que cuando los abriera otra vez, ya me encontrara en algún lugar lejos de este. Pero eso solo pasaba en mi imaginación o cuando soñaba.
Viví lo que se podría decir un año agradable en esta casa, cuando Tarık, quien era su hermano pequeño, seguía viviendo aquí. Él era la seguridad en esta casa, con él me olvidaba de que estaba prisionera y él era con quien podía contar. Cuando le dije que su hermano me había sacado a la fuerza de mi hogar, que había pagado para casarse conmigo, no me creyó y se fue de aquí sin siquiera decirme adiós.
Y sin él aquí, todo había vuelto a convertirse en el infierno.